ANNE OF THE INDIES (1951, Jacques Tourneur) La mujer pirata
Entre las múltiples sugerencias que ofrece una propuesta tan rica como ANNE OF THE INDIES (La mujer pirata, 1951. Jacques Tourneur), la más evidente es para mi su enorme concisión. Con la economía expresiva que siempre acompañó al gran cineasta francés / norteamericano –y que en esta ocasión se manifiesta en toda su magnitud-, en muy pocos instantes se describe tanto al personaje protagonista, el entorno vital en que esta se desenvuelve o los seres que la rodean. Todo un microcosmos en el que se ha desarrollado hasta entonces la trayectoria vital de Anne Providence (Jean Peters), una joven amparada por el mismísimo pirata Barbinegra (Thomas Gómez), totalmente rodeada en un universo masculino definido por la dureza, el pillaje y también sinceros sentimientos de lealtad. En él ha logrado el aprendizaje necesario dentro de la piratería, alcanzando incluso un enorme respeto entre todos los que practican estas actividades, y logrando que en aquellos ambientes y sectores que desean su captura, el “Capitán Providence” y el navío que comanda –el “Reina de Saba”-, piensen que se trata de un hombre.
El propio desconocimiento de su propia femineidad será sin duda, el detonante del conflicto que rote en las bellísimas, luminosas y finalmente tristes imágenes del film de Tourneur. Anne contará en todo momento con el apoyo y la mirada reflexiva de un viejo doctor dominado por el alcohol. Se trata del doctor Jameson (Herbert Marshall), quien en todo momento demuestra una singular sabiduría y al mismo tiempo distancia ante la vida. Su presencia constante, su mirada, sus sentencias dialécticas, servidos por la excelente y al mismo tiempo neutra composición que de dicho personaje brinda el magnífico intérprete, ubican su personaje entre esa poblada galería de escépticos legada por el cine tourneriano.
Y en ese mundo poblado y vivido por hombres rudos, y comandado por una mujer que nunca ha intentado vivir su propia condición sexual, un día llegará el momento casi irresistible para ella al saquear un buque inglés, en donde se encontrará preso un atractivo francés –LaRochelle (Louis Jourdan)-. De forma casi instintiva Anne decide salvarlo de su segura ejecución y muy pronto lo introducirá como componente de la tripulación, pese a las reticencias de sus miembros. No es de extrañar. Sus refinados modales son bien dispares de la rudeza del entorno. Pero quizá ellos pueden ver algo oscuro que la progresivamente embelesada capitán no alcanza a advertir, sorprendida como está de un sentimiento inédito en su experiencia vital.
Las sospechas sobre las ocultaciones y medias verdades de LaRochelle serán asumidas por Anne con especial convicción –pese a que frente a ellas aplique duros castigos a este-, hasta que ello le lleve incluso a romper su fraternal relación con Barbinegra. Sin embargo, no podrá asumir el conocimiento de que este está enamorado –de hecho, casado- de otra mujer. Ese mundo nuevo por el que el “Capitán Providence” incluso ha puesto en entredicho su reputación y los hombres que la respetan, de repente se viene abajo al conocer la existencia de Molly (Debra Pager) y el hecho de que su secreto aunque nada solapado enamorado se haya valido de ella y la utilizara urdiendo un plan que le permitiría recuperar su prestigio como hombre de mar. De todos modos, lo humillante para nuestra protagonista es la propia presencia de Molly, a la que raptará en señal de venganza e incluso estará a punto de vender en una subasta de esclavos, sufriendo el acoso de LaRochelle y siendo ambos –cuando logra capturar a este- abandonados en la Isla de La Muerte por Anne. Una actitud despreciable de resentimiento que le llevará a ser rechazada por todo su entorno –especialmente por su fiel consejero Jameson-, pero que finalmente le hará optar por una auténtica auto inmolación para, aparentemente, salvar a esos esposos que iba a condenar a una muerte segura.
Sería injusto decir que las excelencias de ANNE... proceden únicamente de la labor como metteur en scene de Jacques Tourneur. Su diseño de producción es tan eficaz como los más característicos films de piratas de aquellos años –por cierto, ofreciendo resultados no siempre estimulantes-. El guión de Philip Dunne y Arthur Caesar –basado en un relato con base real- es magnífico y lleno de sugerencias, la fotografía de Harry Jackson es de una espléndida paleta cromática e incluso la banda sonora de Franz Waxman resulta sumamente eficaz. Es más, la película prolonga la imaginería albergada en títulos del género precedentes –la caracterización y aspecto de Barbinegra-.
En cualquier caso, creo que no hace falta demasiada agudeza -¿o quizá sí?- para detectar que en las imágenes del film de Tourneur hay una mirada cinematográfica poderosa, siempre presente, que impregna de aire sombrío su conjunto y delimita unos personajes dominados por la ambigüedad en sus actitudes y sentimientos. Al margen de esa ya señalada concisión –que permite una densidad sorprendente a la historia narrada-, el gran realizador utiliza admirablemente la tonalidad e iluminación de sus secuencias en función de sus intereses expresivos y los estados emocionales de sus personajes. Las sombras aparecen en los instantes de duda y engaño, la luminosidad –presente en escasos momentos- cuando los sentimientos de Anne hacia LaRochelle están en su plenitud –los paseos de ambos mientras preparan un asedio en la costa y reciben a Barbarroja-. Incluso la presencia de ese vestido elegido por el francés como botín, que desde el primer momento será un catalizador de dudas y de conflicto, tendrá también su expresión de plenitud cuando Anne se vista con él expresando la sinceridad de sus sentimientos, y posteriormente servirá para que obligue a vestir con él a Molly –la auténtica destinataria del mismo- cuando la mantenga raptada en su buque. Es más, hasta un elemento aparentemente secundario como el pañuelo que porta en la cabeza la pirata, variará de tono y diseño en las secuencias finales –es un modelo de colores (sentimientos) tormentosos-.
Todo en ANNE... tiene la intención de un relato sombrío, del que casi en el primer momento intuimos que no va a terminar de forma convencional y en el que quizá un conflicto humano y la propia desaparición del “Reina de Saba”, no sea más que una página menor en la historia de la navegación en aguas centroamericanas. En definitiva, se han abierto las posibilidades del sentimiento para una mujer que siempre vivió y actuó como hombre, y que comprueba primero deslumbrada y posteriormente desolada, el dolor que supone su imposibilidad para acceder a su auténtica condición.
El conflicto es expresado por Tourneur utilizando elementos como las ventanas y claraboyas que se ubican en el fondo de los encuadres del interior de la nave, y que en base a lo que muestran de forma discreta –tonalidades y oscuridades, incluso detalles de inestabilidad- definen el nervio interno de cada situación y, con ello, la dotan de una extraña textura visual –uno de los rasgos de estilos más consustanciales y valiosos del cine del director francés-. Pero este aún irá más lejos en su singular manera de aprovechar las posibilidades de la puesta en escena de un guión y una producción en la que todo se le ha dado de antemano –como a cualquier otro “artesano” de la época, aunque no intuyeran que en este caso se encontraban con uno de los auténticamente grandes de la historia del cine-. Hay detalles muy significativos como el momento en que Jameson evoca en sus palabras el poder de la cultura. Tourneur lo encuadra ubicando justo detrás de su cabeza una lejana llama proveniente de un faro. A continuación, el plano montará a una conversación entre Anne y LaRochelle, figurando entonces la llama en medio de los dos; en el momento en que esta decide abrazar al francés no sabrá como hacerlo –no ha abrazado nunca a un hombre con deseo; lo hará de forma muy primaria-. Pero más adelante, cuando el francés reclama sus derechos ante las autoridades navales al haber cumplido su plan, y estos le niegan toda prerrogativa hasta que este no concluya, este mirará hacia una alacena de carácter familiar –su hogar perdido-, la cámara sigue la dirección de la mirada y fundirá el encuadre con el velero. Al mismo tiempo, las secuencias que se desarrollan en tabernas, tienen en esta película una patina pictórica cuidada pero al mismo tiempo demostrativas de un mundo turbulento. Es cierto; Jacques Tourneur era un maestro en la iluminación en blanco y negro, pero también lo demostró al tratar el color.
Todo ello son elementos de realización incorporados de forma sutil, ya que están firmemente integrados en los engarces de la película. Pero todos ellos tendrán su colofón en unas secuencias finales realmente deslumbrantes, en las que Molly –la esposa de LaRochelle- es atada a la proa del buque de Anne para evitar que este sea bombardeado por el navío que comanda el francés, ofreciendo una imagen entre surreal y sádica. Una vez el matrimonio es abandonado en una fantasmagórica isla en la que solo destaca la presencia casi esquemática de unos esqueletos, solo restará el colofón de la inmolación de ese “Capitán Providence”, consciente de que ya ni va a poder sentir la vida del modo en que hasta entonces la había disfrutado, y el recuerdo de la aventura vivida la habría atormentado siempre. Y por ello carece de sentido seguir estando presente en el mar y la vida. Se dejará matar por Barbanegra –quizá pretendiendo implícitamente congraciarse con el pirata al que en muchos momentos superó en tácticas-, en un bombardeo dominado por una tan densa como tenebrosa cortina de humos que envuelven su desaparición como algo casi sobrenatural.
Serían, sin duda, muchos los detalles, destellos y elementos los que se podrían destacar en esta compleja película, pero en conjunto valga señalar que Jacques Tourneur, una vez más, se introdujo de lleno en las características del género que asumió y la productora que lo contrató para, a partir de ahí, imbricar en sus imágenes su sinuoso, sensual, fatalista y al mismo tiempo contenido estilo cinematográfico. Como en la mayor parte de sus películas, hay planos con animales de grandes dimensiones, como en casi todas sus films, la cercanía de la muerte como pathos será notoria, como lo será también la ambigüedad y el escepticismo en sus personajes... y la presencia de sombras, bien sea en encuadres visibles o en segundo término del encuadre.
Era esta la segunda ocasión en la que contemplaba ANNE OF THE INDIES, y no dudo en calificarla como uno de las mejores y, sobre todo, más singulares aportaciones que al cine de piratas se ha brindado al séptimo arte. Y añadiría además que se trata de una demostración más de los rasgos de estilo y de la propia filosofía de la vida, que Jacques Tourneur logró trasladar –aunque delimitada en géneros contrapuestos-, al conjunto de su obra, una de las más extrañas, fascinantes y, al mismo tiempo, memorables, de toda la historia del cine.
Calificación: 4
2 comentarios
anselmo -
Manu -