UN CONDAMNÉ À MORT SEST ECHAPPÉ ou LE VENT SOUFFLE OÙ IL VENT (1956, Robert Bresson) Un condenado a muerte se ha escapado
Tercero de los trece largometrajes que conformaron la trayectoria de uno de los mejores realizadores que ha conocido el cine francés en su historia, y sin duda uno de las más significativas personalidades surgidas en el cine europeo, UN CONDAMNÉ À MORT S’EST ECHAPPÉ ou LE VENT SOUFFLE OÙ IL VENT (Un condenado a muerte se ha escapado, 1956) es una película de enorme –y justificado- prestigio. En él se consolida el estilo riguroso y ascético de su artífice, en el que cada plano supone una demostración de precisión narrativa y que, en su conjunto, ofrecen un mundo expresivo totalmente personal, como muy pocos directores han podido ejecutar –por su talento y también el entorno de producción que les rodeaba-. Ese rigor no impide –yo creo que más bien induce a ello-, saborear un film apasionante, en el que el desarrollo del proceso de huída de André Devigny (encarnado en la película por François Leterrier), no es más que la exteriorización de una apuesta por la dignidad, revelándose como una lucha latente y minuciosa contra un entorno hostil, que en cualquier caso es mostrado de forma minuciosa.
Una advertencia, firmada por el propio Bresson, nos indica que la historia que vamos a contemplar es verdadera, y está contada tal y como sucedió, sin aditamento alguno. Tras ello, los títulos de crédito se superponen a la imagen de una pared. Un rótulo revela que estamos en Lyon en 1943. La cámara encuadra unas manos inquietas que demuestran deseo de evadirse. Pronto el plano nos muestra que André, el protagonista, se encuentra detenido dentro de un coche, y finalmente intentará huir del mismo –donde se encuentran otros dos detenidos esposados, aceptando su destino con impasibilidad. La cuidadísima banda de sonido nos indicará en off –una constante esencial en esta película-, lo fallido del intento de huída. André es un componente de la resistencia francesa que ha sido capturado por los nazis, confinándolo tras su fallido intento a una celda de castillo. Desde el primer momento, la extraordinaria y opresiva planificación, y los diálogos también en off de este, nos introducen a la perfección en el mundo interior del preso, en sus reacciones, sus debilidades, impresiones, descubriendo los inapreciables matices de un entorno que se reduce a una austera celda de angostas dimensiones, y a un ventanuco ubicado en su parte superior. A ella se unirá la toma de comunicación con un veterano preso –que le ayudará en tomar contacto, arriesgando su vida-, y a su compañero de celda, a quién jamás verá físicamente, y con el que tomará contacto y amistad a través de pequeños golpes en la pared, ayudándole este incluso a explicarle como liberarse de sus esposas –el momento en que se entere de que su anónimo compañero ha sido fusilado, le provocará un enorme pesar-.
Transcurridos unos días será trasladado a otra celda, en donde por azar descubrirá que su puerta se compone de listones engarzados con otras maderas. Será ello el inicio de una aventura pequeña en sus dimensiones –se trata simplemente de huir de su celda y posteriormente de la prisión-, pero que bajo la cámara de Bresson se convertirá en una odisea humana y ética y, sobre todo, una demostración del magisterio cinematográfico del director galo. Una aventura en la que primará sobre todo la amistad, la ayuda de todos los compañeros y la impasibilidad aparente de los personajes, dentro de la aplicación del inconfundible método aparentemente neutro de hacer interpretar a actores no profesionales –de los que logra unos impresionantes resultados que revelan en todo momentos las intenciones de su artífice-.
Pero sobre todo –y partiendo de la base de no poder entrar en elementos técnicos ni ser un profundo estudioso de la obra del director-, son muchos los elementos que se pueden destacar en esta admirable película –todo un referente en el rico cine francés de la segunda mitad de los años cincuenta-. Por encima de todos ellos, es evidente que resulta fascinante la manera que tiene Bresson de trasladar al espectador todo un enorme campo visual totalmente en off, partiendo simplemente de una extraordinariamente cuidada banda de sonido, en la general ausencia de música, y en unos sensacionales diálogos, secos, cortantes, precisos, que se complementan a la perfección con la rigurosidad de las imágenes, y además le ofrecen matices complementarios. Pero es esa enorme capacidad para crear un mundo, unos entornos y unos comportamientos que no vemos, en donde cabe destacar buena parte de la enorme riqueza de esta película. Una tendencia que se produce ya en unas imágenes iniciales que no muestran, pero nos hacen sentir –con el oído de unos disparos-, la fracasada huída del protagonista que realmente constituye el inicio de la historia, y tendrá su punto álgido en ese casi fantasmagórico ataque de André, en los compases finales de su huída, a un oficial nazi, para poder completar sus intenciones. No hemos visto nada. Poco antes los diálogos y la expresividad de los primeros planos y la iluminación apuntaran a lo desesperado de la situación –se juega el todo en su huída y la de su compañero-, hasta que contando con el imprescindible sonido de un tren, desaparecerá del encuadre para acometer un ataque que todos esperamos, y que en la ausencia de acción directa, impregna al espectador de una sensación de desamparo por unos instantes.
Pero además de sus virtudes de composición, planificación y montaje –otros de los rasgos que otorgan personalidad propia a una película que aparentemente cuenta una historia sencilla de plasmar; hay una enorme intuición en hacer avanzar la minuciosidad del proceso de huída, que en todo momento interesa al espectador, hasta hacerlo casi sentir y participar en el mismo.-, en UN CONDAMNÉ... hay un extraordinario estudio de personajes, de rostros, de actitudes –el viejo compañero de celda inicialmente reticente ante la huída, ya que teme que esta repercuta en todos ellos; el otro compañero que sacrificará su vida para abrirle el camino en su plan e incluso le facilita otra posibilidad para que esta se haga realidad, o la conmovedora presencia de ese quinceañero –Jost (Charles La Chainche)- que ha coqueteado de forma ingenua con los nazis, y que se convertirá en último extremo en el necesario compañero para hacer realidad su deseo de fugarse.
Seres humanos que en esta película –uno de los grandes títulos de la filmografía de Bresson, tan rigurosa como homogénea y honda en sus resultados-, adquieren un carácter solidario que excede con mucho del marco físico del propio plano, y que se demuestra en miradas, en pequeños gestos, un leve diálogo o la inflexión de una sombra. Todo un mundo de imágenes adustas, impregnadas de una iluminación caracterizadas por fuentes de luz oblicuas, en los que personalmente me quedo con la fuerza expresiva de esos primeros planos sostenidos sobre el rostro de André cuando observa con tanta ansia como paciencia por encima de la cornisa de la prisión, esperando la ocasión oportuna para avanzar en la conclusión de la fuga, con los cabellos ondulados por la presencia del viento.
Maravillosa película, con una conclusión tan hermosa como coherente con el enfoque sobrio y conciso que la caracteriza, creo que fue además un referente para Jacques Becker, cuando acometió el rodaje de la magistral LE TROU (La evasión, 1960). Curiosamente, ambas proceden de sendas historias reales, ambas hablan de amistad y ambas, por supuesto, se encuentran entre las cimas del cine francés de todos los tiempos.
Calificación: 4
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