THE JUGGLER (1953, Edward Dmytryk) Hombres olvidados
Rodada tras su retorno al cine norteamericano, después de su breve estancia en Inglaterra y tras la conocida delación ante el comité del senador McCarthy que marcaría para siempre su vida y su trayectoria, THE JUGGLER (Hombres olvidados, 1953. Edward Dmytryk) es una interesante producción de la Columbia que, no obstante, no se puede incluir entre los mejores títulos del realizador canadiense – norteamericano. Todo ello, dentro de un periodo bastante interesante en su trayectoria –la década de los años cincuenta-, aún no suficientemente valorado en función de esa circunstancia personal antes señalada que parece haber marcado para siempre la andadura de un hombre de cine para el que aún pesa la necesidad de una revisión de una carrera francamente estimulante.
En este caso, el planteamiento de la película no se aleja del conjunto de producción de Stanley Kramer dentro del ya citado estudio, caracterizadas por la plasmación de temáticas de mentalidad liberal no demasiado habituales en el cine de Hollywood, generalmente caracterizadas por lo mal que han envejecido con el paso del tiempo, aunque su resultado cinematográfico oscilara en ellas. Dentro de estas características, THE JUGGLER plantea una temática poco habitual en el cine de la época –y de posteriores, me atrevería a decir-, ya que versa sobre las dificultades que sobrellevaron aquellos supervivientes de los campos de exterminio nazi, en este caso trazados en torno a un personaje que se traslada al recién creado estado de Israel para intentar reiniciar su vida pese al traumático schock que supone haber perdido en ellos a su propia mujer y su hijo. Todo ello procede de una novela de Michael Blankfort, también guionista y en varias ocasiones colaborador de Dmytryk.
Se trata de Hans Muller (Kirk Douglas), un malabarista alemán que viaja dentro de un contingente de refugiados a los campos de Haifás. Muller es un hombre realmente traumatizado, ausente del mundo que le rodea, que ve nazis en cualquier persona que lleve uniforme, y que se escapará de sus compañeros de andadura, agrediendo de gravedad a un policía que simplemente le había pedido la documentación y le ofrecía ayuda. A partir de esta agresión, emprenderá una huída por el nuevo territorio israelí, aún convaleciente en sus habitantes de la atrocidad del exterminio nazi y la guerra de formación del nuevo estado. En su trayecto estará acompañado de un joven –Yeoshua (Joseph Walsh)-, quien sentirá por él una admiración poco compartida, mientras el detective Karni (Paul Stewart) realiza sus pesquisas para atrapar al culpable de la agresión. El malabarista llegará a Nazareth y poco después –tras introducirse en un campo de minas en el que el muchacho quedará herido, serán acogidos por un grupo de israelíes entre los que se encontrará una mujer que le devolverá una esperanza vital que, no obstante, se obstinará en rechazar. Todo ello hasta que, finalmente, reconozca su desequilibrio emocional y la necesidad de su tratamiento mirando hacia el futuro.
Hay dos elementos que limitan bastante el resultado de THE JUGGLER. En primer lugar, ese tono discursivo que se impregna sobre todo en sus primeros minutos –propio de cualquier producción de Kramer-. En segundo término, aunque podría ser el principal, está esa inveterada tendencia a la sobreactuación de Kirk Douglas que, sobre todo en su fragmento inicial, hace alarde de todos sus tics a la hora de intentar expresar el tormento interior de su personaje. Dmytryk no contiene a su estrella, que bien es cierto que en los pasajes finales si logra –pese a la nueva afluencia de esos excesos-, trasmitir esa exorcización del trauma que en buena medida es el epicentro de la película. Por encima de esos dos detalles, lo cierto es que –sobre todo cuando transcurren los primeros veinte minutos de película-, esta va elevando su interés dentro de ese recorrido físico y espiritual por un Israel fotografiado en un atractivo blanco y negro –obra de J. Roy Hunt- con los modos del cine negro, tan habituales al cine de Dmytryck. De hecho, en buena medida sus rasgos combinan el trazo policíaco –la investigación que realiza Paul Stewart-, con el retrato de personajes de compleja y torturada psicología, que poblaron buena parte de la filmografía de Dmytryck –CROSSFIRE (Encrucijada de odios, 1947), OBSESSION (1949) o THE SNIPER (1952), por ejemplo-. De la misma forma, también en la película se describe una pincelada solapada en torno a la justificación de la delación –el momento en que el padre de la niña con la que el protagonista entabla amistad al principio, le indica al detective que debe colaborar con las autoridades, aunque no siempre sea lo más apropiado-. Un sentimiento de culpa que se manifestará reiteradamente en la obra de Dmytryk, con posterioridad a esa delación, y que podría establecerse como una de las constantes que este realizador marcó en sus películas a partir de aquel episodio.
Calificación: 2’5
0 comentarios