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CINEMA DE PERRA GORDA

PARIS BRULE-T-IL (1966. René Clément) ¿Arde Paris?

PARIS BRULE-T-IL (1966. René Clément) ¿Arde Paris?

Cualquier aficionado recuerda que durante la primera mitad de la década de los sesenta, proliferaron superproducciones cinematográficas dedicadas a recordar y dramatizar por medio de la imagen, las mil y una batallas que se desarrollaron en el contexto de la II Guerra Mundial. Puede que todo tuviera su inicio con la apuesta de Darryl J. Zanuck en THE LONGEST DAY (El día más largo, 1962. Ken Annakin, Andrew Marton y Bernhardt Wicki), en donde se contaba con un aire verista –la presencia de la fotografía en blanco y negro era determinante-, y un reparto estelar en pequeños papeles. En definitiva, fueron unas características que se fueron prolongando durante varios años de forma inflexible en una sucesión de títulos muy pronto olvidados y sustituidos por otras muestras de esta corriente. El paso de más de cuatro décadas de este ciclo de producciones, quizá debiera permitir una reconsideración de algunos de ellos –y personalmente he de confesar la enorme sorpresa que me produjo no hace demasiado tiempo el visionado de ANZIO (La batalla de Anzio, 1968. Edward Dmytryk), tantos años despachada como una “vulgar película de guerra”, y que me pareció uno de los títulos más amargos y personales de su realizador-.

Ese es el ejemplo que nos muestra PARIS BRULE-T-IL (¿Arde Paris?, 1966. René Clément), que es probable se planteara como la respuesta de la industria de cine francesa a este tipo de producción, y en ella –lógicamente- nada mejor que escenificar el proceso de levantamiento y rebelión de la resistencia francesa ante el asedio nazi en 1944. Una crónica que aborda menos de tres semanas en agosto de aquel año, en la que se fraguó y gestó esta hazaña por parte de los franceses, y cuyo punto de inflexión lo marcó la llegada al mando de la capital francesa del general Dietrich von Choltitz (Gert Fröbe). Se trata de un hombre mesurado pero fiel al Führer, quien le ha ordenado que gobierne con mano dura una ciudad en la que se siente el peso de la resistencia, llegando incluso a plantearse la posibilidad de destruirla por completo –al igual que sucediera con Varsovia-, caso de que la rebelión se consumara.

A partir de esta base –y con un guión elaborado por Gore Vidal y Francis Ford Coppola,  a partir de la conocida novela de Dominic Lapierre y Larry Collins- se desarrolla esta larga pero nunca tediosa crónica del levantamiento francés, alternando en ella la presencia de hechos y personajes históricos, combinándolos de forma paralela con esa “letra pequeña” que, en definitiva, es la que proporciona una mayor credibilidad al relato. El primer acierto de PARIS… lo supone esa logradísima ambientación que consigue intercalar imágenes documentales de los hechos relatados y resulta un complemento verosímil e incluso necesario. A ello contribuye notablemente la excelente aportación del operador de fotografía Marcel Grignon, quien logra la debida credibilidad y textura sombría a un relato que procura una narración caracterizada por una crónica en la que se ausentan los momentos bigger than life –quizá tan solo subrayados por algunos elementos de la banda sonora de Maurice Jarre. Esa relativa cotidianeidad en el relato –incluso en sus momentos más terribles, como el traslado de dos mil presos a un tren con destino a un campo de concentración, o el engaño y cruel fusilamiento de un grupo de jóvenes e ingenuos resistentes-, son expuestos dentro de un conjunto sobrio y contenido en el que no faltan ciertos apuntes humorísticos que contribuyen a desdramatizar el conjunto –la boda que se interrumpe al ocupar la prefectura, el momento en que soldados aliados se adentran en el piso de una anciana solícita para contraatacar a los nazis-.

Llegados a este punto, y aunque PARIS… tiene bastante de título de productora, no es menos ciertos que en sus imágenes se despliega el talento de uno de los mejores y menos apreciados realizadores con que contó el cine francés; René Clément. Un hombre que había filmado seis años antes la mítica PLEIN SOLEIL (A pleno sol, 1960), y cuyo anterior producto fue una película magnífica y muy poco recordada –LES FÉLINS (Los felinos, 1964)-. Quizá no cabe decir que el director galo demostrara estilo en una película en la que los condicionantes industriales son tan determinantes. No obstante, es innegable es que demostró el suficiente oficio para procurar que un relato de estas características combinara con bastante acierto lo cotidiano, y las secuencias de acción conserven en todo momento un tono bastante homogéneo, destacando una estupenda planificación y destreza en el uso del formato panorámico. No era la primera ocasión en la que Clément había dirigido películas ambientadas en el entorno de la II Guerra Mundial, aunque lo cierto es que si observé en la película un elemento que me parece –con mucho-, lo más valioso y personal de la función. Me estoy refiriendo a esa querencia “bizarra” e insólita que se destaca en algunas de sus imágenes, logrando transmitir una mirada que proporciona una extraña y sorprendente sensación de veracidad, poco habitual en los relatos de estas características. Y con ello me refiero a instantes como el diálogo que se establece entre el personaje que encarna Jean-Paul Belmondo con un hombre ciclista que se ve enfrascado en un combate, o la situación similar que se produce con la intempestiva presencia de un pastor con un rebaño ¡¡de cerdos!! en medio de los propios Campos Elíseos. PARIS… está trufada de detalles extraños de esta índole, que quizá nos permitan recordar esa inclinación que Clément ya había puesto en práctica en uno de sus títulos más prestigiosos, el brillante JEUX INTERDITS (Juegos prohibidos, 1952), y que en este caso sirven para reafirmar la veracidad de lo narrado, paradójicamente al incorporar detalles en apariencia artifiosos.

Resulta obvio señalar que una producción de estas características asume servilismos. Es innecesaria la presencia de un reparto de grandes estrellas –por más que la mayor parte de ellos resulten convincentes-, para interpretar la mayor parte de sus roles. A mi juicio solo sirven para enturbiar el seguimiento del relato, con la inequívoca distracción que en una crónica de estas características supone ver a Glenn Ford, Kirk Douglas o Yves Montand. Ni que decir tiene que algunos de los personajes se tratan con una mayor hondura –y en esta vertiente destaca poderosamente el que encarna con brillantez Gert Fröbe, poniendo de manifiesto ese conflicto que se planteó a numerosos oficiales alemanes de cierta sensibilidad y cultura ante la evidencia de la rendición, y que se había tratado con especial brillantez en una película que estoy seguro les sirvió de referencia –THE TRAIN (El tren, 1964. John Frankenheimer)-. Al mismo tiempo, hay un elemento que pienso no está lo suficientemente trabajado en el guión, y que quizá a tenor del resultado final debió haber quedado en un lugar más secundario, ya que finalmente deviene desaprovechado. Me estoy refiriendo al plan expuesto por los alemanes de destruir totalmente la ciudad francesa. Si bien es interesante que quede integrado en la historia, lo que no resulta tan adecuado es que se plasme en las imágenes dedicando varios minutos al proceso de colocación de cargas explosivas en los lugares más emblemáticos de la capital francesa, para luego liquidar la cuestión con ese plano en el auricular en el que la voz de Hitler exclama el célebre “¿Arde Pais?” que dará título a la película. Dicha carencia, la innecesaria presencia de un reparto multiestelar, y el estéril plano en color que cierra la película con una vista aérea de París son, a mi juicio, los lastres más destacados de una película a la que el paso de los años le ha sentado bastante bien, y que casi queda como un canto de cisne para la trayectoria de un magnífico realizador francés, que a partir de entonces osciló en un devenir bastante errático, e indigno de su filmografía precedente.

Calificación: 2’5

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