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CINEMA DE PERRA GORDA

LE MURA DI MALAPAGA / AU DELA DES GRILLES (1949, René Clément) Demasiado tarde

LE MURA DI MALAPAGA / AU DELA DES GRILLES (1949, René Clément) Demasiado tarde

Poco a poco, y según voy acercándome a varios de sus títulos, cada vez tengo más asumido el hecho de que en Réne Clément encontramos a uno de los más grandes cineastas surgidos en la posguerra francesa. Tenemos frente a nosotros al hombre de cine prototípico que merecería recibir una retrospectiva completa en un festival de altura, lo que permitiría ratificarnos en la opinión de que no se trataba simplemente de un artesano más o menos competente –lo cual en sí mismo ya sería digno de mayor reconocimiento del que recibió por la ignominia de los esbirros de Cahiers du Cinema-, sino que nos encontramos ante un cineasta con un mundo expresivo y temático propios. Una doble vertiente que contemplando LE MURA DI MALAPAGA / AU DELA DES GRILLES (Demasiado tarde, 1949) aparece con una clarividencia pasmosa. Y es que además de resultar una película magnífica, digna del altísimo nivel de sus primeros títulos –aunque un poco por debajo de la extraordinaria LA BATAILLE DU RAIL (1946)-, es quizá en esta ocasión donde la quintaesencia del cine de Clément se expone de manera más rotunda.  Pero antes de señalar esos elementos de estilo narrativos, y temáticos, conviene detenernos en lo que nos transmiten sus imágenes. Un recorrido argumental que se inicia en el lugar donde se guardan las cadenas y las anclas de un vetusto barco. Allí se encuentra escondido el un tanto misterioso Pierre Arrginon (excelente Jean Gabin). Por lo que intuimos se encuentra escondido de la justicia, aunque un fortísimo dolor de muela lo fuerza abandonar la nave y buscar un dentista que soluciones su situación. Para ello, tendrá que descender hasta Génova y luchar con el general desconocimiento de sus habitantes del francés. Solo una niña, Cecchina (una Vera Talchi llena de frescura) mostrará un extraño afecto hacia el recién llegado –unido al hecho que al proceder de Niza comprende el francés-, acompañándolo hacia un dentista, que finalmente le sacará la muela, no sin advertir Pierre que ha sido estafado y robado por un contrabandista sin escrúpulos. Dispuesto a acudir a la policía por motivos que desconocemos –se trata en realidad de una persona que tiene en su interior muy bien asumido su destino-, acudirá la comisaría pero una curiosa circunstancia le llevará hasta un mesón en el que una de sus camareras –Marta (poderosa Isa Miranda)-, ayudará desde el primer momento al hambriento cliente, camuflando el pago con los billetes falsos que conserva. Será el inicio de una extraña relación, en medio de una Génova en la que la herida de la reciente guerra mundial deviene con una casi dolorosa presencia. Donde las gentes pobres –como Isa y su hija-, pueblan las dependencias de un antiguo y ruinoso convento donde se hacinan no pocos vecinos. En unas calles llenas de empedrados y boquetes por doquier, y donde también encontraremos el contraste de una parte de la ciudad próspera en la que se encuentran gentes que parecen de otro mundo. Lo comprobaremos cuando en un breve espacio de tiempo, los dos seres solitarios y en dificultades –Pierre y Marta-, vayan intimando entre ellos, recuperando el primero las pertenencias que tenía en el barco, entre las que se encontraba una nada desdeñable cantidad de dinero, que gastará en esa mujer que le ha brindado su ayuda.

En medio de ese contexto, resultará desconcertante la actitud de Cecchina, que en un principio había admirado y ayudado a Pierre, que se verá envuelta en dificultades al intentar ser recuperada por su padre –separado de Marta-, pero que por momentos se mostrará reacia a la relación que su madre mantiene con el recién llegado, mientras que en la parte final no dude en ayudarlo para intentar escapar de su destino. Y es que Pierre se encuentra buscado por haber asesinado a una antigua amante, aspecto que este la confesará a esa mujer que se ha abierto hacia él, mostrándose comprensiva ante una actitud que encontró justificada. En realidad, el film de Clément –que aparece como una coproducción entre Francia e Italia –en el primero de los países, su título fue el ya citado AU DELA DES GRILLES-, y que encuentra entre sus guionistas con nombres del prestigio de los italianos Suso Cecchi D’Amico y Cesare Zavattini, junto a los galos Jean Aurenche y Pierre Bost, aúna en su metraje una extraña y muy conseguida mezcla de relato de cariz neorrealista, combinando su presencia –sin interferir- con ese realismo francés que ya tenía suficiente abolengo y se manifiesta en la película con más pertinencia –bajo mi punto de vista- que en el de tantos títulos un tanto sobrevalorados firmados por nombres como Marcel Carné. Desde sus primeros fotogramas, merced a la fuerza y el vigor que le proporciona la fotografía de Louis Page, Clément se siente seguro al describir un marco decadente y sombrío. Una especie de marco en el que el espectador atisba de antemano el devenir de un callejón sin calida para un hombre que decide de manera natural hacer frente a su destino.

Pero al margen de la fuerza de su relato, o la credibilidad que se establecen entre sus principales personajes –incluso la descripción de los secundarios es lo suficientemente sólida-, destacan en LA MURA DI MALAPAGA aspectos técnicos de gran relevancia, como esos planos con los que Clément parece adelantarse a la Nouvelle Vague, en los que la cámara parece estar situada fuera de cualquier eje. Desconozco si la elección formal fue deliberada o forzada por las circunstancias; el caso es que su resultado aparece fascinante, brindando algunos instantes en los que ese desequilibrio visual proporciona al relato un matiz casi irreal, dentro de una historia en la que el espectador llega a transpirar el drama colectivo que se extiende por una ciudad llena de ruina, pero que intenta sobreponerse a sí misma merced a la vitalidad de unos habitantes heridos, pero al mismo tiempo dispuestos a dar una segunda oportunidad a unas vidas casi truncadas. Y antes señalaba que la película que comentamos, al margen de sus intrínsecas cualidades –logrando el premio al mejor director y mejor actriz en el Festival de Cannes de 1949-, brinda la quintaesencia del mundo expresivo y temático de Clément. Para ello no hay más que destacar la semejanza que poseen sus imágenes con varios de los títulos de su filmografía, en donde destaca su poderosa descripción de ambientes de clases bajas y obreras –algo que abordará incluso la posterior GERVAISE (1956), desarrollada a partir de la adaptación de la novela de Zola-, ese apego que el director francés sostuvo por los personajes infantiles –de los cuales su máxima expresión se encuentran en la célebre JEUX INTERDITS (Juegos prohibidos, 1952) –sin duda fue uno de los realizadores europeos más sensibles a la hora de trasladar a la pantalla las complejidades que encierra la aparente inocencia infantil-, o incluso un matiz muy poco tratado, como es el de describir espacios cerrados y opresivos, en los que el hombre se encuentra como un ser encerrado –las secuencias en las que Pierre se encuentra escondido en un piso superior-. Será algo que tendrá su máxima expresión en la excelente, eternamente menospreciada, y para mi quizá la obra cumbre del realizador –lo cual es mucho decir- como es LES FÉLINS (Los felinos, 1964).

Son todo ello, elementos y matices que hablan a las claras de una serie de constantes que Clément fue introduciendo y reiterando, conformando una serie de rasgos propios demostrando acceder a un determinado estatus que le elevaba del cineasta competente, hasta un marco de mayor complejidad. De todos modos, huelga consignar estos elementos para apelar a la política que realmente determina mi mayor o menor cariño hacia el cine; “la de las películas”. Por ello no hace falta –aunque haya sido conveniente señalarlo-, recurrir a una determinada condición de su realizador para admirar una película espléndida, que de manera curiosa huye del tremendismo –sus imágenes finales apelan a ese destino fatalista del protagonista, asumido por los tres seres que han protagonizado su estancia en Génova-, y en la que no puedo dejar de admirar la utilización dramática que aplica de ese ruinoso convento en el que se hacinan seres desarraigados y carentes de recursos, o ese fabuloso episodio inserto en su tramo final, en el que Cecchine huirá por una serie de escondrijos ante la llegada de la policía al domicilio de Marta, en una deslumbrante carrera entre ruinas –con detalles como la inesperada presencia del fragmento superior de una vieja estatua entre las mismas-, intentando ayudar al fugitivo al que aprecia pero del que en el fondo se siente recelosa ya que ha captado la atención de su madre, mediante la inserción de una serie de indicaciones en tiza en las calles por las que presume va a discurrir Pierre, advirtiéndole de la presencia de la policía. Sin embargo, llegado el momento decisivo, el destino o la actitud de la niña de nada servirá para evitar que este asuma ese destino que tenía marcado y decidido ya desde el primero de los fotogramas de esta espléndida y poco conocida obra de un Réne Clément que, de manera paulatina, me está confirmando en su condición de pequeño gran cineasta.

Calificación: 3’5

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