Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

FURY AT SMUGGLERS’ BAY (1961, John Gilling) La bahía de los contrabandistas

FURY AT SMUGGLERS’ BAY (1961, John Gilling) La bahía de los contrabandistas

Hace no demasiado tiempo comentaba la grata sorpresa que me había supuesto el visionado de la atractiva propuesta de aventuras THE PIRATES OF BLOOD RIVER (1962, John Gilling), auspiciada para Hammer Films y escorada dentro del terreno del cine de piratas. En dicho comentario hacía referencia a que Gilling ya había experimentado dentro de dicho contexto poco tiempo antes con FURY AT SMUGGLERS’ BAY (La bahía de los contrabandistas, 1961). Es más –y dada la cercanía con la que se sucederían-, es posible que la existencia de esta última fuera la que propiciara el título antes señalado. La casualidad me ha permitido contemplar ambas con poca distancia, y de entrada cabe señalar que nos encontramos con una más que digna propuesta dentro de este subgénero, pero justo es reconocer que la misma no llega a alcanzar la altura de su posterior incursión en el mismo –que ya señalé en su momento se situaba entre lo más brillante contemplado por su director-. Por el contrario, FURY AT… desprende ese digno nivel medio que Gilling asumió en lo que he podido contemplar de su filmografía –entre ellas, varias propuestas para la citada Hammer-. Es decir, el pulso humilde pero adecuado de un artesano medio, competente y profesional, quizá destacado de manera especial en el tratamiento de secuencias y episodios marcado por un aire bizarro.

Parte de ello se encuentra en esta película, desarrollada en las costas de la Inglaterra del siglo XVIII, en cuyo seno conviven pescadores que alternan su trabajo con el oficio de contrabandistas, para con ello poder cumplir con las contribuciones correspondientes con los terratenientes, y que sufrirán el acoso e incluso la mortal competencia de otros colectivos, denominado “carroñeros”, que en el entorno donde se desarrolla la acción, se encuentran al mando del veterano Black John (Bernard Lee). Este no duda en luchar contra los inofensivos contrabandistas, forzando y atacando todos los barcos que de noche encallan en la bahía que protagoniza el relato, no conformándose solo con robar las pertenencias de estos, sino que llegará a asesinar asesinar a todas sus tripulaciones. La situación no se verá alterada con el regreso del señor de Trevenyan (Peter Cushing) desde Londres, un hombre circunspecto y de moral rígida, renuente a la hora de mostrar sus sentimientos, y que verá con desagrado al llegar, como su hijo Christopher (John Fraser, un buen galán inglés poco reconocido y de aspecto inquietante, que tan bien se encuadraba en roles como el que encarnó en EL CID (1961, Anthony Mann), no duda en desdeñar el clasismo inherente a la personalidad de su progenitor, cuando se encuentra entrenando a la espada con su criado, y está enamorado de lo que para su padre no es más que una simple plebeya. Muy pronto Trevenyan será partícipe de la situación que asume su territorio, pero al mismo tiempo algo detendrá el ataque de quienes están provocando estragos en las costas, diferenciándolos de esos contrabandistas pacíficos que en realidad son sus súbditos. Y es que algo de su pasado se encuentra albergado y custodiado por el astuto Black John, no dudando en dirigir el ataque gubernamental en contra de los segundos, dejando prácticamente sin castigo a los auténticos autores de esas constantes matanzas. En medio de dicha circunstancia quedará preso François Lejeune (Goerge Couloris), padre de la prometida de Chris –Luise (Michèle Mercier)-. Por ello esta escribirá a su amado –al que el padre ha enviado a Londres para que la olvide-, retornando el joven e implicándose en la lucha contra los carroñeros que encabeza Black John, ayudando para ello al denominado “El capitán” (William Franklyn), un bandido caracterizado por sus buenos modales y caballerosidad. Dentro de una espiral de creciente peligrosidad, el hijo de Trevenyan –que en realidad esconde un origen bastardo que es el motivo del chantaje permanente de Black John-, se irá implicando en un mundo que es ajeno por completo al que ha pertenecido desde su nacimiento, en abierta contraposición a la educación que ha recibido de su rígido padre, pese a la comprensión que siempre ha encontrado en su hermana Jenny.

Es quizá en ese aspecto, donde mayor atractivo se encuentre a nivel argumental en una película que se contempla con agrado, destacada en un atractivo uso de la pantalla ancha, y que cumple con los requisitos más o menos acostumbrados en este tipo de producciones –una ambientación física y creíble, la presencia de adecuados duelos de espada…-. Sin embargo, en ella se echa de menos una mayor complejidad a nivel de guión, desaprovechándose en cierto modo ese componente de enfrentamiento no solo generacional, sino de esos dos mundos contrapuestos que se producirá entre Trevenyan padre e hijo –sería un elemento que el cine británico sí que utilizaría pocos años después dentro de un prisma más crítico-. No obstante, ese relativo convencionalismo del guión –que llega a ciertos extremos como la facilidad con la que se producen los chivatazos, representados en el rol de la tabernera-, no evita que nos encontremos ante un relato que se contempla con considerable placidez, demostrativo de ese más que estimable nivel medio de la producción de género que coexistía en el cine inglés junto a la eclosión del Free Cinema, y la fuerza popular –que entonces iba opuesta a su reconocimiento crítico- adquirida por Hammer Films, y demostrando el eterno funcionamiento que el cine de géneros tuvo en la producción inglesa durante décadas. Fue una evidencia ante la que reiterarán códigos y convenciones pero también, como en este caso, ratificaría una probada eficacia, que incluso en algunos instantes deviene en instantes de refinamiento visual, como en ese encadenado que liga el plano medio de la novia de Chris, con la chimenea del caserón donde este se encuentra secuestrado por parte de “El capitán”, para forzar la liberación de los injustamente encarcelados contrabandistas.

Calificación: 2’5

0 comentarios