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CINEMA DE PERRA GORDA

CITY STREETS (1931, Rouben Mamoulian) Las calles de la ciudad

CITY STREETS (1931, Rouben Mamoulian) Las calles de la ciudad

Más allá del poso que puede ofrecer su conjunto, al contemplar CITY STREETS (Las calles de la ciudad, 1931) uno siente la impresión de asistir a un cúmulo de influencias y referencias. Son aspectos que si bien no siempre se dan de la mano de manera armoniosa, es cierto que en sus mejores momentos ofrecen fragmentos esplendorosos, e incluso en los menos brillantes no impiden que esa confluencia de factores, permita adquirir a su resultado ese rasgo casi de eje referencial de un tipo de cine que, muy poco tiempo después, se extendería en determinadas vertientes del Hollywood en los años treinta. Ya desde sus primeros planos, esta producción de la Paramount demuestra de un lado la querencia por la apuesta visual de su realizador, Rouben Mamoulian, en este su segundo título –dentro de una filmografía no especialmente amplia pero sí sustanciosa y versátil al mismo tiempo-. Su argumento se inicia con un magnífico montaje que nos revela el proceso de producción y distribución de la cerveza por medio de los gangs que controlaban el reparto de la misma en el periodo en que su consumo se encontraba prohibido. Sin diálogo alguno, Mamoulian demuestra haber aprendido las mejores virtudes del cine silente, introduciendo al espectador de forma directa y ágil en el contexto en el que se encontraba una cinematografía como la norteamericana, en ese 1931 donde aún no se estaba dominada la presencia del sonoro. Adelantándose incluso a los logros del SCARFACE (Scarface, el terror del hampa. 1932) de Howard Hawks, el director acierta de pleno en sus primeros minutos presentarnos un impecable uso de la elipsis y una planificación en la que no sobra ni falta un solo plano, describiendo los modos de comportamiento que desarrollaban los hombres de Big Fellow (Paul Lukas), a la hora de distribuir sus contenidos, e incluso eliminar aquellos hombres que pueden suponerle cualquier contratiempo –tanto en sus negocios como en las conquistas amorosas que este no deja de poner en práctica-. Al mismo tiempo, esos instantes nos permitirán apreciar los astutos modos manifestados por la joven Nan Cooley (la maravillosa Sylvia Sidney), integrante de dicha banda. Todo ello en apenas unos instantes, donde la elipsis nos brindará el asesinato de un competidor de Fellow –el sombrero que portaba con sus iniciales discurrirá por en medio de las aguas del muelle, ratificándonos su asesinato en off por los hombres del primero-. En medio de dicho contexto, nuestra joven y pícara protagonista –su guiño de ojos se hará característico- desarrollará sus tareas delictivas ayudando a su padrastro Pop Cooley (el singular y casi lúbrico Guy Kibee).

Como podemos ratificar, Mamoulian despliega en esta su segunda incursión como director una mano experta, por lo que no es de extrañar que muy pronto se consolidara su posición dentro de la industria, rodando el mismo año y para el mismo estudio –uno de los punteros de aquel tiempo-, la estupenda DR. JEKYLL AND MR. HYDE (El hombre y el monstruo, 1931). A esa capacidad para la inspiración visual, CITY STREETS unirá el hecho de aprovechar las posibilidades que le brindaba ser un producto rodado antes de la implantación del temible código Hays –con los elementos de insinuación sexual que sus imágenes plantean-, o incluso el hecho de resultar una traslación -¿Quizá referente?- de no pocos de los elementos que muy poco tiempo después definirían el denominado “realismo poético” característico en el cine francés. No vamos a entrar en especulaciones sobre donde estarían los precedentes de dichos rasgos, pero no cabe duda que la magnífica manera con la que el film muestra el encuentro entre Nan y Kid (Un joven Gary Cooper, demostrando ya desde su juventud su irresistible carisma), permite que vayamos incluso más allá, incidiendo a un grado de impacto romántico digno del mejor Borzage; la inclusión del primerísimo plano de la muchacha guiñando el ojo al joven de quien se encuentra enamorado y que trabaja como ayudante en una atracción de tiro de feria, mostrándose a continuación el plano de repercusión de este en todo su varonil aspecto. Será un contacto visual casi eléctrico que tendrá su continuidad con el paseo que ambos mantendrán juntos en un descanso del muchacho junto a las olas. La fuerza de dicho fragmento –sin duda, una de las cimas de la película- deviene irresistible, en donde la fuerza del tronar e intensidad de estas se corresponde a la modulación de la expresión de esa atracción que se establece entre dos jóvenes que entre el fragor de la orilla reiteran su casi inevitable amor, recomendando Nan a Kid que se adhiera a las actividades del gang de Fellow, en donde podría adquirir un modo de vida más acomodado. Pese a ello este manifestará su rechazo, prefiriendo vivir en esa atracción cuyo jefe le trata con escaso aprecio, pero en el que mantendrá inalterable su integridad.

No obstante, el desarrollo de un nuevo golpe llevará a Nan a prisión –ha sido detenida con la pistola que le pasara Pop, antes de deshacerse de ella-, en donde el tiempo le hará consciente de que los que en teoría tenían que protegerla y sacarla de allí, cuando ella se ha resistido a delatar a su padrastro y los componentes del grupo de delincuentes, poco a poco se dará cuenta de que ha sido utilizada en sus labores de ayuda y abandonada en la cárcel. Hay a ese respecto una secuencia de especial intensidad, cuando a través de un picado y entre las rejas de su ventana, la joven contemple como se deja herido a uno de los protectores de una de sus compañeras. Y es curioso señalar como Mamoulian se preocupa por dotar a las secuencias de interiores de prisión de una especial vivacidad visual, bien sea proporcionando encuadres de herencia expresionista –sobre todo centrados en la manera con la que se encuadran los barrotes y recovecos de las rejas, para lo que contará con la inapreciable ayuda del operador Lee Garmes, o experimentando con la fuerza del travelling –como ese magnífico que se aleja de Nan cuando esta se encuentra pensando en su litera, acercándose de nuevo cuando sus conclusiones se van consolidándose. Pero para la joven supondrá un auténtico revés contemplar como Kid ha sucumbido a las tentaciones del gran jefe, integrándose en su banda de matones –para lo cual hará gala de su destreza con la pistola en la que había sido su atracción de feria-. Pese a los requerimientos de la muchacha –en un encuentro entre ambos en la prisión-, Kid pronto irá ascendiendo en el interior de la banda, debido tanto a su carisma como a su ímpetu en el manejo del revolver. El tiempo transcurrirá hasta que Nan cumpla su condena siendo recogida por su amado, quien le promete un modo de vidas cómodo. Sin embargo, el retorno de la muchacha hará florecer en Fellow su nunca oculta atracción por las mujeres, deseándola bajo todos los conceptos, aunque ello no le impida despachar del modo más despreciable a su hasta entonces actual amante –Angie-. Esta no dudará en intentar vengarse, al tiempo que se producirá en el interior de la banda un revulsivo que permitirá que Kid se haga con el mando de la misma, dentro de una situación de herencia griffittiana en la que la salvación de Nan irá acompañada por la del propio protagonista masculino.

Más allá de un seguimiento argumental exhaustivo, CITY STREETS destaca por la concisión y sequedad con la que su realizador maneja el lenguaje cinematográfico –en el que casi se ausenta por completo fondo sonoro alguno; tan solo en la secuencia de la fiesta y en breves insertos de radio-, en la franqueza con la que se muestra un mundo corrupto –tal y como en ese mismo año ofrecería William A. Wellman en la magnífica THE PUBLIC ENEMY (1931), en la cercanía con unos modos de vida de una delincuencia que se nos antojan enormemente cercanos en la pantalla, pese a transcurrir ochenta años desde que esta fuera realizada, a la química que se establece entre Cooper y la Sydney, al magisterio con el que Mamoulian utiliza la elipsis –además del ejemplo señalado al principio, podemos citar el episodio en el que Pip elimina a Blackie, en una secuencia dominada con la presencia de figuras de estilizados gatos, potenciando el ambiente de amenaza vivido en el ambiente sofisticado que se desarrollará en el enfrentamiento previo de ambos, que finalizará con el crimen del segundo de ellos.

Por todo ello, y aún reconociendo que su director no apura hasta las últimas consecuencias el guión de Oliver H. P. Garrett, tomado de una historia de Dashiell Hammett –se detecta un cierto estatismo en los momentos de interiores en los que se intenta desenvolver el asesinato de Fellow, y las secuencias finales, tras la magnífica carrera vivida por Kid, Nan y sus antiguos compañeros que los quieren liquidar, que el primero deja en libertad de manera muy pacífica, devienen algo ingenuos pese a la metáfora del plano de las aves en libertad y el uso de la música clásica-, lo cierto es que CITY STREETS debe ser reconocida en cualquier antología del cine de gangsters de aquellos primeros años treinta, demostrando tanto el talento y la inventiva visual de Mamoulian –que tan sólo había filmado una película hasta entonces-, al tiempo que descubriendo el talento de dos figuras con desigual suerte en la pantalla, aunque ambos de enorme talento. La frágil Sylvia Sidney, que en aquellos años fue una auténtica revelación en la pantalla, y un jovencísimo Gary Cooper, que nadie imaginaba se convertiría en una de las mayores leyendas del cine.

Calificación: 3

1 comentario

Alfredo Alonso (Cineyarte) -

Mamoulian es, en mi opinión, unos de los más grandes directores de la historia del cine. En su reducida filmografía encontramos obras pioneras en su género (al menos en la etapa sonora) como la obra maestra El hombre y el monstruo, el excelente e imaginativo musical Ámame esta noche o la obra que nos ocupa y que acabas de comentar.
También es necesario destacar la extraordinaria La reina Cristina de Suecia, Sangre y arena, El signo del Zorro o la despreciada joya El cantar de los cantares, filme que supuso un gran descubrimiento para mí.

Me alegro de que hayamos llegado a similares conxlusiones respecto a la magnífica Stranger... de Tourneur.
Recientemente he publicado en mi blog una reseña de Más allá del bosque, de King Vidor.

Más irregulares, aunque con fragmentos de exquisita elaboración, son Vivamos de nuevo o La reina de Moscú.