TED BUNDY (2002, Matthew Bright) Ted Bundy
No cabe duda que el cine norteamericano se ha mostrado siempre sensible ante la existencia de esos asesinos en serie que –además de aterrorizarlos- pusieron muchas veces en tela de juicio el modo de vida de su país. Es curioso constatar como esa aparente “mayor democracia del planeta”, permita florecer y albergar una serie de monstruos que en el fondo no están más que generados por una sociedad hipócrita, puritana y llena de prejuicios como la de Estados Unidos. Esa singular circunstancia ha sido tema recurrente a numerosos títulos brillantes, que han logrado horadar a través de sus imágenes en el lado oscuros del falso “gran sueño norteamericano”. Películas tan reconocidas como IN COLD BLOOD (A sangre fría, 1967. Richard Brooks) o tan poco conocidas como THE SNIPER (1952. Edward Dmytryk) no son más que ejemplos pertinentes dentro de una amplia galería de títulos que llega hasta los últimos años con numerosos exponentes que estoy convencido, cualquier espectador mínimamente avezado podría ampliar y completar.
Pues bien, a esa relación generada en la década de los noventa, hay que agregar TED BUNDY (2002, Matthew Bright), curiosa pero finalmente no demasiado distinguido intento de trasladar a la pantalla la trayectoria criminal de tan conocido asesino, que cometió sus múltiples crímenes durante las décadas de los setenta y ochenta, y finalmente fue ejecutado en la silla eléctrica. Oscilante en su ritmo, dubitativa en los rasgos visuales empleados y en la mirada efectuada, si algo hay que agradecer al film de Bright –al menos, bajo mi punto de vista- es en el hecho de mostrar una andadura y unas acciones absolutamente atroces, sin recurrir para ello a efectismos visuales o, especialmente, al exhibicionismo gore. Se que a este respecto hay opiniones contrapuestas, pero mi estómago prefiere en esta vertiente la máxima tourneriana del “sugerir antes que mostrar”. Por ello, hay que agradecer que las imágenes sean lo suficientemente terribles en su descripción de las atrocidades de Bundy, sin tener que asistir a una ensalada sanguinolienta de miembros amputados y descuartizamientos varios. En ocasiones, ese simple diálogo del perturbado asesino ante una cabeza ya casi momificada y ridículamente decorada con una peluca, o los momentos en que machaca a varias jóvenes antes de su captura final -y donde el protagonista es mostrado embadurnado de sangre-, son elementos suficientes para hacer sentir al espectador el horror que puede provocar un ser humano enfermo y perturbado por una infancia y un entorno familiar definido por sus irregularidades y probablemente por un contexto represivo. En este sentido, hay que decir que la película no resulta lo suficientemente precisa, y todas las referencias quedan como apuntes aislados en las actitudes del protagonista.
Bundy (una notable composición de Michael Reilly Burke, de las que condicionan e incluso acribillan una carrera cinematográfica) es un joven estudiante de derecho, joven, atractivo y atrayente. Entre sus aspiraciones no oculta el poder acceder a la política –es el clásico ejemplo de cachorro republicano de extracción humilde-. Pero bajo su perfecta apariencia se esconde un hombre enfermo, quizá traumatizado por una oscura tendencia familiar, y que alberga en su mente tendencias sexuales de carácter necrofílico. Para desarrollarlas, además de poseer una amante a la que tiene totalmente sometida, provocará una sucesión de horrendos crímenes, a los que acudirá para satisfacer sus instintos sexuales.
Uno de las grandes limitaciones de TED BUNDY estriba, bajo mi punto de vista, en esa ya señalada falta de pulso del realizador a la hora de encontrar el tono adecuado a la narración. Si bien la misma se caracteriza por una ambientación adecuada, lo cierto es que el tono de esta oscila entre una apariencia inicial a lo tutti-frutti, en algunos momentos incorpora los tics visuales del cine de los setenta, y durante aproximadamente su primera hora, adopta un aire de comedia negra e irónica que, a la postre, resulta su principal aliado. En cierto modo, me recordó bastante por sus rasgos a la precedente AMERICAN PSYCHO (2000, Mary Harron), aunque oscilando en su tratamiento de la descripción puramente urbana del film de la Harron, por un recorrido descrito a través de territorios marcadamente rurales y decantados a la denominada “América profunda”.
Lamentablemente, creo que esa inclinación se pierde en el último tramo de la película, sobre todo en esos minutos finales que no aportan nada a la narración, y abandonan cualquier matiz irónico para centrarse en los minutos finales del asesino antes de su ejecución. No hay en ellos una mirada crítica ante la pena de muerte, ni un cuestionamiento social de la presencia de la pena máxima. Esas limitaciones y, fundamentalmente, una plasmación visual pobre, contribuyen a que finalmente los elementos de interés que atesora el metraje previo, queden en el olvido ante una conclusión –la ejecución del condenado- que en ningún momento llega a asumir alcance revulsivo alguno, diluyéndose entre una enorme asepsia.
Pese a estas objeciones, resulta interesante retener algunos de los momentos más intensos de la película. Especialmente destacaría dos de ellos, que quizá no se incluyan entre los más aparentemente atroces. El primero de ellos es la forma que Bright tiene de describir la alienación de la sociedad norteamericana de la época –Bundy sale de casa de una de las víctimas llevándola a hombros totalmente envuelta en telas. Por su lado discurre un grupo de jóvenes que hace caso omiso a la visión-. El segundo sería el instante en que la ingenua novia de Ted descubre su naturaleza asesina. Cuando va a visitarlo a la prisión, este le alude por vez primera a su acusación de asesinato implorando piedad. Sin embargo, ella observa –y aquí el ralenti utilizado resulta pertinente-, en la sonrisa de este el matiz atroz de su personalidad, algo que hasta ahora no había percibido pese a los abusos sexuales a que había sido sometida.
Y del conjunto irregular de su metraje, y la sensación de no haber apurado a fondo sus posibilidades, lo atroz de sus momentos más terribles y los destellos de reflexión que solo quedan intuidos en algunos de sus momentos, TED BUNDY se revela finalmente como una propuesta interesante pero de cortos vuelos, desperdiciando su oportunidad para lograr un alcance revulsivo a nivel temático, e intenso y perturbador en lo cinematográfico. Concluyendo, una película tan atractiva a priori, como finalmente fallida.
Calificación: 2
1 comentario
David Breijo -
Solo escribo cuando creo que puedo aportar algo de interés, por mínimo que sea.
Me llama la atención que durante días no añades entradas y de repente tres o cuatro. Pero imagino lo difícil que debe ser mantener un blog, especialmente uno bien hecho, como creo que es el tuyo.
Lo que ocurre es que muchos de los títulos que comentas o no los he visto -todavía- o -como King´s Row, que lo ví cuando Reagan era Presidente- los he visto hace bastante tiempo y apenas recuerdo cosas sueltas.
Si añado algo a tu comentario del film de Bright no es porque lo haya visionado, aunque lo tengo desde hace tiempo en mi videoteca... suelo decir que me moriré antes de ver o leer lo acumulado, pero intento seguir acumulando. Manías.
Pero me ha llamado la atención que no menciones, aún de pasada, un film anterior de este director. La producción de Oliver Stone, "Freeway" (1.996), que a mí me lo descubrió como alguien cuando menos, interesante.
Se trata de una versión retorcida del cuento de Caperucita Roja, con Reese Whitherspoon y Kiefer Sutherland interpretando al lobo feroz, un psicópata burgués de vida aparentemente normal (hace 24 horas que han atrapado al "solitario", por cierto...).
El film es perverso, agobiante y cuenta con un papel destacado e imprevisible de una casi desconocida Brooke Shields. Me gusta cuando un director da a un actor un papel que lo desencasilla y éste sabe aprovecharlo.
Y como una idea me lleva a otra, a mi Shields no me hace pensar en sus films ñoños de eterna quinceañera, sinó que la recuerdo en su breve y terrible papel en otro film de terror poco conocido en España a pesar de estar estrenado y del que circulan dvds casi regalados de bajo coste, "Communion" (El Rostro de la Muerte, 1.976) de Alfred Sole, un film desasosegante en su sencillez y sadismo.
Ambos merecen un vistazo, en mi opinión. "Freeway" fue tal éxito, que tuvo una secuela, sin el mismo casting, en la que el cuento reinterpretado fue Hansel y Gretel. No la he visto, pero creo que está editada.
Como anécdota te añado que hay un libro titulado "Little Red Riding Hood uncloaked. Sex, morality and the evolution of a fairy tale" (Caperucita al desnudo -como ves el título original es superior y menos tópico- Ed. Ares y Mares, 2.003) en el que la autora, Catherine Orenstein, dedica 8 páginas al film.
Saludos.