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CINEMA DE PERRA GORDA

KINGS ROW (1942, Sam Wood)

KINGS ROW (1942, Sam Wood)

Puede decirse sin temor a equivocarnos, que KINGS ROW (1942, Sam Wood) fue una de las apuestas más destacadas de la Warner Bros en el terreno del melodrama durante los primeros años de la década de los cuarenta. El éxito acompañó a la película, elevando a la categoría de estrellas a sus protagonistas –especialmente Ann Sheridan y Ronald Reagan-, y realizando una nueva apuesta por un relato que se extendía en el marco de una pequeña ciudad norteamericana, a través del crecimiento y la madurez de unos personajes que expresaban el paso del ímpetu de la juventud a la aceptación de la serenidad de sus vidas. En cualquier caso, podemos señalar que su resultado resulta agradable y mantiene momentos de inspiración, al margen de apreciarse claramente el esfuerzo y el look del estudio. Sin embargo, en su conjunto da la impresión de ser un producto que no apura sus posibilidades, y de forma muy especial se echa de menos en ella la presencia de un realizador con más personalidad que el impersonal Sam Wood.

Con un argumento procedente de una novela de Henry Bellamann, al parecer de muy escasos valores, el experto guionista Casey Robinson se encargó de su adaptación cinematográfica, con la premisa de resultar un relato con una serie de connotaciones sexuales que la hacían inviable para su filmación cinematográfica. En una entrevista insertada en el primer volumen de BACKSTORY, Robinson relataba la pésima impresión que le produjo la lectura de la novela, las ideas que tuvo para soslayar en la pantalla los elementos más escabrosos de la misma –fundamentalmente centrados en la conversión del incesto que protagonizan los personajes de Claude Rains y Betty Field en una locura para la segunda-, y la estrecha colaboración que mantuvo con su realizador, a la que se extendió al diseño de las escenas por parte del gran director artístico William Cameron Menzies. Es evidente en este sentido, que KINGS ROW es una película llena de créditos prestigiosos. Lo está en su reparto y su equipo técnico, destacando en el segundo la impronta en la escenografía de Cameron Menzies, las excelencias de la fotografía de James Wong Howe –basados especialmente en una muy estrecha valoración de los decorados, que conservan el estilo del estudio, con la presencia de sombras proyectadas sobre los personajes-, y la banda sonora de Erich Wolfgang Korngold, especialmente mostrados en un tema central realmente evocador.

La película se inicia en 1890 en la pequeña localidad que da título al film. A través del pequeño Parris Mitchell y su íntimo amigo Drake McHugh, se recorre el entorno íntimo y tranquilo que les rodea, relacionándose el primero de ellos con la extraña Cassandra Tower, hija del inquietante Dr. Tower (espléndido, como siempre, Claude Rains). Pasan los años y Parris (ya bajo los rasgos del actor Robert Cummings), se acercará de nuevo hacia el Dr. Tower, con la intención de que este le enseñe los primeros pasos de la profesión de médico, estableciéndose entre ellos una sincera admiración mutua. Sin embargo, Cassandra (Betty Field) se seguirá viendo con Parris a escondidas de su padre, registrándose igualmente en la vida del muchacho la desaparición de su abuela, ya de avanzada edad. A ello habrá que sumar el trágico envenenamiento de Cassandra por parte de su padre, quien posteriormente se suicida, haciendo mella estos tristes sucesos en el protagonista, quien viaja a Viena para estudiar, especializándose en el terreno de la psiquiatría. Pese a la distancia, la acción de la película se divide en dos marcos diferentes, aunque se centre en las calles del ese KINGS ROW que parece resistirse a la evolución que marca el paso del tiempo, y conserva ese aire casi de inocencia típicamente norteamericana.

Y en este periodo, por un lado Parris hará notables progresos en sus estudios, que finalmente le permitirán la posibilidad de lograr una plaza en la universidad de la capital austriaca. Menos halagüeño es el porvenir que sufre su gran amigo, quien es rechazado por los padres de Luise Gordon (Nacy Coleman) –la muchacha con la que salía-, y poco después se veía perjudicado tras la huida de su padre, quedándose prácticamente sin recursos y teniendo que abandonar su condición de joven rico –los exponentes de su clase social lo han dado de lado-, y viviendo en la casa de Randy Monaghan. Gracias a la ayuda del padre de la muchacha logra un trabajo como vigilante, pero infortunadamente una noche le caerá encima una pila de ladrillos, ocupándose de atenderlo el Dr. Gordon (Charles Coburn), quien decidirá amputarle las piernas –reiterando una tendencia sádica que ha venido poniendo en práctica con numerosos pacientes con el paso del tiempo-.

La amputación romperá el ímpetu de Drake, ofreciéndose Randy a casarse con él, algo que por otra parte tenía ya decidido hacía bastante tiempo. Sin embargo, ni este cariño, ni las posibilidades que le brinda Parris –que regresará de Viena para estar con los suyos, alertado de la noticia sufrida por su amigo-, logran que Drake intente al menos una cierta normalidad. Algo que finalmente el ya psiquiatra tendrá que establecer con rudeza al decirle la verdadera e innecesaria circunstancia por la que sus piernas fueron amputadas. Afortunadamente, el relato ejercerá como catarsis para el disminuido físico, al tiempo que permitirá a Parris conciliar el respeto a su profesión, y tratar como paciente a su gran amigo. Pero al mismo tiempo, para nuestro protagonista será la oportunidad de retornar a sus orígenes, representados en la familia que actualmente ocupa su antigua casa, y con cuya hija desde el primer encuentro ha encontrado sumamente atractiva.

Será esta la conclusión final de KINGS ROW, en la que unos jóvenes maduran, otros envejecen, unos quieren huir de la ciudad en la que nacieron, mientras que el destino les lleva de nuevo allí. Y todo ello, mediante la estructura de un melodrama coral, en el que tiene un especial peso la presencia de considerables elipsis que nos evitan contemplar los momentos más trágicos o melodramáticos del relato –la muerte de la abuela, su entierro, el envenenamiento de la hija del doctor y su posterior suicidio-, estructurado en un montaje de secuencias basadas fundamentalmente en el uso de dichas elipsis. Una elección formal que cierto es que proporciona algunos momentos revestidos de cierta emotividad –la que refleja el crecimiento de Parris delante de la pequeña escalera que hay junto al árbol, la que sucede a la noticia de la muerte del Dr. Tower con Parris delante de su tumba, preguntándose por el absurdo de su muerte y la de su hija-. Sin embargo, y aunque también en su extenso pero nunca aburrido metraje haya que destacar la fuerza de varios momentos de carácter confesional o intimista, lo cierto es que en su conjunto la película se caracteriza por la presencia de un montaje un tanto apresurado o poco armonioso, que incluso en más de una ocasión hace parecer que nos encontremos ante secuencias o momentos que han sido eliminados burdamente en la mesa de montaje.

Es por ello que ese mensaje que en todo momentos intenta trasladar la película, de plasmar la posibilidad que existe en el ser humano de madurar en vez de simplemente envejecer, no está expresada con la suficiente homogeneidad y convicción en una película que por momentos parece replegarse sobre sus tintes folletinescos, por mucho que afortunadamente en esa premisa sus fotogramas no se inclinen jamás por elementos tremendistas. Sin embargo, uno no deja de añorar esa homogeneidad y carácter que Sam Wood –un artesano generalmente pesado y engolado-, logró con su mejor película –OUR TOWN (1939)-, en la que quizá sus mayores méritos se debieran a la intervención directa del dramaturgo Thornton Wilder. Y es que, por citar algunos ejemplos de este mismo periodo y de títulos de características más o menos cercanas, KINGS ROW no puede resistir la comparación con películas de la categoría de HOW GREEN WAS MY VALLEY (Que verde era mi valle, 1941. John Ford), THE MAGNIFICENT AMBERSONS (El cuarto mandamiento, 1942. Orson Welles) o la más lejana STARS IN MY CROWN (1950. Jacques Tourneur). Es la diferencia del producto aplicado y competente con la de la obra sentida, asumida y personal que definen los tres títulos señalados.

Calificación: 2’5

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