CASANOVA BROWN (1944, Sam Wood) Casanova Brown
Sin lugar a dudas, CASANOVA BROWN (Casanova Brown, 1944) es un título desconcertante. Cierto es que Sam Wood –prototipo del artesano sin personalidad, incluso pesado, aunque ocasionalmente artífice de títulos de relieve; el ejemplo que considero más perdurable sería el de la excelente OUR TOWN (Sinfonía de la vida, 1940)- practicó la comedia, dando como fruto dos aportaciones al servicio de los Marx Brothers, uno de los cuales se erige entre los más célebres del tándem -A NIGHT AT THE OPERA (Una noche en la ópera, 1935)-. Sin embargo, no podemos decir que la imagen que tenemos de este cineasta, serio y solemne, se pueda corresponder a esta extraña propuesta, por momentos delirante, en otros decepcionante –sobre todo al comparar sus mejores episodios con lo convencional de su trazado final-. Y es a partir de dicha circunstancia, cuando podemos apreciar las cualidades que emanan de esta aportación a la comedia, en un periodo extraño para el género, donde ya empezaba a eclipsarse la imponente aportación de un Preston Sturges, Lubitsch estaba a pocos años de fallecer, y Leo McCarey, Frank Capra, George Cukor o Howard Hawks iban a especiar su producción en el seno del mismo. En definitiva, nos encontramos ante un periodo –por así decirlo- “puente”, en el que no faltarían aportaciones valientes –como las de Mitchell Leisen- o de menor entidad pero atractivas, como las firmadas por Richard Wallace, Alexander Hall, Harry C. Potter u otros. En el seno de dicho contexto, lo cierto es que CASANOVA BROWN aparenta por momentos mantener los tintes de una screewall comedy tardía, hasta descender poco a poco en un terreno más convencional… aunque su inicio se aparente con vistos de drama.
Este relata la llegada de Cass Brown (un Gary Cooper encarnando un rol quizá más apropiado para Cary Grant). Nuestro protagonista es un respetado profesor de universidad, poco creíble descendiente del italiano personaje Giacomo Casanova –aunque más adelante se comprenderán dichas raíces-, que se encuentra a punto de contraer matrimonio. De hecho, su llegada se espera para realizar los ensayos y preparativos de boda con Madge (Anita Louise), aunque ello no deje de llevar aparejado la constante sucesión de comentarios sarcásticos por parte de su padre Mr. Ferris; (un impagable Frank Morgan, de que nunca se ha señalado su extraño parecido con Mariano Rajoy). Sin embargo, la recepción de una inesperada misiva por parte de un centro hospitalario le traerá la duda, recordando a Ferris una extraña circunstancia vivida no hace mucho tiempo, como fue su efímero matrimonio con Isabel Drury (Teresa Wright), una joven de buena familia… a la que sin pretenderlo dejó embarazada antes de separarse de ella. A la llegada a dicho hospital, y tras vivir una serie de peripecias, advertirá que ha sido padre de una hija con su antigua esposa. La inesperada y explosiva situación desbordará a Brown, quien en principio no verá ocasión para intentar salir de una circunstancia que impediría su boda, pero lo único que le vendrá a la mente al contemplar a la pequeña, será el deseo de secuestrarla y, con la ayuda de una enfermera amiga, instalarse en un hotel para atender a su pequeña. Lo que jamás intuirá, es que el reconocimiento de la niña, además de hacer aflorar en él a todo un padrazo, sea el señuelo para reanudar una relación con Isabel que ya tenía en el olvido.
Lo primero que cabe resaltar en CASANOVA BROWN, es ese aire ligero por lo general ausente en el cine de Sam Wood. Provista de esa extraña oscilación de ritmo que se apreciará tras el extraño inicio –de tinte dramático-, poco a poco nos insertaremos en una insólita –aunque no plenamente lograda- comedia, en la que se detecta sin lugar a duda la aportación en el guión del reputado Nunnally Johnson, aireando una obra de teatro de Floiyd Dell y Thomas Mitchell –también guionista, además de legendario intérprete de carácter-. De hecho, la obra original Little Accident, ya fue llevada al cine en 1939 de la mano de Charles Lamont –con un resultado por completo anónimo y previsiblemente poco estimulante-. Lo realmente curioso en el film de Wood, reside a mi juicio en esa mezcla de vertientes del género pero, ante todo, en la presencia de fragmentos que nos remiten a una actualización del slapstick silente, y al mismo tiempo se establecen como un hipotético puente con la renovación de esa vertiente, que provendría de personalidades tan opuestas como el francés Jacques Tatí o el norteamericano Jerry Lewis. Y es que, en verdad, si algo aparece como memorable en el título que comentamos, reside en dos episodios que deberían figurar por derecho propio en cualquier antología del género, y a partir de los cuales lo que sería una propuesta apagada y sin chispa, se eleva y logra un resultado final apreciable, por más que su conjunto detecte esa descompensación. Al hablar de ellos, me refiero en primer lugar al arrollador bloque en el que la visita de Brown a la mansión de los estirados padres de Isabel, llevará a una sucesión de desternillantes situaciones desde el momento en que esconda el cigarro que está fumando –ya que la madre no soporta que se fume en la residencia-, culminando el fragmento con el increíble incendio y destrucción total de la misma. Lo que sobre el papel podría aparecer como una situación difícil de llevar a la pantalla con un mínimo de credibilidad, filmado, interpretado y montado con un impagable sentido de la lógica destructiva, dispuesta además con una desarmante naturalidad.
El otro gran fragmento de CASANOVA BROWN lo ofrece la llegada al hospital del protagonista, quien de forma casi absurda es objeto de una serie de pruebas médicas que aceptará con un hilarante estoicismo, hasta llegar al momento de conocer a esa hija de la que no tenía la menor noticia. Sin duda, es el otro gran fragmento álgido, de un film que a partir de entonces no solo no alcanzará dicho nivel –era demasiado pedir-, sino que descenderá a un determinado grado de blandura –el protagonismo de la bebé incidirá en ello-, en el que incluso resultará molesta la aportación de Cooper, hasta confluir en un resultado más o menos convencional, que diluye el grado de locura que el film ha deparado en sus mejores momentos. Ello no nos ha de impedir reconocer una comedia llevada con buen pulso, provista de un look hasta cierto punto sorprendente, y de la que solo cabe lamentar que esos fragmentos tan brillantes antes citados o las rupturas de su tono, no fructificaran en un resultado más compacto,
Calificación: 2’5
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