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CINEMA DE PERRA GORDA

AMBUSH (1950, Sam Wood) [Emboscada]

AMBUSH (1950, Sam Wood) [Emboscada]

Un vigoroso travelling, descrito en absoluto silencio ente la llanura de Arizona, y que nos muestra la devastadora acción de la tribu de Diablito, es el impresionante progenérico de AMBUSH (1950), quizá el mejor movimiento de cámara jamás rodado por Sam Wood en toda su carrera, en la que sería su última película –sospecho que su muerte ocurrió poco después de finalizar el rodaje a los sesenta y seis años de edad-, nos señalan que el veterano realizador se encontraba aún en plenitud de sus facultades. Y los minutos que siguen a este western, parecen apuntar a una inusitada dureza al describir las estrategias seguidas por el curtido vaquero Ward Kinsman (Robert Taylor), acompañado del veterano Frank Holly (John McIntire), quienes lograrán esquivar a los indios precisamente disponiendo como tapadera en unos barrancos sus caballos y robando los de dos de dichos indios que quedaban en la retaguardia. La agreste orografía descrita en los pasajes del estos primero minutos, nos predisponen a contemplar lo que bien podría ser un film inserto en la corriente que marcaran títulos tan ilustres como los prácticamente coetáneos YELLOW SKY (Cielo amarillo, 1948) o THE GUNFIGHTER (El pistolero, 1950. Henry King). Es decir, relatos destacados por la fuerza telúrica de su entorno, delimitados en un áspero blanco y negro, y en el que el peso de unos parajes caracterizados por lo escarpado y la dureza, dominan incluso la psicología de sus personajes. Indudablemente, de entrada resulta sorprendente encontrarnos ante un planteamiento así en una película firmada por Sam Wood –de nuevo para la Metro Goldwyn Mayer-, predisponiéndonos de antemano a contemplar un pequeño logro del género. Dicha circunstancia finalmente no se producirá, pero ello no impedirá asistir a un relato en el que destacan ante todo los episodios y fragmentos en los que la acción se centre en esos siniestros y áridos exteriores de Arizona, donde Diablito se ha escapado de su reserva, y mantiene secuestrada a la hija de un general, antes que el entramado psicológico desarrollado en el interior del fuerte al que acudirá nuestra pareja protagonista. En la misma, encontraremos una galería de personajes y situaciones que, a rasgos generales, incidirán más que en la dureza de la vida castrense, en un cierto grado de frustración por momentos casi existencial, entre los moradores de la misma. Entre ellos se encontrará uno de los oficiales que no dudará en agredir a su esposa –hastiada de ser la mujer de quien es, pero resignada por el ímpetu de su religión a cumplir el mandato del matrimonio hasta el fin de sus días, pese a que interiormente desea a otro oficial del mismo-, a lo que habrá que unir el implícito triángulo amoroso que se establecerá entre el recién llegado Kinsman con el áspero Capitán Ben Morrison (John Hodiak). Será un enfrentamiento latente que se agudizará cuando el primero de ellos acceda a ejercer de guía para rescatar a la hermana de Ann Duverall, la hija del general, por la que implícitamente se sentirán ambos atraídos, aunque ella se incline hacia Lorrison –sin que haya habido compromiso por medio-. Esa animadversión se acentuará cuando este último se haga con el mando al ser agredido el Mayor Breverly (Leon Ames). Ello no impedirá que Kinsman ejerza como guía tal y como tenía comprometido, pero en todo momento se hará patente en él un especial sentido de la intuición, que le valdrá para advertir a Ann que su preferencia por Lorrison será baldía y, sobre todo, sentir ese cosquilleo en la nuca en cada una de las ocasiones en las que el peligro aceche el envío del comando para capturar a Diablito y, con ello, rescatar a la secuestrada.

A partir de ese momento, la película abandonará ese tono oscuro y sombrío que había caracterizado las secuencias desarrolladas en el fortín, incidiendo quizá en la tristeza de los sentimientos de cuantos seres pueblan su interior, caracterizados por el hastío de una vida cerrada y dominada por la amenaza y la carencia de poder ejercer como tales seres libres. En su oposición, AMBUSH adquirirá a partir esos momentos la claridad de los diurnos secos y polvorientos de la agreste y montañosa Arizona –con la excepción del episodio en el que la avanzadilla tendrá controlado a un grupo de indios que Diablito ha dejado atrás-. Sin embargo, Wood ofrece lo mejor del relato en la descripción de la lucha de ambos comandos, en las estrategias seguidas por indios y americanos y, sobre todo, plasmando secuencias de una contundencia tal como aquella que nos permite comprobar las habilidades de los hombres del líder indio a la hora de esconderse de los soldados para tenderles una emboscada. Ello nos permitirá asistir a ese gigantesco plano general en el contemplaremos ese casi mágico escondite de los indios, sin dejar huellas evidentes, hasta permitir que los hombres que comanda Morrison caigan con enorme facilidad en la emboscada sin que la llegada del los refuerzos evite una auténtica masacre –aunque en ella se logre el objetivo de salvar a la hermana de Ann-. Todos los soldados caerán en la lucha, con la excepción de uno de los más veteranos, mostrando el director con una enorme dureza el dantesco paraje de cadáveres de indios y soldados, dispuestos sobre el suelo y sin vida.

De alguna manera, pese a haber logrado el objetivo de salvar con vida a la secuestrada, AMBUSH culmina con una extraña sensación de fracaso colectivo. Lorrison morirá, como lo harán la practica totalidad del comando, la sumisa esposa del oficial que no ha cesado de tratarla sin el menor respeto, en el fondo asumirá su incapacidad para darse una nueva oportunidad a su vida y, en definitiva, nuestro protagonista habrá vivido una nueva aventura, sin que se atisbe el menor indicio de que pueda establecerse una relación sólida con Ann, máxime cuando el recuerdo de la muerte del tercer vértice del triángulo se encuentra bien presente. Es por todo ello, y cuando uno destaca los elementos más brillantes e incluso sorprendentes, viniendo de las manos de quien vienen –un director caracterizado por ofrecer productos caracterizados por su blandura de tono-, cierto es que cabe destacar su apuesta por ofrecer uno de los primeros westerns psicológicos que poco a poco se adueñarían del género, proporcionando una de los últimos periodos dorados del mismo. Sin embargo, en el mismo no deja de echarse de menos una mayor homogeneidad en el conjunto planteado. De haber sido así, desde luego nos hubiéramos encontrado ante un exponente plenamente valioso de las nuevas corrientes del cine del Oeste. Sin embargo, me queda una extraña interrogante que nunca podremos ratificar ¿Cómo se hubiera dirigido la andadura posterior de Sam Wood caso de no producirse esa prematuramente, a tenor de los mejores momentos que plantea esta apreciable y en ocasiones incluso apasionante producción? La respuesta, evidentemente, nunca la conoceremos.

Calificación: 2’5

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