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CINEMA DE PERRA GORDA

GREEN CARD (1990, Peter Weir) Matrimonio de conveniencia

GREEN CARD (1990, Peter Weir) Matrimonio de conveniencia

Obra citada de pasada a la hora de recorrer la trayectoria de Peter Weir en Estados Unidos, GREEN CARD (Matrimonio de conveniencia, 1990) se encuentra sin duda dentro del periodo menos relevante dentro de la andadura del realizador australiano –que por otro lado le permitió éxitos comerciales como WITNESS (Único testigo, 1985) o DEAD POETS SOCIETY (El club de los poetas muertos, 1989)-. Reconociendo esta premisa, y pese a definirse como un título de aparente cortos vuelos, estos se expresan en todo momento en el contexto de una comedia agradable y en buena medida respetuosa con el espectador, revelando en todo momento –y dentro de las posibilidades que su planteamiento y condicionamientos de producción permiten-, la intención de Peter Weir de desmarcarse de los estereotipos y clichés dominantes en la comedia romántica al uso.

Brontë (Andie McDowell) y Georges (Gérard Depardieu) se casan sin conocerse. Ella es una newyorkina que trabaja en proyectos medioambientales, decidiendo formalizar la boda para poder acceder a un apartamento que goza de invernadero –que solo se alquila a casados-. Por su parte, Georges es un bohemio inmigrante francés, a quien varios meses después de su boda se reencontrará casualmente con su “esposa a distancia”. La llegada de los inspectores de inmigración, llevarán al forzoso reencuentro de ambos para poder sortear sus respectivos interrogatorios. Esta artificiosa convivencia permitirá descubrir en la cuadriculada joven la sensibilidad y vitalidad de Georges, mientras que este verá en ella la posibilidad de acceder a un modo de vida más codificado.

A partir de su rotunda oposición de caracteres, GREEN CARD alberga ciertos ecos de la screewall comedy, pero desde el primer momento ratifica la intención de Weir de desmarcarse de los patrones narrativos en el género. Desde la extrañeza con la que es fotografiada New York, hasta esas imágenes de inicio y casi de cierre que inciden en la variedad étnica de la cosmopolita ciudad, la película destaca por su matiz casi contemplativo y la ausencia de grandes subrayados musicales –en los pocos en que el fondo sonoro hace acto de presencia, podemos comprobar lo mal compositor que ya entonces era Hans Zimer-. Weir incide durante todo el metraje en su demostrada facilidad para filmar la extrañeza de lo foráneo, simbolizado en ese pez que Georges regala a Brontë, o en el plano que muestra a este en la puerta del apartamento de la joven, encuadrado a través de la mirada de la misma. Creo de todos modos que GREEN CARD funciona mejor en su primera mitad, aunque en los minutos finales el interés se vuelva a elevar, hasta alcanzar una cierta emotividad en la ambigua despedida de ambos.

Caracterizada por la magnífica labor de su reparto –en el que destacan sus protagonistas, pero a los que hay que hacer extensivos la definición que le proporcionan sus intérpretes y personajes secundarios-, lo cierto es que esta fábula que en ocasiones alcanza ecos caprianos, permite disfrutar de momentos y secuencias francamente divertidas. Entre ellas cabría señalar todas las incidencias que protagoniza la anciana y chismosa vecina –genial el instante en el que Brontë no la deja entrar en el ascensor, para que no delate la situación a su mejor amiga- pero, sobre todo, el irresistible timming que adquiere la larga secuencia de la fiesta de los padres de la amiga de la protagonista. La cita está protagonizada por adineradas snobs, entre las que Georges entrará como un elefante en una cacharrería. Se le invitará a que interprete una pieza a piano –él es compositor-, alucinando a todas ellas con una composición modernista, aunque luego las conmueva con una pieza más clásica, acompañada con versos.

Tan honesta en sus planteamientos y desarrollo, como insuficiente a la hora de plasmar el drama de tantas personas que han vivido en carne propia estas situaciones, lo cierto es que GREEN CARD supone un título hasta cierto punto alimenticio en la andadura de Weir, que pocos años después nos brindará un título tan inclasificable como FEARLESS (Sin miedo a la vida, 1993), relanzando su trayectoria con obras de la talla de THE TRUMAN SHOW (El show de Truman, 1998) y, especialmente, la magnífica MASTER AND COMMANDER: THE FAR SIDE OF THE WORLD (Master & Commander, 2003).

Calificación: 2’5

 

2 comentarios

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Just shows that writing via practical knowledge brings so considerably depth and relevance to kinds readers. Thank you for sharing.

amarilleento -

Una pelicula hermosa con pequeños defectos