HOUSE OF SAND AND FOG (2003, Vadim Perelman) Casa de arena y niebla
No están los tiempos actuales en el cine norteamericano –y, por ende, mundial-, para despreciar el bagaje de cualidades que proporciona HOUSE OF SAND AND FOG (Casa de arena y niebla, 2003) debut en la realización del ucraniano Vadim Perelman. Ofrece, que duda cabe, un conjunto de sugerencias que nacen precisamente en la densidad y capacidad de sugerencia que proporciona su material de base, la novela de Andre Dubus III. No hace falta ser un observador muy agudo, para darse cuenta que buena parte de los méritos del título que nos ocupa provienen de una base literaria rica en matices, que el realizador y guionista sabe trasladar a la pantalla, contando con un equipo técnico y artístico que –se nota-, se implicaron en un proyecto intenso y sensible. Unos rasgos que se salen de los estereotipos habituales dentro del panorama del cine USA, aunque por otro lado entronca sus características con productos tan magníficos como IN THE BEDROM (En la habitación, 2001. Todd Field). Con este referente comparte su intimismo y la mirada contrapuesta al sueño americano, mostrando por el contrario esas grietas y puntos débiles de su sociedad contemporánea. Imbricándose en suma, el contexto de un melodrama con progresivos tintes trágicos, que revela más allá de sus apuntes puntuales e incisivos en torno al contraste de culturas, la tenue barrera que existe en el ser humano a la hora de mostrar su lado más terrible o compasivo en función de las circunstancias vitales que le rodeen.
HOUSE OF… muestra el devenir cotidiano de dos personas a las que el destino va a unir no de forma complaciente. Por un lado nos encontramos con Kathy (Jennifer Connelly), una joven adicta a las drogas que no ha superado la muerte de su padre, quien le dejó como herencia la casa en la que vive en una localidad costera de California. Su magro horizonte vital no hará más que iniciar una espiral hacia el abismo, cuando a partir de su desinterés pierda de forma incomprensible la propiedad de su vivienda. Al no haber pagado una serie de impuestos sufrirá un embargo, abriéndose para ella una situación inesperada. El inmueble será comprado a un precio bajo por el coronel Behrani (Ben Kingsley), un hombre de mediana edad, casado y con un hijo, quien años atrás tuvo que huir de Irán a partir de la caída del régimen del Sha, teniendo que sobrevivir e integrarse forzosamente en el contexto de la sociedad norteamericana. El veterano militar –un hombre con un gran conocimiento de la vida-, encuentra en esta compra una manera de huir de un modo de vida dominado por el gasto, y con la mirada puesta en una operación especulativa que proporcione seguridad a su familia. En la oposición de ambos caracteres, quedará marcada la relación que se establecerá entre Kathy y el agente de policia Lester (Ron Eldard), un joven en realidad débil –casado y con dos hijos- que encontrará en la muchacha un asidero dentro de su escaso estímulo vital. Lamentablemente, la confluencia de ambos jóvenes no hará más que acentuar el pathos trágico de una historia a la que el destino ha marcado una conclusión llena de aparente infelicidad, pero que en realidad parece demostrar que la complejidad de la existencia, la propia configuración de la personalidad humana, y el peso de atavismos culturales y sociales, muchas veces están condenados al enfrentamiento.
El film de Perelman quedará definido en la constatación serena, medida e inescrutable, de ese proceso autodestructivo que, en ocasiones contra los propios instintos de sus personajes, formarán ese círculo trágico que en el desarrollo del film quedará reflejado en múltiples alusiones y metáforas insertadas de forma sutil. De forma paradójica, y contra lo que es habitual en el cine de los últimos años, donde proliferan las películas estiradas inútilmente en su duración, HOUSE OF… es una de las escasas propuestas de los últimos años a la que una duración más extensa, quizá le hubiera beneficiado en conjunto. Es curioso señalar esto, cuando nos encontramos con un metraje ligeramente superior a las dos horas, pero lo cierto es que en no pocas ocasiones se tiene la sensación –y esta es una de las escasas objeciones que se puede formular a una película tan intensa como esta- de que la densidad de su tratamiento dramático en ocasiones tiene una formulación visual expresada de una forma un tanto ligera para poder asimilar todas sus sugerencias. Este detalle, y una relativa tendencia a pinceladas esteticista, creo que es lo único que se puede oponer a un título planteado, rodado y asumido con el corazón por todos cuantos formaron parte del proyecto. Se trata, que duda cabe, de una sensación difícil de describir, pero fácil de entender para cualquiera que contemple su resultado. La elegancia y precisión de su planificación, el acierto de su montaje –que es un elemento considerable a la hora de mostrar el devenir paralelo de sus personajes protagonistas-, la delicadeza y aliento trágico de su banda sonora o las tonalidades de su paleta fotográfica, saber crear atmósfera, integrarse en la historia y amar a los seres que pueblan la función, con sus contradicciones, sus matices terribles y tiernos al mismo tiempo. Todo ello le permitirá recrear un microcosmos que revela las causas y los efectos de un entorno, de su desarraigo, y unas soledades que buscan encontrarse sin acierto, y finalmente solo alcanzarán el caos de la imposible convivencia, por más que en muchas ocasiones prime en sus relaciones el afecto y la comprensión.
Afortunadamente, el film de Perelman logra en su conjunto centrarse y amar a sus protagonistas y se muestra preciso en el apunte, el detalle, y la mirada aparentemente descuidada. Es por ello que la descripción de este reducido entorno humano resulta atractiva desde los primeros minutos, prendiendo la narración en el espectador, ya que le permite ser partícipe del devenir de seres con los que se siente cercanos. Seres a los que determina su pasado hasta el punto de marcarles un futuro inevitablemente trágico, pero ante el cual prácticamente no pueden más que asumir el mero hecho de vivir la expresión vital que el destino les ha deparado, como si de una espiral centrífuga les consumiera.
Ni que decir tiene que propuestas como la que nos ocupa, nos dicen más de las contradicciones, los prejuícios, las flaquezas y los agujeros negros de un modo de vida aparentemente idílico como el norteamericano, que tantas y tantas realizaciones aparentemente “progresistas” como nos han querido vender en los últimos años –pienso en mediocridades tan aclamadas como CRASH (2004, Paul Haggis) o 21 GRAMS (21 Gramos, 2003. Alejandro González Iñárritu)-, demostrando que en el cine importa más la forma que el fondo, dejando siempre que el primer factor sea el que nos traslade a la posible valía de sus contenidos temáticos. En esta ocasión el conjunto funciona por medio de una narrativa basada en la eficacia y la entrega, logrando un abanico cerrado de personajes creíbles y cercanos, llenos de veracidad a través de sus matices, emociones y contradicciones, al que dan vida un reparto absolutamente fabuloso. Más allá de las cualidades señaladas, lo cierto es que HOUSE OF… sería la película perfecta para un premio colectivo de interpretación. La sinceridad y entrega de Kingsley, Connelly, Aghdashloo o Eldard es tal, que en no pocos momentos se tiene la sensación de contemplar no al actor, sino al personaje que interpretan. No es poco para los tiempos que corren, encontrarse con un melodrama tan tierno y desesperanzado, tan lejano en apariencia y cercano en el fondo. Y es que, a fin de cuentas, el ser humano es universal, y el film de Perelman nos lo demuestra con una historia genuinamente norteamericana en el escenario elegido, pero generalizada en su alcance. Un film formidable, que de haber contado con una puesta en escena algo más reposada, estoy convencido hubiera confluido en un logro absoluto.
Calificación: 3’5
0 comentarios