STAY HUNGRY (1976, Bob Rafelson)
¿Quién se acuerda hoy de Bob Rafelson? Cualquiera diría que su nombre siempre era citado dentro la relación de aquellos cineastas que en la primera mitad de los setenta, estaban definidos como parte de la esperanza y el relevo en el “nuevo cine norteamericano”. Su nombre se codeaba con el de Coppola, Scorsese, Bogdanovich, Mallick, y algunos otros, conformando su cine –junto al que todo este grupo de cineastas-, a través de relatos intimistas y trasladando su mirada en esa otra Norteamérica que emergía en plena crisis del Vietnam. De esta forma, se atrevieron con la ruptura de ciertos tabúes a través de sus elementos contraculturales y, con ello, ofreciendo otros planteamientos cinematográficos, quizá en algunos casos envejecidos ante la mirada de nuestros días, mientras que en otros el paso de los años ha permitido que afloraran sus cualidades, sus elementos de arrojo, o incluso una mirada sorprendente, iconoclasta y cariñosa hacia sus personajes.
Esto último es que lo que, en pocas palabras, podría definir personalmente la relativa sorpresa que me proporcionó el visionado de STAY HUNGRY (1976, Bob Rafelson). Sorpresa en primer lugar por que un título de sus características haya permanecido tantos años ignorado. En España ni siquiera se estrenó comercialmente –aunque recuerdo que la revista “Fotogramas” de la época le dedicó un reportaje-. Quizá ese estreno se frustrara por la existencia de una serie de secuencias aparentemente sórdidas –aquellas que se desarrollan en el gimnasio a cargo de su viejo y sátiro dueño, su ayudante y dos jóvenes expertas en artes amatorias-, pero en realidad plasmadas con disolvente y caústico sentido del humor. Es probable que en sus imágenes no se advirtieran unas posibilidades de éxito comercial, e indudablemente en ese sentido creo que no anduvieron desacertados. Ahora bien, creo que pasados los años es cuando hay que hacer constar que con el film de Rafelson nos encontramos con una película realmente “a contracorriente”, precisa en la descripción de su extraña gama de personajes, escasamente deudora de un argumento en sí mismo simple, en líneas generales acertada en su combinación de elementos de comedia y melodrama, hasta conformar en su conjunto un resultado en cierta medida insólito. Una combinación de elementos que no deja de ofrecer una visión crítica de determinados ambientes sociales norteamericanos –especialmente esa clase alta que es fustigada en la larga secuencia de la fiesta-, y que emparenta esta película con productos satíricos de éxito como SHAMPOO (1975, Hal Ashby), aunque logra distanciarse positivamente de este referente, en la medida que resulta un producto mejor narrado y con una mirada dominada por la humanidad de sus personajes.
Lo cierto es que la fauna humana que puebla las imágenes de STAY HUNGRY puede ser calificada entre las más iconoclastas del cine norteamericano de la década de los setenta. A saber. En ella se combina la andadura de un joven y ocioso joven de buena familia –Craig Blake (un notable Jeff Bridges)-, que se ha quedado huérfano recientemente y trabaja en una firma inmobiliaria. Encargo de la misma es llevar a cabo la compra de un viejo gimnasio, con lo cual los promotores puedan cerrar una importante operación urbanística en el entorno. Sin embargo, esta circunstancia no será más que el inicio de un punto de inflexión en la hasta entonces rutinaria y cómoda andadura vital de nuestro protagonista. A partir del encuentro con el entramado humano del gimnasio, Craig madurará y entrará en contacto con la joven y vivaracha Mary (Sally Field) y, también, con un extraño, pausado y lúcido practicante de culturismo Joe Santos –al que da vida un debutante Arnold Schwarzenegger-, que aspira –como el propio actor lograra en aquel tiempo-, al título de Mr. Universo.
En la combinación de todos estos factores, Rafelson logra trasladar a la pantalla una propuesta de argumento más bien escueto, pero que permite la interacción de sus principales personajes, alcanzando una pintura de caracteres que paulatinamente va mostrando su tinte de sinceridad. De tal forma lograba que el espectador se acercara a ellos y a su andadura humana, por medio de una mirada al tiempo satírica y bufonesca, pero del mismo modo entrañable y creíble. Por momentos, parece que nos encontremos ante una versión tardía de algunas de aquellas comedias pop realizadas a finales de los sesenta, en la que el aire contracultural, y los ecos de una ascendencia hippy, vengan reforzados por una realización sólida que logre sobrepasar con brillantez los escollos propios de los modos visuales “seventies”, tan envejecidos en nuestros días.
En su oposición, STAY HUNGRY llega alcanzar en su desarrollo la senda de la sinceridad, erigiéndose como un relato que en algunos de sus momentos alcanza incluso tintes renoirianos, logrando mostrarse romántico en ciertos instantes, burlesco en otros, desmitificador en algunas de sus vertientes, e incluso en algunas de sus propuestas argumentales muestra tintes francamente novedosos. Buena prueba de ello lo reflejan todas las secuencias finales que se desarrollan en el universo del culturismo y lo que rodea la elección de Mr. Universo y, muy especialmente, la divertida persecución por las calles de la ciudad, por parte de todos los contrincantes del concurso. Elementos todos ellos que fraguan en un hasta cierto punto insólito resultado, valioso no solo en la medida de su propio planteamiento, sino por supuesto en el cómputo de sus logros. Una muy agradable sorpresa.
Calificación: 3
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