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CINEMA DE PERRA GORDA

THE NEW WORLD (2005, Terrence Malick) El nuevo mundo

THE NEW WORLD (2005, Terrence Malick) El nuevo mundo

Llega a doler en determinadas ocasiones como espectador cinematográfico, comprobar como se pueden dejar de lado obras en las que la sensibilidad cinematográfica se expone de manera tan sentida, ten medida y al mismo tiempo tan espontánea. En la que el fluir de una narración llega a impregnarte, hasta permitir abandonarte por completo a los sentimientos, sensaciones y emociones de sus personajes. Ciertamente no anda sobrado el cine de los últimos años en muestras tan personales, atrevidas y al mismo tiempo consustanciales en sus virtudes a la esencia más pura de ese arte nacido hace poco más de un siglo, y llevado en sus mejores momentos hacia una expresión puramente visual de formas que emanan de su propia esencia como relato. Esas cualidades, esa plasmación en la pantalla como esencia de lo mejor del cine como arte, se expresa de forma rotunda, hermosa, fluida y sentida en THE NEW WORLD (El nuevo mundo, 2005), la más reciente propuesta firmada por uno de los más singulares realizadores surgidos en las últimas décadas en el cine norteamericano; Terrence Malick. Autor de una obra menguada y personal, telúrica y meditada, es bastante probable que haya ofrecido a su trayectoria su película más lograda, y que deja en el aficionado el regusto de la sabiduría y la esencia, ese deseo a más, que quizá lleve a Malick a no espaciar tanto el devenir de su trayectoria. Al parecer ya se encuentra anunciado un proyecto como nuevo exponente de su andadura, cuando el director cuenta aún con cerca de sesenta y cinco años de edad. De momento, nos detendremos en la evocación de esta película, que no dudo en considerar entre las más valiosas legadas a la cinematografía USA en los primeros años del siglo XXI. Y si algo me llega a llamar la atención es que con THE NEW WORLD nos encontramos con un fastuoso espectáculo cinematográfico –cierto es que expuesto huyendo de la comodidad dramática del seguimiento de un guión arquetípico-, que no logró ser apreciado –el público muy pronto la dio de lado y la crítica se dividió y desconcertó ante sus imágenes-, pasando rápidamente al olvido. ¿Una propuesta demasiado radical y qué exija una excesiva implicación por parte del espectador? Puede que así sea, en una producción cinematográfica dominada por la atomización injustificada del plano, del infantilismo de sus propuestas y una escasa maduración de su vertiente expresiva.

 

En cualquier caso me sorprende, y mucho, esa sensación de arrinconamiento que se ha producido de manera tan rápida ante una película en la que ni siquiera el elemento de polémica ha logrado una cierta altura. Dejemos por tanto esta cuestión finalmente secundaria, en buena medida por tener la seguridad de no poder resolverla, y aunque con la sinceridad intuición que el paso de muy pocos años, permitirá apreciar ese río de buen cine que nos brinda el film de Malick, que se sitúa en el territorio inexplorado de Virginia a inicios del siglo XVII. Hasta aquí llegarán los componentes de una flota inglesa, comandada por el Capitán Newport (Christopher Plummer). Y lo que en un guión apenas podría ser esbozado con un par de líneas, se expresa en la pantalla con uno de los fragmentos más memorables del cine de las últimas décadas. Dentro de una creciente, sostenida y admirablemente modulada sucesión de planos, asistimos a la llegada de los ingleses a las citadas costas de Virginia y, sobre todo, sentimos sus reacciones, la de los nativos, a una emoción extraña e indefinible que tiene su repercusión en un entorno paradisíaco, que siente en su inmutabilidad la sabiduría de unos seres que van a violentar un entorno hasta entonces regido por la ley natural. Es imposible abstraerse a la musicalidad de esta auténtica sinfonía de sensualidad, en la que quedan reflejados las impresiones de personajes y entornos, en un contexto de unidad y auténtica armonía, en el que muy pronto comprobaremos el carácter rebelde –para el entorno militar en el que se encuentra integrado- del capitán John Smith (Colin Farell). Salvado in extremis de la horca por la benevolencia –o la astucia- de Newport –que valora en él sus capacidades organizativas-, Smith será designado en calidad de enviado hasta el entorno del jefe tribal de las tierras, en una misión que para este devendrá un auténtico viaje iniciático, en donde realmente la película marcará su auténtico objetivo. En efecto, nada más lejos que la intención de ofrecer un exponente más del no muy transitado sendero de cine de conquistadores. Por el contrario, el discurrir de sus imágenes nos lleva de nuevo a uno de los senderos esenciales en el cine de Malick: la búsqueda de lo auténtico, lo realmente valioso y esencial de la existencia, y el contraste y en buena medida el conflicto inevitable entre una vivencia libre, y otra expresada por una limitación y frustración basada en prejuicios de cualquier tipo de exponente. Es algo que tendrá que sufrir Smith a partir de su descubrimiento de la bellísima Pocahontas (Q’Orianka Kilcher). Hija del rey de la tribu, desde el primer momento –en un instante definido por su arrebatador misticismo-, llegará a poner en peligro su vida para salvarlo de un sacrificio seguro. El encuentro entre ambos supondrá la vivencia de un auténtico paraíso perdido. Para él será el descubrimiento de una autenticidad en los sentimientos hasta ahora totalmente ausentes, mientras que para ella Smith representará esa oportunidad de exteriorizar y casi poder vivir la experiencia del amor, a partir de un entorno en el que este quizá se manifestaba de manera más primitiva. Será, por tanto, para ambos, la posibilidad de sentir lo mejor de la experiencia vital. Pero poco podrá durar este paraíso en vida. Smith debe regresar a la fortificación, y pronto descubrirá a su regreso la mezquindad, los prejuicios y la ausencia de verdad que se siente en ese mundo aparentemente civilizado.

 

En realidad, el verdadero hilo conductor de THE NEW WORLD se centra en el contraste entre la verdad y lo accesorio, entre el sentimiento y el prejuicio, y entre la superioridad muchas veces dolorosa del amor, contra la que se funde cualquier otra consideración. Todo ello estará expresado por la cámara de Malick con una intuición que siempre va guiada por una inspiración cinematográfica, que combina al mismo tiempo una planificación eminentemente clásica, con la incorporación de rasgos y detalles de querencia absolutamente contemporánea –y en ello cabe señalar esa presencia con planos rodados con la cámara al hombro, o el atrevido montaje que en ocasiones se describe a la hora de mostrar la ruptura espacio-temporal de la acción-. La combinación es perfecta y la fluidez de la historia es asimismo impecable. Pero sin lugar a dudas, no es el sendero de la narración propiamente dicha el que se desea seguir. Antes, por el contrario, se apuesta por una narrativa en el que la transmisión de las emociones sea primordial, acompañándose esa vía en ocasiones con el uso de la voz en off por parte de los tres personajes protagonistas. Y digo bien los tres, puesto que en su último tramo, y una vez Pocahontas cree la falsa historia de la muerte de su amado Smith, su dolor se irá transfigurando al corresponder a la atracción que le manifiesta el joven y bondadoso John Rolfe (Christian Bale). No puede decirse –y nunca engañará a este en sus sentimientos-, que sienta hacia él verdadero amor, aunque poco a poco se sienta más cercana a él, y finalmente llegue a casarse e incluso tener un hijo. Ambos llegarán a viajar a Londres –el rey tiene curiosidad de conocer a la antigua princesa indígena-, y allí la joven conocerá la verdad del auténtico amor de su vida; John no murió, sino que consciente de la imposibilidad de de mantenerse al margen de los mundos que los definen, decidió emprender su andadura al margen de la de la joven, posteriormente bautizada por el rito cristiano. Sin embargo, el propio devenir de la vida es el que le llevará a un encuentro final con Smith –que revela semejanzas con el conocido de SPLENDOR IN THE GRASS (Esplendor en la hierba, 1961. Elia Kazan)-, que a la protagonista le moverá a aceptar el nuevo rumbo emprendido en sus vidas, pero que a fin y a la postre, y pese al sincero amor que mantiene con su esposo, le hará aceptar que su vida no puede compartirse por un entorno despojado de la verdad, lo auténtico y lo puro.

 

En esencia, el film de Malick se inclina siempre por ese sendero de la verdad, mostrándolo por unos parámetros plásticos en los que la fuerza telúrica de sus imágenes, por momentos se desvía por la senda del panteísmo más absoluto –ese uso recurrente a la luz que viene del cielo, la metáfora del agua que discurre como prueba del fluir de la existencia-, dentro de un conjunto dotado de una serenidad admirable. Ni que decir tiene que el realizador logró un aliado de singular importancia en el cromatismo de la fotografía de Emmanuel Lubezki, y la sorprendentemente inspirada partitura de un James Horner en plenas facultades. Pero es indudable que Malick se toma como algo muy personal la planificación de una película dominada por un formato de pantalla singularmente ancha, que sabe manejar a la perfección. No soy el primero en señalar que en THE NEW WORLD se aúnan ecos de Flaherty y el Murnau que ambos rodaron juntos en TABOO (Tabú, 1931). Yo me atrevería a añadir el Renoir de THE RIVER (El río, 1951), ya que aquí se traslada ese contraste entre la aparente gravedad y en el fondo levedad de la vida de la civilización, con el inescrutable fluir de la auténtica existencia. Para terminar, una acotación. Dentro del capítulo interpretativo, y pese a la recurrencia de actores de renombre destaca una sobriedad notable, y una intensidad manifestada en el papel encarnado por un Christian Bale que sabe dejar su impronta pese a la brevedad de su cometido. En cuanto a Colin Farell, es innegable señalar que con esta tendencia, logra dejar de lado ese cliché chulesco que acompaña generalmente sus prestaciones, ofreciendo algunos instantes de rara intensidad, que permiten ofrecer confianza en su talento.

 

Calificación: 4 

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