ZWARTBOEK (2006, Paul Verhoeven) El libro negro
Pocas películas pueden permitirse el lujo de alcanzar en el cine de los últimos años, la capacidad de atrapar al espectador desde sus primeros instantes, de la manera en la que lo hace ZWARTBOEK (El libro negro, 2006. Paul Verhoeven). Una larga panorámica inicial –en la que se muestra el bellísimo trabajo fotográfico de Karl Walter Lindenlaub-, nos lleva hasta la Palestina de 1956. Allí se producirá el inesperado encuentro de una alemana con una vieja amiga –Rachel (Carice van Houten)-. Esta trabaja allí como maestra, y el fugaz reencuentro le permitirá recordar una serie de terribles sucesos que se remontan a la Holanda de finales de la ocupación nazi, a partir de 1944. La capacidad evocadora y la precisión de esta breve secuencia, llevará a contemplar con ojos ávidos una película que aúna espectacularidad y rigor, llevándonos a compartir las terribles experiencias de la protagonista, dentro de un auténtico torbellino existencial que nos invitará a seguir un relato en el que su amplia duración –unos ciento cuarenta minutos-, jamás suponen un hándicap para la que a mi juicio reside en la mayor de sus cualidades; su impecable ritmo cinematográfico. En este sentido, y aún reconociendo que la película quizá no apura hasta el fondo su inmenso caudal de posibilidades, se erige como una inteligentísima propuesta de cine espectáculo y, probablemente, uno de los mejores títulos legados por su ocasionalmente interesante realizador, de nuevo en activo como tal tras seis años de ausencia y una no muy destacada experiencia en el seno del cine norteamericano.
La andadura de Rachel Stein en el seno de la Holanda invadida por los nazis, no le resultará nada fácil. Separada forzosamente de su familia, convive de forma aparentemente pacífica con una familia cristiana que en el fondo la rechaza por su condición de judía, habiendo tenido que renunciar su –al parecer- relativamente exitosa carrera como cantante. Salvada casualmente de perecer en un bombardeo por la intercesión de un joven pescador perteneciente a la resistencia, el destino llevará a que este y toda la familia de la muchacha –que había logrado reunirse para huir del acoso de los nazis en Holanda-, mueran asesinados por un comando alemán –alentados por una filtración cuya procedencia logrará averiguar posteriormente-. En su huída logrará trabar contacto con un mandatario nazi –Müntze (Sebastián Koch)-, manteniendo de forma paralela contacto con los miembros de la resistencia, lo que le obligará a reiniciar el contacto con Müntze para lograr así ejercer como espía al servicio de la lucha antinazi. Conciendo los gustos y debilidades de este –su amor por la filatelia-, retomara la relación sin poder evitar pese a todo quedar atraída por su personalidad, logrando intuir en él una serie de cualidades humanas que le hacen ennoblecer su figura, pese al ámbito terrible en que queda insertada. Esa aparentemente lúcida y casi vertiginosa relación mantenida por el mandatario alemán, no le impedirá ejercer sus tareas como espía, mantenerse en contacto con quien mató físicamente a sus padres y hermanos, y al mismo tiempo ubicarse de manera fiel a la resistencia, en la que ejerce como líder el carismático Hans -(Tom Hoffman, el inolvidable objeto de deseo de DE VIERDE MAN (El cuarto hombre, 1983. Paul Verhoeven))-, quien al mismo tiempo también se mantiene atraído por Rachel, ahora ya transmutada como Ellis-. Dentro de ese contexto se ofrecerá un vertiginoso relato en el que la fidelidad y la traición caminan de la mano, en el que el concepto de buenos y malos aparece constantemente diluido, y donde la por todos conocida crueldad nazi tendrá su relativo contrapunto con la presencia de personas racionales como Müntze y, sobre todo, con la casi atronadora muestra de irracionalidad que vivirá Holanda una vez llegada la capitulación nazi, en donde quizá se registrara una auténtica eclosión de inusitada y nada mesurada venganza de cara a cualquier representante que mantuviera la más mínima relación con los nazis. Una circunstancia que resultará de lo más humillante para la protagonista, a la que las apariencias le acusarán injustamente de ser una colaboracionista, pero a la que de nuevo las circunstancias le habrán llevado a vivir en un terreno minado por la traición, quizá manifestada en la persona que menos pudiera parecer sobrellevarla, y que le forzará a separarse de forma trágica y casi irrenunciable de ese nazi culto, mesurado y hasta cierto punto idealista, elemento incómodo tanto entre los aparentemente pertenecientes a su bando, como en ese océano de irracionalidad en que se convierte Holanda tras su liberación. Pese a tener que luchar dentro de un contexto definido por una irrespirable hostilidad, ese mismo destino que tan esquivo le ha resultado, finalmente Rachel logrará no solo descubrir la última realidad que se escondió entre aquellos que aparentemente le brindaron su apoyo, expresando a pesar suyo una relativa venganza en quien comandó la traición a sus aparentes ideales, haciéndole inesperada depositaria de una fortuna durante años robada de la forma más violenta posible a tantas y tantas familias judías.
Antes señalaba el ritmo casi frenético que caracteriza ZWARTBOEK, una película que aparentemente se inserta dentro de esa intermitente corriente expresada por títulos tan excelentes como THE SHINDLER’S LIST (La lista de Shindler, 1993. Steven Spielberg) o THE PIANIST (El pianista, 2002. Roman Polanski). Es curioso señalar estos referentes ya que, más allá de considerar que no alcanza la altura de ambos, por un lado el sesgo narrativo del film de Verhoeven y las propias consideraciones reflexivas que maneja su relato –obra de Gerard Soeteman y el propio realizador, tomando como base hechos reales-, logra incorporar esa visión sobre el absurdo de la existencia que emanaba del título de Polanski, mientras que de otra parte permite ser entroncado con otro thriller posterior de Spielberg, con el que comparte esa visión nihilista del mundo. Por supuesto, me estoy refiriendo a la magnífica MUNICH (2005), que estoy casi convencido tuvieron como relativo referente los responsables de esta película. En ambos casos se parte de una mirada atrevida y frontal ante hechos incómodos, aportando una reflexión revestida de dureza sobre la propia condición humana, y logrando con ello discurrir más allá de esa maniquea división de buenos y malos que suelen definir cualquier aproximación basada en percepciones “políticamente correctas”.
Verhoeven en este sentido se muestra tan arriesgado como lúcido, tan atrevido como provocador, retomando al mismo tiempo les estilemas que forjaron las páginas más brillantes de su filmografía, y no evitando esa inclinación hacia lo grueso, la sexualidad lacerante y la apuesta por introducirse en senderos por lo general obviados ante la pantalla. En ese sentido, es digna de admirar la capacidad mostrada al romper tabúes como el del comportamiento de una sociedad liberada del nazismo, expresado en una secuencia que adquiere matices casi sobrecogedores, y que por momentos supera en su carga de dureza a las propias atrocidades nazis. Me estoy refiriendo al trato que recibe Rachel después de ser capturada por el ejército tras la liberación siendo ultrajada y embadurnada de excrementos, ante la excitación de la turba presente en el recinto penitenciario donde se encuentra presa. Y es que, preciso es decirlo, es a partir de la inflexión que se produce precisamente a partir de la llegada de la liberación –que tanto temen en su efímero descanso en huída tanto Rachel como Müntze, conscientes de que su futuro en común ha de resultar imposible-, ZWARTBOEK muestra el verdadero alcance de su génesis. Este no es otro que una mirada dolorosa sobre la verdadera faz que se muestra en la condición humana, aparentemente oculta en ocasiones ante causas nobles, pero a la que la ingerencia de cualquier elemento que altere su cotidianeidad, le permitirá en todo momento abrir la espita para que aflore lo peor del individuo. Es así como la película mostrará todo un catálogo de ambigüedades que van desde la mirada comprensiva de Müntze –finalmente el personaje más positivo de la función-, hasta una gama de personajes terribles, traidores, oportunistas –en los que se intercalará esa compañera de Rachel en el cuartel nazi, que muy pronto encontrará acomodo en la resistencia-. Es indudablemente atractivo que en unos tiempos como los actuales -en los que estas cuestiones espinosas se suelen dejar de lado en beneficio de discursos aparentemente comprometidos pero finalmente complacientes-, nos encontremos con un producto que aúna la precisión de su relato con lo provocador de sus propuestas.
Pese a sus cualidades, a la angustia que proporciona la peripecia final en la que finalmente el auténtico traidor encuentra angustiosamente su final, y a ese plano final que proporciona sentido al hecho de situar la historia en un largo flash-back, hay algo que impide que ZWARTBOEK alcance la categoría de logro, y que paradójicamente se podría manifestar como su principal cualidad. Me estoy refiriendo a la casi obsesiva apuesta por ofrecer un relato trepidante y lleno de giros. Dicha circunstancia bajo mi punto de vista impide que en ocasiones el espectador pueda asumir con la debida relajación la incesante sucesión de andanzas y giros de la narración –que por otra parte revela la experiencia y precisión visual de su artífice-. En ocasiones tenemos la sensación de que nos encontramos ante una actualización del espíritu del serial –lo cual en sí mismo no debería ser un elemento a cuestionar-. Sin embargo, esa decidida apuesta, o el trazo que ofrecen algunos de sus personajes –por ejemplo, el matiz casi caricaturesco que ofrece el terrible oficial nazi Franjen-, piden en ocasiones una narración más mesurada o un dibujo de personajes más matizado y contrastado. Evidentemente, son matizaciones dentro de un conjunto brillante, y que permiten destacar el film de Verhoeven, como una de las propuestas cinematográficas más atractivas de 2006.
Calificación: 3
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