DEATH TAKES A HOLIDAY (1934, Mitchell Leisen) La muerte en vacaciones
En el recuerdo de cada aficionado quedan imágenes en la retina que de pequeño te impresionaron. Instantes que con el paso de los años uno comprueba que “no eran para tanto”, pero que solo por el hecho de haber provocado esa circunstancia quizá por casualidad, quedan en la memoria. En mi experiencia particular, podría citar el cuadro que proyectaba el lado oscuro de Vincent Price en THE HAUNTED PALACE (1963, Roger Corman), la manifestación energética del diablo con que concluía QUATERMASS AND THE PIT (¿Qué sucedió entonces?, 1967. Roy Ward Baker), el primer plano amenazador de Raymond Massey en la por otro lado delirante ARSENIC AND OLD LACE (Arsénico por compasión, 1944. Frank Cpara)… y también el primer plano de Fredrich March en DEATH TAKES A HOLIDAY (La muerte en vacaciones, 1934. Mitchell Leisen), en donde dejaba mostrar a una impresionada invitada su verdadera personalidad.
Valga esta digresión tan personal a la hora de comentar un título que hace unos pocos años sufrió una adaptación cinematográfica puesta al servicio del palmito de Brad Pitt –y que ha quedado como una de sus menos afortunadas producciones estelares; la interminable MEET JOE BLACK? (¿Conoces a Joe Black?, 1998. Martin Brest)-. Al menos esta reciente adaptación de la obra teatral de Alberto Casella, vino de alguna manera a reconocer la vigencia de la que fué una de las primeras realizaciones del conocido realizador de la Paramount, Mitchell Leisen. Un margen de tiempo lo suficientemente amplio como para que su figura evolucionara del éxito inmediato de su obra, un posterior olvido e incluso desprecio –en buena medida a cargo de las desafortunadas declaraciones de Billy Wilder-, y una más cercana reconsideración de su dilatada andadura. Una recapitulación que, bien es cierto, obligaría a admitir una cierta irregularidad –elemento este por otra parte extensible a la gran mayoría de cuantos realizadores estuvieron a cargo de los grandes estudios-, pero que al mismo tiempo ha dejado probada la elegancia, experiencia, e incluso maestría, con la que mostró sus altas capacidades para la comedia y el melodrama, e incluso, como no pocos comentaristas han señalado en más de una ocasión, para la aplicación de extrañas mezclas de género, en las que Leisen parecía desenvolverse a las mil maravillas –una de las cuales sería GOLDEN EARINGS (En las rayas de la mano, 1947), que sigo considerando la mejor de cuantas películas suyas he tenido ocasión de contemplar-. Buena prueba de esta capacidad para alternar facetas de varios géneros –los antes citados junto al fantastique, e incluso con algunos elementos procedentes de la opereta-, se dan cita en esta insólita, atractiva, fascinante y algo teatralizante DEATH… a la que el paso de los años es evidente ha relevado del injusto olvido, hasta erigirse como un título de culto dentro de las propuestas que el cine fantástico plasmó en esa década de los años treinta, que aún muchos siguen identificando únicamente con la producción de la Universal –y ahí estarían las aportaciones de la Paramount en ese mismo periodo, para atestiguar esta diversidad-.
El film de Leisen tiene un elemento a su favor, que en buena medida nos lleva a dejar en segundo término sus debilidades –que las tiene-; está realizado con una enorme convicción. Se palpa y se siente el hecho de creer en lo que se hace, supeditando todos los elementos de su puesta en escena, escenografía, interpretación, iluminación, al servicio de una historia indudablemente atractiva, y que al mismo tiempo se hubiera prestado a un resultado risible. Sin embargo, tanto Leisen como los matices del guión de Maxwell Anderson inciden en una implicación tan profunda del material de partida, hasta el punto de trasladar a la pantalla una sensación tan difícil de plasmar en la pantalla, como es la de hacernos casi “respirar” la llegada de lo sobrenatural. Es algo que acontecerá a los acartonados invitados de “Villa Felicita”, una lujosa mansión de la que es propietario su anfitrión, el duque Lambert (Guy Standing). Allí se reunirán un pequeño número de seres de diferentes edades, unidos por su condición acomodada, llegando hasta allí la encarnación humana de la muerte, investida bajo los atributos del –presuntamente- desaparecido príncipe Sirki (Fredric March). La personalidad de la parca anunciará previamente a Lambert su incorporación, pidiéndole la máxima colaboración para su –por así decirlo- experimentación de los terrores, anhelos y miserias del ser humano, todos ellos relacionados finalmente con el miedo atávico a lo desconocido, más que a la interrupción total de la existencia –sería mucho pedir, que en plenos años treinta se planteara por parte del cine USA una mirada que contemplara la nada “post mortem”-. A partir de dicho encuentro, Sirki / la muerte, conocerá algunos de los placeres mundanos de la existencia –como pudiera ser degustar un vino-, y su presencia en la tierra provocará un descanso total en su actividad, permitiendo que nadie muera en esos tres días que se encuentra encarnado en el ámbito de la humanidad –una faceta creo no demasiado bien explorada, en la medida que podría haber planteado una reflexión sobre la inevitabilidad de la mortalidad como eterno flujo de vida en nuestro mundo-. Según se va acercando el pequeño periodo de experiencia, la muerte echará de menos lo que finalmente intuirá es la máxima razón de ser de la existencia; el amor.
Dentro de ese lejano sentimiento de parábola cristiana –en algún momento la presencia humana de la muerte se antoja una reedición de la encarnación de Cristo-, se sentirá en carne propia la angustia de su partida al mas allá, no por el hecho de experimentar algo que en definitiva conoce, sino por no haber saboreado aquello que, en última instancia, proporciona el mayor de los anhelos de la existencia terrenal. Finalmente, encontrará esa sed de ser amado por encima de cualquier otra circunstancia, de manos de la joven y sensible Grazia (Evelyn Venable), una mujer dotada de una especial sensibilidad que desde el primer momento, incluso antes de que este se encarnara, sintió en su alma la necesidad de un sentimiento que no le proporcionaba ninguna persona de su entorno. Ni siquiera su estimado Corrado (Kent Taylor), quien en todo momento la ama y mima, y por quien siente una gran estima, aunque jamás para corresponderle o convertirse en su esposa.
Como se puede detectar DEATH TAKES… necesitaba de una enorme capacidad ensoñadora para poder trasladar estos aparentemente descabellados planteamientos a través de la vitalidad cinematográfica. Afortunadamente así sucede. Leisen sabe aprovechar de manera magnífica la escenografía, especialmente en las secuencias de interiores, que por lo general adquieren una textura, profundidad de campo y capacidad evocadora que, por momentos, parecen resultar un precedente de L’ANNÉE DERNIÈRE À MARIEMBAD (El año pasado en Mariembad, 1961. Alain Resnais). A ello conviene destacar por un lado los sutiles matices de comedia que proporcionan los diálogos de Sirki en sus conversaciones con los mundanos residentes de Villa Felicita, en donde las alusiones a su perspectiva de lo efímero de las ansiedades y luchas de los mortales, adquieren una capacidad reflexiva a la que apoyan los matices proporcionados por March en su interpretación. Pero por encima de todo ello, a mi juicio la gran protagonista del film, la que finalmente logra con su presencia, sus evocaciones, las muestras de su sensibilidad, catalizar y dar la verdadera fuerza centrífuga al relato, lo constituye la perfecta, libre y sentida composición de ese retrato de Grazia, que parece revelarse contra la impostura de una existencia dominada por luchas y prejuicios –especialmente marcados por el entorno de clase alta definidos en el relato-, decidiéndose por la autenticidad y hasta el riesgo que le proporciona ese extraño y fascinante personaje, al que incluso antes de aparecer ya ha sentido en el interior de su acusada sensibilidad, y con el que se marchará finalmente en medio de una lluvia de pétalos, impregnada de felicidad, y aunque ello le lleve a separarse de sus seres queridos, hasta encontrarlos en otra dimensión de la existencia.
Bellísima conclusión para esta brillante película, a la que sin embargo no puedo considerar un título redondo en la medida que en ciertas secuencias los resabios de teatralidad no quedan lo suficientemente resueltos. Y cuando me refiero a ello no hablo de estatismo visual –en líneas generales, Leisen sabe casi en todo momento dotar de espesura cinematográfica al relato-, sino fundamentalmente a ciertos diálogos –por ejemplo los del primer encuentro entre la muerte y Lambert, o algunos otros en donde los convencionalismos de sus estereotipados personajes tienen excesiva presencia-, en donde la carpintería de sus afrimaciones creo que no ha soportado demasiado bien el paso de los años. Ello no impide situar esta película como un exponente valioso en la andadura de un director prolijo en obras de interés, al tiempo que definirla como una insólita propuesta fantastique que es evidente inspiró algunos pasajes de la posterior –y por mí bastante estimada- THE MASK OF THE RED DEATH (La máscara de la muerte roja, 1964. Roger Corman).
Calificación: 3
2 comentarios
Feaito -
David Breijo -