THE ASSASSINATION OF JESSE JAMES BY THE COWARD ROBERT FORD (2007, Andrew Dominik) El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford
Independientemente de cualquier valoración de conjunto, creo que si algo no se puede negar a THE ASSASSINATION OF JESSE JAMES BY THE COWARD ROBERT FORD (El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, 2007. Andrew Dominik) –una de las nomenclaturas por cierto, más pretenciosas del cine de los últimos años-, es la apuesta por ofrecer una mirada, complementaria y llena de interés, a uno de los personajes que forjaron la mítica del western. En este sentido, el film –segundo de la filmografía de Dominik-, tiene a su favor ser una visión contrapuesta a la ofrecida en el pasado por cineastas de la talla de Henry King, Fritz Lang, Samuel Fuller o Nicholas Ray,. En cualquier caso, puestos a buscar una relativa semejanza con referentes cinematográficos, he de confesar que habría que entroncar su resultado con THE LEFT HANDED GUN (El zurdo, 1958. Arthur Penn), en la medida que su trazado dramático incide en el retrato y la interacción psicológica, antes que apostar por un relato más o menos al uso. Indudablemente, los atractivos de THE ASSASSINATION… son notorios. Se trata de una película de qualité –lo que en sí mismo no señalo ni a favor ni en contra, simplemente constato su voluntad “autoral”-, en la que se encuentran muy cuidados sus elementos técnicos y plásticos, y muy auto conscientemente depurada su formulación plástica. Ello se manifestará en una muy medida y reposada planificación, en ocasiones lírica y en otras relamida y redundante. Sin por ello negar su valía en conjunto, estoy convencido que con media hora menos de metraje su resultado hubiera logrado una mayor densidad en su propuesta dramática. Y es que el film de Dominik no se inmiscuye en los senderos de la acción. Por el contrario apuesta desde el primer momento por la extraña y casi edípica relación de dependencia que se establecerá entre el legendario Jesse James (Brad Pitt) y el más joven Robert Ford (Cassey Affleck). Un entramado psicológico que se expone con una gran riqueza de matices, en donde cualquier mirada, cualquier gesto o la más mínima actitud, se expresan con un vigor, una delicadeza y, en ocasiones, una crueldad, notables. Indudablemente, más allá de su eficaz preciosismo –en donde me gustaría destacar especialmente la destreza en el uso del formato panorámico y la impronta pictórica de su expresión visual-, la película tiene su mayor elemento de interés precisamente en ese extraño juego del gato y el ratón que se ofrece entre un inicialmente sincero admirador de James como es Ford, quien paulatinamente irá modificando su planteamiento, hasta apostar por la muerte del que previamente ha sido su referente vital.
Una especie de traslación del estilema melvilliano de Moby Dick y el capitán Achab, en un conjunto en el que alcanza una enorme fuerza la extraordinaria aportación del que siempre ha sido un estupendo intérprete, como es Cassey Affleck. Oponiéndose en su talento a la nulidad de su hermano –al que presumiblemente más le valdría trasladar definitivamente su vocación detrás de las cámaras-, Affleck ofrece un retrato de conmovedora vulnerabilidad, matizando y haciendo partícipe al espectador su tormento interior. Y todo ello frente a un Jesse James que Brad Pitt indudablemente –y legítimamente también- utiliza como personaje favorecedor de un prestigio en una carrera dominada últimamente por la comercialidad. Nunca he valorado en Pitt mucho más que un sofisticado modelo trasladado a la pantalla, que en pocas ocasiones ha desarrollado personajes que me hayan permitido olvidar tan condición. En este sentido, a pesar de un insospechado premio al mejor actor en el Festival de Cine de Venecia –tan sorprendente como el que concedieron al mencionado Ben Affleck con HOLLYWOODLAND (2006, Allen Coulter) un par de años antes-, no hay en su trabajo demasiado que me haga cambiar de opinión. Cierto es que su retrato de Jesse James alcanza algunos momentos de intensidad e incluso ciertos tintes amenazadores, pero no es menos constatable que el eterno narcisismo del intérprete resulta incólume, y sus conatos histriónicos en algunos instantes llegan a resultar tan cargantes como siempre cuando Pitt ha utilizado esa vía para dar rienda suelta a personajes definidos por su lado oscuro.
Más allá de las posibilidades y excesos que puedan proporcionar sus protagonistas –habría que subrayar la general eficacia de su reparto de papeles secundarios-, lo cierto es que con una progresión adecuada, THE ASSASSINATION… logra alcanzar una temperatura emocional que, a mi juicio, tiene su expresión más adecuada en los últimos cincuenta minutos de metraje. Ya antes hemos tenido la oportunidad de contemplar secuencias soberbiamente ejecutadas y definidas por su sentido del pathos, como toda la que rodea al asesinato de uno de los hombres que traicionaron a James por parte de este –uno de los instantes que subraya el carácter psicopático de su personalidad-. Sin embargo, creo que la película alcanza una extraña emotividad y una modulación de temperatura adecuada, a partir de la extraordinaria secuencia en la que Robert Ford –que se encuentra residiendo en la casa familiar de James-, exterioriza su pasión por todos aquellos elementos, objetos y estancias de la vivienda que se encuentran especialmente relacionados con la figura de quien sabe que finalmente va a eliminar de manera próxima. La introducción de un bellísimo tema musical –una de las grandes virtudes de la película estriba en el acierto en introducir pequeñas piezas y baladas musicales en el relato-, nos introduce en esa confluencia del pensamiento de los dos protagonistas; un James que abiertamente se deja autoinmolar de manos de Ford, y ese joven que ya ve el momento adecuado para eliminar a aquel a quien ha admirado y al mismo tiempo detestado durante largo tiempo.
Desde una perspectiva muy personal, es a partir de esos maravillosos instantes, cuando la película del neozelandés Dominik logra alcanzar la cima de su interés. Una vez desaparece de la escena la presencia física de James –no faltará, eso sí, la iconografía macabra del fetichismo de su cadáver, que me recordó lejanamente los cuerpos que se mostraban en la magnífica FORTY GUNS (1957. Samuel Fuller)-, comienza la leyenda y comienza la andadura un Robert Ford condenado al desprecio y el ostracismo. Algo que no podrá evitar ni incluso en su acomodada situación económica, ni en el despliegue de su talento escénico, encarnando su propio personaje. La leyenda -por más que esté forjada por un personaje totalmente discutible y cuestionable-, podrá más que con ese intento de sublimación de una personalidad vulnerable y en el fondo temerosa, como la definida por el joven Ford. En definitiva, un título interesante, ocasionalmente intenso, que si bien se resiente de la impronta narcisista de su estrella protagonista –ejerciendo también como productor- y de un excesivo intelectualismo, ofrece una visión novedosa e incluso sorprendente, sobre una de las leyendas más recurrente del cine del Oeste. Un género, por cierto, que el discurrir de su generoso –quizá excesivo- metraje nunca parece seguir muy de cerca. Sin duda, se trata de otra de sus singularidades.
Calificación: 3
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