KILLING THEM SOFTLY (2012, Andrew Dominik) Mátalos suavemente
Si tuviera que señalar de entrada lo peor que ofrece un título finalmente interesante como es KILLING THEM SOFTLY (Mátalos suavemente, 2012), es sin duda el cercano eco tarantiniano que desprende su propuesta. Supongo que ello supondrá un motivo de regocijo para los numerosos seguidores del director de la atractiva RESERVOIR DOGS (1992) –con la que mantiene ciertas concomitancias-, aunque con sinceridad creo que dicha circunstancia merma en cierta medida el alcance de una película que en sus peores momentos, no deja de escapar a esa tentación comparativa, que me sorprende fuera aceptada por su estrella principal y protagonista masculino –Brad Pitt-. Este encarna en la película a Jackie, un asesino profesional de elegantes y algo achuladas maneras, caracterizado por sus singulares, al tiempo que expeditivos métodos, para cumplir con sus encargos. De entrada hay que agradecer la generosidad que Pitt –que, lo reconozco, nunca ha sido santo de mi devoción, y que ante todo me molesta por el narcisismo que desprende por lo general en sus performances-, ofrece en esta producción en la que compone un personaje que no aparecerá en pantalla hasta transcurrido prácticamente veinte minutos del relato. Eso si, su aparición será singular, nos será mostrado de espaldas en una panorámica ascendente, contemplando su largo chaquetón de cuero y sus desafiantes andares.
Hasta llegar ese momento, el film de Dominik nos adentrará en la astuta iniciativa propuesta por Johnny Amato (Vincent Curatola), embarcando a dos pobres diablos para que acometan un asalto en la timba organizada por Markie Trattman (Ray Liotta), quien tiempo atrás vivió otro asalto del que más adelante confesó él había sido su propio artífice. La agudeza de Amato llega a la conclusión que de producirse este nuevo asalto, Markie sería de nuevo encausado de la misma, y liquidado por el propio mundo de las timbas y la mafia que le rodea. Situada en el contexto de las elecciones que deberían dirimir en noviembre de 2008 la elección de John McCain o Barak Obama como presidente de los Estados Unidos –con el resultado por todos conocido-, KILLING THEM SOFTLY ofrece, a través del guión puesto en marcha por el propio director, extraído de la novela de George V. Higgins, una mirada acre sobre la decepción destilada en una sociedad como la norteamericana, en la que no importa quien gobierne o no, dominada sobre todo por el afán de enriquecimiento. Como rotundamente señalará Jackie en su lúcida proclama final, la gran democracia del mundo en realidad es un negocio. Negocio como el que le plantea Driver –enviado de la mafia que le encargará los asesinatos de los dos autores del robo, e incluso la muerte de Markie-, un hombre veterano (extraordinario y contenido Richard Jenkins), empeñado en mantener su coche limpio de humos –impagable el momento en que Jackie se marcha a la puerta del bar en que están reunidos para contar el dinero que se le ha entregado por cumplir su encargo, y este airea con las manos el humo que ha dejado con sus cigarrillos-. Elementos con sentido del humor, que se integran con pertinencia, en una película que no escatima determinados episodios caracterizados por una sorda violencia –la casi insoportable paliza que recibe Markie una vez se ha realizado ese segundo asalto, del que realmente no es culpable; el momento casi metafísico en el que Jackie lo asesina a tiros cuando los dos coches se paran en un semáforo –una de las ocasiones en las que he encontrado más justificado un juego experimental con la cámara lenta-.
Sin embargo, a la hora de valorar lo más apetecible de esta película por momentos violenta, en algunos irónica, y en otras predecible, lo cierto y verdad es que no dudo en quedarme con aquellas abundantes secuencias de diálogo “a dos” –generalmente teniendo siempre al asesino encarnado por Pitt como uno de los interlocutores. Serán momentos en los que en ocasiones el tono amenazante de este imprimirá a las mismas un aire malsano –atención al diálogo mantenido con uno de los dos asaltantes en la barra del bar, donde con apenas la inflexión de su voz conseguirá atemorizarle y llevarlo a un terreno que el otro creerá suponer su salvación-, de tensión interna bastante lograda. Sin embargo, uno preferiría destacar las dos largas escenas en las que Pitt desprende un tono confesional con Mickey (un excepcional James Galdolfini). La primera de ellas será a mi modo de ver el punto más álgido y al mismo tiempo cálido, en el que dos seres ubicados de manera clara al margen de la ley –el rol encarnado por Gandolfini se encuentra perseguido y no puede resistir en el estado donde se encuentra alojado-, se confiesan con una franqueza y un grado de amistad absolutamente contagioso. Hay en ese fragmento admirable, esa sensación de verdad tan escasa de contemplar en el cine de nuestros días, sintiendo auténtica compasión por la andadura existencial de ese pobre diablo que es en realidad Mickey, refugiado en las prostitutas, pero en el fondo añorante de una esposa que lo dejó y que, al mismo tiempo, también le fue infiel.
El contraste con las dilatadas y valiosas secuencias comentadas, basadas en el plano contraplano y la brillantez de la labor de los actores, tendrá su contraste en lo expeditivo de la ejecución de los encargos, que son expuestos casi a modo de conclusión o síntesis. Como si se produjeran a modo de macabro ballet, inamovibles en su plasmación desde el momento en que este extraño y fascinante ángel achulado y lúdico de la muerte se ha hecho cargo del mismo. Como una carambola a tres bandas, caerán los seres que decididos a eliminar para que se equilibre el mundo del juego impuesto por la mafia que le rodea. Todo ello, mientras escucha por televisión –quizá resulte demasiado insistente ese fondo electoral antes señalado, sobre todo en la presencia de aparatos en el fondo de no pocos de sus encuadres- ese falso proceso ilusionante de la elección de Barack Obama, viendo como incluso su lúcida mirada y su tremenda dureza como asesino, no le librará de ser una víctima más de la codicia americana que incidirá en sus propios honorarios.
No cabe duda que a pesar de esas reticencias antes señaladas y algunos excesos comentados, KILLING THEM SOFTLY aparece como un título sólido, que sigue la corriente renacida en estos últimos años, prolongada por títulos como DRIVER (1978, Walter Hill) –un título de culto que desearía revisar en una edición adecuada-. A la película del neozelandés Dominik se le podrán objetar determinadas cosas, pero sabe navegar por las aguas de una determinada tradición dentro del cine policiaco de siempre.
Calificación: 3
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