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CINEMA DE PERRA GORDA

THE FOXES OF HARROW (1947, John M. Stahl) Débil es la carne

THE FOXES OF HARROW (1947, John M. Stahl) Débil es la carne

El melodrama norteamericano de los años cuarenta está trufado de personajes protagonistas caracterizados por su arribismo. Un rasgo en apariencia censurable, que en el fondo no es más que la manifestación externa de una rebelión interior, tomando como base un sentimiento de clase que sirve para poner en solfa un contexto social opresivo, puritano e hipócrita. Es sin duda un rasgo que personificó a la perfección especialmente un actor de las características de George Sanders, en títulos tan brillantes como THE PRIVATE AFFAIRS OF BEL AMI (Albert Lewin, 1947) o la previa A SCANDAL IN PARÍS (Douglas Sirk, 1946), y que en esta ocasión toma el rostro del magnífico Rex Harrison, encarnando al inicialmente tramposo, posteriormente arrogante, seguro de sí mismo, emprendedor y conquistador Stephen Fox. Será el protagonista de THE FOXES OF HARROW (Débil es la carne, 1947) una excelente película a la que habría que ubicar –intuyo, ya que es poco lo que he podido contemplar dentro de la filmografía de su director-, como uno de los títulos más valiosos del cine de Stahl.

 

Realmente, uno se sorprende de la entidad y los métodos cinematográficos que el ya veterano director –cuyo título previo fue el exitoso y atrevido LEAVE HER TO HEAVEN (Que el cielo la juzgue, 1945)- muestra en esta película. Métodos que se expresan desde su secuencia de apertura, en la que se describe el descrédito que se produce en la familia Fox con la llegada del pequeño hijo bastardo de una de las hijas del propietario. Este despoja al niño de su madre y lo manda educar al mando de un criado, con el deseo de no verlo ya jamás. La secuencia se ofrece con una extraña mezcla de serenidad y determinismo, avanzando en la ausencia de subrayados o momentos grandilocuentes, y caracterizada por el dominio en el uso de la elipsis, que se erigirá prácticamente como referente constante a la hora de proporcionar el ritmo trepidante en la historia y, sobre todo, para marcar el tono con el que el realizador acometerá un argumento en apariencia delimitado por el relato folletinesco –basado además en la novela de Frank Yerby-. Sin embargo, hay algo muy especial en esta película. Algo que bebe de la propia concepción que para Stahl suponía el propio cine. Y es que sus obras se caracterizan por estar modulados –por así decirlo-, en voz baja. Sus películas, pese a que en ellas puedan tener lugar lances de especial dramatismo, por lo general se encuentran plasmadas en la pantalla con una desusada serenidad, basando sus miradas y momentos principales, precisamente en lo que Unamuno denominaba la “intrahistoria”. En efecto, en el cine de Stahl es casi habitual encontrarse con el recreo ante un momento que en apariencia puede tener escaso valor dramático, en lugar de apostar por aquellos instantes cumbre que cualquier director familiarizado en el género no dudaría en potenciar. Quizá por esa circunstancia, en el momento de su estreno THE FOXES… fue fríamente recibida por una crítica que probablemente la encontraba muy lejana de lo que entonces era moneda corriente en el melodrama. Sin duda, no se equivocaban en la valoración, en lo único en lo que erraban era en la vertiente elegida. Y es que el título que nos ocupa debería ser calificado como uno de los melos más valiosos ofrecidos por el cine norteamericano en la segunda mitad de los años cuarenta. Un título que al mismo tiempo que acoge su look dentro de los perfiles marcados por la 20th Century Fox, ello no limita en absoluto no solo su desarrollo a partir de los rasgos que marcaron la personalidad de su realizador sino, sobre todo, la modernidad que describe en su puesta en escena.

 

Y es que no cabe denominar de otra manera el ejemplar ritmo cinematográfico que es planteado, la justeza en la descripción de su pareja protagonista, la concatenación de elementos que se plantean en el relato o, especialmente, la ausencia de énfasis que se ofrece en cada uno de ellos. Estos rasgos de carácter los tendremos ya presentes en la segunda secuencia del film –una considerable elipsis funde la del nacimiento del protagonista- en la que Stephen se encontrará por vez primera con la joven y atractiva Lilli (Maureen O’Hara), cuando este va a ser abandonado en un banco de arena en pleno curso del río, por parte de las autoridades de un barco que lo han pillado haciendo trampas en las cartas. Una aparente situación dramática que el protagonista resolverá con estoicismo, y que le llevará a ser recogido por los tripulantes de un barco de pesca, ante los que inicialmente se mostrará temeroso por la integridad de su vida, pero de los que rápidamente se hará amigo. Y es así como muy pronto, con absoluta seguridad, logrará alcanzar una relativa presencia dentro de la vida de la Norteamérica de New Orleáns en las primeras décadas del siglo XVIII. Como si de alguna manera conociera los recovecos de esa sociedad que se encuentra aparentemente inmersa en un periodo de prosperidad, pero en el fondo está a punto de destruirse a sí misma, modificando y modernizando unos modos de vida que hasta entonces aún tenían la esclavitud como hábito normal. Será ese el entorno en el que nuestro protagonista logrará alcanzar una considerable riqueza y representatividad social, aunque en el fondo esos nuevos burgueses americanos desprecien a alguien que no es de los suyos, y cuya franqueza en su comportamiento de alguna manera violenta un entorno dominado por una hipocresía revestida de buenas maneras.

 

Junto a la complejidad de los matices que son expuestos a lo largo de la primera mitad de la película, lo cierto es que esa mirada está espléndidamente plasmada en la pantalla, una vez más apoyando por el tratamiento de secuencias y diálogos aparentemente cotidianos, y huyendo por lo general de aquellos momentos que se prestaban a un dramatismo exacerbado. En realidad, esa es la que podríamos denominar como la “receta mágica” de un realizador como Stahl. Una receta muy especial que desde el cine mudo le permitió adaptarse a diversas coyunturas industriales en las que desarrolló su cine, sin que ello le impidiera mantener esos rasgos de estilo que, bajo mi punto de vista, son los que le permiten ser reivindicado como un director de personalidad definida. Lo cierto es que dentro de estas características, THE FOXES… alberga más de un elemento sorprendente, quizá centrado en el interés que su protagonista demuestra por poseer el amor de la joven Lilli. Un sentimiento que, en el fondo, esta también manifiesta en su interior, pero que externamente no se atreve a manifestar, mostrándose fría y distante con él en todo momento. Sin embargo, ese rechazo modificará su semblante en una secuencia breve y conmovedora. Me estoy refiriendo al instante en que esta acude junto a su hermana y su padre a la fiesta que Fox ha montado en su mansión. En un aparte, bajo las ramas de un hermoso árbol, ambos se sinceran en sus sentimientos, mostrándose el anfitrión absolutamente subyugado ante la franqueza de la muchacha. De ese momento mágico –a mi juicio una de las secuencias más brillantes, intensas y al mismo tiempo despojadas de dramatismo del melodrama cinematográfico en los años cuarenta-, la muchacha anunciará a su padre su deseo de casarse con Fox, siendo este el que ha de anunciar el compromiso. No veremos, como tantos otros momentos importantes en la vida de sus protagonistas, la ceremonia, puesto que una nueva elipsis nos escamoteará la ceremonia, pero no el conflicto que ambos mantendrán en la propia noche de bodas.

 

A partir de ahí se establecerá la oposición de caracteres y el empecinamiento del recién formalizado matrimonio, que a fin de cuentas arruinará una relación en la que los sentimientos de ambos quedarán oscurecidos, y por el contrario aflorarán esas diferencias de clases que, a fin de cuentas, son los que han determinado el comportamiento de los dos recién formalizados esposos. Lo brillante de THE FOXES… estriba en que el apunte y detalle particular, se complementa a la perfección con el retrato colectivo. Una vez más, las formas cinematográficas de Stahl alcanzan una perfección inusitada, logrando además una de las mejores y más insólitas parejas del género, a través de las espléndidas interpretaciones de Rex Harrison y Maureen O’Hara. Singularidad en la aplicación de unos códigos narrativos inherentes al cine de su realizador, en esta ocasión en plena sintonía con los elementos de producción propios del estudio de Zanuck, pueden permitirme afirmar que nos encontramos ante una de las mejores películas de Stahl, sino fuera por el hecho de haber visto un porcentaje tan menguado de su filmografía. Sin embargo, en su misma configuración, sí que puedo manifestar mi entusiasmo y consideración ante un título que merece urgentemente su revalorización. Hubo críticos que, en su momento, señalaron con desdén que esta película era una especie de versión bastarda de GONE WITH THE WIND (Lo que el viento se llevó, 1939. Victor Fleming). Indudablemente, me quedo mil veces con esta película antes que con la hipervalorada , engolada y pesada producción de la M. G. M. Se trata de una prueba más de una miopía heredada desde hace décadas, que perjudica un relato en el que incluso se ofrecen certeros apuntes sobre la rebelión de los negros contra la esclavitud, insertando secuencias que nos podrían recordar la mismísima I WALKED WITH A ZOMBIE (1943. Jacques Tourneur).

 

Calificación: 4

2 comentarios

santi -

tuve el placer de verla ayer , y es una estupenda pelicula , infravalorada por algunos , con unos buenos actores , el siempre competente harrison por ejemplo , y tambien me gusta mas jezabel , a lo mejor tiene mas en comun con gone with the wind que dicho de paso no me entusiasma demasiado , a otros no les entusiasma el delator de ford , cuestion de gustos supongo , naturalmente la pelicula gone with the wind entusiasma a mucha gente.

Lola -

Maravillosa película, a mi también me gusta más que Lo que el viento se llevó, pero menos que Jezabel.