TELL IT TO THE MARINES (1926, George W. Hill) El sargento malacara
Evidentemente, no podremos jamás decir que con TELL IT TO THE MARINES (El sargento malacara, 1926. George W. Hill) nos encontremos ante un exponente especialmente memorable dentro del cine mudo norteamericano. Nadie puede negar que nos encontramos ante un título enclavado dentro de esa producción más o menos comercial, más o menos acomodaticia, que la Metro Goldwyn Mayer planteaba en la segunda mitad de la década de los años veinte. Y lo hacía en este caso además, apelando a un subgénero que ha venido prolongándose de manera intermitente en el seno de la cinematografía USA, con exponentes que se han venido reiterando incluso hasta las últimas décadas. Y es que títulos tan conocidos –y generalmente tan molestos- como TOP GUN (Top Gun. Ídolos del aire, 1986. Tony Scott), AN OFFICER AND A GENTLEMAN (Oficial y caballero, 1982. Taylor Hackfort), o incluso HEARTBREAK RIDGE (El sargento de hierro, 1986. Clint Eastwood) y el más lejano BATTLE CRY (Más allá de las lágrimas, 1955) del mismísimo Raoul Walsh. Es decir, nos situamos ante uno de los precedentes de un tipo de relato en buena medida ensalzador de las virtudes castrenses, apelando todos ellos en sus respectivos argumentos la ya entonces sempiterna oposición entre el militar veterano, furioso e intolerante, y el joven integrado recientemente al seno de la vida castrense. Una oposición que ofrecerá motivos de desaliento para el encantador y atrevido Skeet Burns (William Haines), cuando tenga que enfrentarse y sufrir las iras del adusto sargento O’Hara (Lon Chaney), mientras de forma paralela, nuestro joven protagonista intente lograr el amor de la joven Norma Dale (Eleanor Boardman).
Creo que a grandes rasgos, podremos forjarnos una idea de las posibilidades y limitaciones que ofrece esta sencilla e incluso apreciable película, que nadie puede negar basa la máxima de su eficacia, en la insólita y atractiva combinación de su trío protagonista. En este sentido, TELL IT… es un producto confeccionado a la medida de su estrella protagonista, el arrollador William Haines. Y es que pese a que en los títulos de crédito figure como tal el veterano Lon Chaney, es indudable que la M. G. M. auspició esta producción para aprovechar el filón de uno de sus intérpretes más populares en aquellos años, hasta que pocos años después, el conservadurismo del estudio no permitiera la vida abiertamente gay del atractivo, fresco y brillante intérprete, lo que llevó a la retirada de su contrato y su casi inmediato abandono de la profesión, en beneficio de una lucrativa trayectoria como decorador de interiores. Puede que tal variación en su andadura profesional le posibilitara un modo de vida más relajado y coherente, pero no me cabe duda que contemplándole en la pantalla, me lleva a pensar que nos encontramos ante un actor dotado de una simpatía y frescura innegable, y al que su progresivo envejecimiento ante la pantalla le hubiera permitido crecer como actor de carácter –personalmente su aspecto le semeja a un Fredric March juvenil-. Creo que Haines pudo ser realmente el primer actor que tuvo la comedia norteamericana, tendiendo un puente entre las figuras cómicas del cine mudo –con uno de cuyos exponentes, Harold Lloyd, tenía no poca afinidad-, y la cercanamente posterior instauración del periodo de la screewall comedy.
Pero es que además en esta ocasión, Haines tuvo como insólito oponente a un Lon Chaney que por una vez abandonaba las caracterizaciones torturadas que fueron su marca de fábrica, mostrándose en esta ocasión como un férreo y al mismo tiempo sobrio militar, que se mantendrá en permanente enfrentamiento con el arrogante y al mismo tiempo vitalista Burns. Es por ello esta película una buena prueba de la versatilidad e intensidad dramática de este magnífico intérprete, logrando en la interacción con Haines no pocos momentos de auténtico duelo interpretativo. Junto a ellos, no conviene omitir la presencia y el talento ofrecido por la entonces esposa de King Vidor –Eleanor Boardman-, muy pocos años antes de ser seleccionada por su propio marido para coprotagonizar la inolvidable THE CROWD (…Y el mundo marcha, 1928). Creo de verdad que la interacción de estos tres personajes, permiten que los tópicos que destila su planteamiento dramático y de comedia queden en un segundo lado, y su desarrollo se centre en la por otro lado arquetípica oposición de personajes. Por lógica, es una regla no escrita que en esta ocasión se pone de nuevo en práctica, logrando de sus tres protagonistas una labor de interpretación lo suficientemente sólida, como para dotar de la suficiente entidad el conjunto de la película.
Afortunadamente, mas allá de la ocasional eficacia que el star system de la época podía ofrecer, y más allá también de la molesta pero al mismo tiempo ingenua defensa de las virtudes de la vocación militar que vehicula la película, en ella concurre una circunstancia que tiene finalmente más importancia de la previsible. Me estoy refiriendo al dinamismo que proporciona la realización de George W. Hill, un hombre al que su prematura desaparición mediante el suicidio en 1934, impidió una andadura posterior previsiblemente interesante. En este caso, la dotación de Hill se centra especialmente en la inserción de ciertas secuencias y dinamismos en el rodaje de momentos caracterizados por el movimiento en su discurrir. Es indudable, a este respecto, que esos destellos de modernidad cinematográfica, los giros que brinda su argumento y la brillantez en la química del terceto protagonista, son los ejes que permiten que la película se contemple con agrado, y hasta cierto punto nos permita observar sin demasiado recelo, un entorno como el de la academia de formación militar. Ya es bastante, y en buena medida me permite intuir que todas estas estereotipadas propuestas en este periodo estaban revestidas de ingenuidad, y no sería hasta décadas posteriores, cuando su reiterada plasmación en buen número de títulos fueran acompañadas por un matiz reaccionario claramente reconocible.
En cualquier caso, TELL IT TO THE MARINES queda como un pequeño título de consumo, interesante por ser uno de los papeles más valiosos y versátiles que desarrolló en su carrera Haines, y al mismo tiempo muestra la vertiente más o menos humana del gran Chaney. Una comedia dramática que finaliza como era previsible y que, pese a todo, permite un visionado grato.
Calificación: 2’5
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