THE BIG HOUSE (1930, George W. Hill) El presidio
No cabe duda que los primeros años treinta fueron terreno propicio en el cine norteamericano, para la realización de títulos destinados a albergar un grado considerable de conciencia social. Todos ellos, en mayor o menor medida, reflejaron la realidad marcada por la gran depresión. Una realidad que tuvo una mayor incidencia en la pantalla en esos primeros años treinta que habían vivido más de cerca sus consecuencias, al tiempo que ejercían como terreno abonado a unos planteamientos cinematográficos que, a partir de 1933, fueron abortados con la implantación del temible Código Hays –cuyas consecuencias en el progreso del cine USA quizá jamás podremos valorar en toda su magnitud-. Es por ello que a inicios de la década de los treinta, las pantallas cinematográficas se poblarán por títulos dominados por una notable franqueza sexual, el planteamiento adulto de problemáticas de pareja representados en personajes femeninos dotados con gran complejidad y madurez, al tiempo que se plasmarán temáticas y problemáticas quizá poco habituales en una producción que buscaba el entretenimiento de las masas.
Dentro de dicho contexto, el ejemplo de THE BIG HOUSE (El presidio, 1930. George W. Hill) ocupa un lugar de cierta relevancia, en la medida que ejerce como uno de los precursores de un cine muy practicado en aquellos años por la Warner Brothers, como es el carcelario, protagonizado por estrellas habituales en el estudio, y realizado por directores también en nómina como Michael Curtiz, William Keighley o Lloyd Bacon. Sin embargo es en el seno de la Metro Goldwyn Mayer donde se auspició esta seca, austera y decidida producción, que supone el título más conocido de su realizador, un George W. Hill (1895 – 1934) al que su prematuro fallecimiento quizá privó de una trayectoria cinematográfica previsiblemente destacada. La capacidad visual de Hill, sus sabios reflejos de una experiencia previa en el cine mudo, la sensación de ir “a lo directo” y la ausencia de moralismos del relato, indudablemente son elementos a tener en cuenta, en un auténtico precursor de la temática carcelaria en las pantallas, que se aleja bastante –por fortuna-, de esas limitaciones redentoras que –título tras título- empobrecían las posteriores propuestas de la Warner. En su lugar, asistimos a un relato dominado por la austeridad, que sabe expresar con justeza la dureza tanto de la vida en la prisión, como los elementos, personajes y matices psicológicos que en su seno se internan, que utiliza bastante poco los diálogos, inclinándose en su lugar por una narrativa dominada por planos generales. En la combinación de todos estos elementos insertará oportunos movimientos de cámara, acentuando primordialmente ese carácter de pesada rutina que manifiesta una planificación que –influenciada por el METRÓPOLIS (1927) de Fritz Lang-, no duda en mantener como auténtico leiv motiv esa reiteración de las pisadas de las columnas de presos en el interior de un seco establecimiento, descrito además con una severidad arquitectónica bastante notable.
THE BIG HILL se iniciará con la llegada al recinto –que es mostrado en toda su adusta magnificencia en plano general de exteriores-, de Kent Marlowe (un jovencísimo Robert Montgomery). Se trata de un muchacho de buena familia de carácter bastante introvertido, condenado a diez años de prisión por haber matado accidentalmente a una persona en accidente de tráfico conduciendo borracho. Sin previsión alguna, Marlowe es internado en una celda que comparte con dos peligrosos delincuentes; John Morgan (Chester Morris) y Butch Schmidt (Wallace Beery). La poco meditada decisión del gobernador, sirve en la película para introducirnos a los tres polos de atracción de la película. Caracteres complementarios que permitirán internarnos en un submundo de dureza y supervivencia, en el que el joven recluso tendrá que hacer frente a su debilidad como persona. Ciertamente, el recorrido argumental del film de Hill es contundente, valiente y poco presto a divagaciones moralistas –es a mi juicio el elemento que ha permitido que la película sobreviva bien con el paso del tiempo-. En su defecto, apuesta por una descripción física de la vida de prisión –con especial mención a la terrible existencia de las celdas de castigo, que permitirá un largísimo y casi extenuante plano general donde, en off, Morgan y Schmidt conversarán al estar recluidos en la misma-. Las costumbres cotidianas de los presos, las novatadas a los recién llegados, su código de conducta definido por la lealtad, el siempre latente deseo de fuga, la presencia de un director comprensivo aunque dominado por la precariedad de medios, la catarsis del motín final…-. Todo un catálogo de motivos de comportamiento, son mostrados por el realizador con un notable sentido físico y de la progresión dramática, llegando a insertar ciertos elementos melodramáticos, quizá un poco forzados en su presencia –el encuentro de Morgan con la hermana de Marlowe, una vez huido de la prisión, que le hará comprender la existencia de un mundo nuevo fuera de las rejas y sentir la fuerza del amor-. Sin embargo, la presencia de esta subtrama servirá para reforzar el episodio final, en donde se expresará el motín de los reclusos en la prisión, mostrado con una fuerza expresiva realmente admirable. Unas secuencias que pienso que han quedado como un referente dentro del género, en las que los tres protagonistas decidirán sus destinos; Morgan logrará redimirse tras encauzar la rebelión –cerrará la puerta de la celda en donde se encontraban los oficiales de prisiones dispuestos a ser sacrificados por Schmidt-, este último morirá en la refriega, y Marlowe sacrificará su vida tras asistir aterrorizado a una rebelión que había provocado involuntariamente con su delación, fruto de la debilidad de su carácter.
Valiosa película, fruto en sus cualidades del contexto favorable en que fue realizada y también de la intuición cinematográfica de su realizador, fallecido pocos años después, es evidente que además sirvió como referente a tantos y tantos títulos que, con el paso de los años, apostaron por este subgénero. En este sentido, no puedo por menos que destacar las notables similitudes que presenta con la muy lejana en el tiempo –e igualmente magnífica- RIOT IN CELL BLOCK (1954, Don Siegel). Ejemplos valiosos ambos, que pueden hacernos entender las semejanzas en el punto de partida, así como las diferencias que se ofrecían entre el buen cine de inicios del sonoro, y la valiosa serie B de la primera mitad de los cincuenta.
Calificación: 3
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