VICKI (1953, Harry Horner)
Cuando en los últimos tiempos se habla tanto de la presencia de remakes cinematográficos, la mayor parte de las ocasiones realizados sin la necesaria justificación de ofrecer un mínimo de interés a lo ya mostrado en el referente previo, bueno es traer a colación un título tan gris como VICKI (1953, Harry Horner), representativo de una vertiente que siempre tuvo acomodo en el cine norteamericano. Fue una opción que practicó en numerosas ocasiones con talento –no creo que sea necesario ofrecer ejemplos concretos- y en otros de manera menos relevante. Este sería a mi juicio uno de los exponentes que podrían ser integrados en el segundo grupo, y conviene destacar que cuando se hace dicha referencia, no la formulo en la realidad que ofrece el hecho de encontramos ante una nueva versión de la novela de Steve Fisher, que en 1942 fue llevada a la pantalla por el generalmente apagado H. Bruce Humberstone en I WAKE UP SCREAMING. No he podido contemplar esta película –protagonizada por Laird Cregar-, pero las referencias son bastante notables, destacando sobre todo la labor de aquel singular intérprete, fallecido prematuramente, que curiosamente preludiaba el inolvidable Quinlam recreado por el propio Orson Welles en la extraordinaria TOUCH OF EVIL (Sed de mal,. 1957. Orson Welles), al tiempo que su historia se ofrecía como un auténtico precedente de la LAURA (1944) planteada poco tiempo después por Otto Preminger.
Paradójicamente, en esta nueva versión firmada por Harry Horner resulta claro que sigue los pasos –en sus primeros minutos, hasta vampirizar sus rasgos por completo-, el eco del inolvidable film de Preminger. Veamos. Tras una serie de imágenes que nos muestran fachadas llenas de imágenes publicitarias que insertan el rostro de la hermosa Vicki (Jean Peters), pronto la cámara se detendrá en el momento en que una ambulancia recoge el cuerpo de una muchacha que, inmediatamente, advertiremos se trata de la joven Vicki Lynn. Sobre el –en teoría- impactante momento, se insertarán los títulos de crédito proyectados sobre un cuadro de la difunta y un tomando como tema musical una sintonía que, sin lograrlo, intenta retomar la magia de la película que protagonizara la inolvidable Gene Tierney. A partir de ese momento, la película iniciará su andadura con el interrogatorio de las personas cercanas a la asesinada, entre las que se encuentra su hermana y tres hombres ligados al mundo artístico y la vida social newyorkina, que en su momento fueron los que descubrieron los previsibles talentos de la ausente protagonista. Será en ese contexto donde, progresivamente, se vayan estableciendo los dos polos de oposición de la película. Uno de ellos será la extraña personalidad manifestada por el veterano teniente de policía Ed Cornell (un estupendo Richard Boone), del que desde el primer momento –la secuencia en que se entera del asesinato de Vicki cuando va a vivir unas vacaciones- manifiesta sentir una especial fascinación hacia esta. El otro personaje en conflicto con Cornell será el joven publicista Steve Christopher (Elliott Reid), quien rápidamente será objeto de la intuición del veterano teniente, en su absoluta convicción de que se trata del culpable del crimen, lo que incluso llevará a Christopher a huir del acoso de este, cuando estaba a punto de recibir una brutal agresión por su parte. Desde su convicción de inocencia y con la ayuda de la hermana de Vicki –Jill (Jeanne Crain)-, quien siente un sincero afecto por él, intentará lograr las pruebas que demuestren su inocencia, al tiempo que contrarrestar el acoso de un Cornell, que se intuye no se dedica a buscar al asesino, sino que por el contrario el único objetivo de su lucha se centra en algún resentimiento muy íntimo mantenido con el joven publicista –al que no dejará de llamarle despectivamente pretty boy-.
Indudablemente, el planteamiento de VICKI resulta más o menos atractivo, como eficaz es el diseño de producción, retomando los rasgos más característicos y eficaces del look policiaco de la 20th Century Fox, y teniendo presente un contraste fotográfico que tiene su mayor grado de interés en todas aquellas secuencias desarrolladas en los interiores del edificio de apartamentos donde Vicki ha aparecido muerta. Si a ello le añadimos el atractivo del personaje y la propia presencia de Richard Boone, podría casi determinar unos resultados, cuanto menos, atractivos.
Sin embargo, bajo mi punto de vista no se produce tal circunstancia, y su resultado jamás emerge de unas cotas de mediocridad, fundamentalmente producidas por la inconsistencia de la propuesta argumental, de la que no se puede abstraer el esforzado aunque superficial planteamiento visual aportado por Harry Horner. Retomando también ecos de la no muy lejana ALL ABOUT EVE (Eva al desnudo, 1950. Joseph L. Mankiewicz), la película plantea la rápida conversión de una atractiva y joven camarera en una auténtica estrella mundana. Lo que podía haber ofrecido como base a una crítica demoledora a la alienación colectiva –tal y como definirían las comedias Fox de Frank Tashlin protagonizadas por Jayne Mansfield-, la película se plantea como una acrítica y, sobre todo, increíble ascensión, de una mujer de apariencia agradable pero despojada de rasgo alguno que pueda justificar su ascenso a la fama ¿de qué manera? ¿por ser mencionada en una columna de sociedad? No es la primera vez que manifiesto que se puede plasmar cualquier elemento en una película –por muy inverosímil que pueda parecer-, pero este ha de ser mostrado con enorme capacidad de convicción. No es este el caso. Ni Jean Peters –quien sin embargo ya había encarnado con acierto el protagonismo de la excelente ANNE OF THE INDIES (La mujer pirata, 1951. Jacques Tourneur)-, inspira capacidad de fascinación alguna, ni sus adláteres y métodos resultan minimanente consistentes como tales personajes –incluso se reúnen en la barra de un restaurante, y la planificación de la secuencia estoy convencido está inspirada en la de la coetánea HOW TO MARRY A MILLIONAIRE (Como casarse con un millonario, 1953. Jean Negulesco), en la que los tres candidatos a maridos de las protagonistas se reunían al final de la película-.
En medio de estas inconsistencias, de la arbitraria manera con la que se insertan los elementos de intriga en la película –la resolución final es de una insustancialidad casi sonrojante-, aún nos espera una conclusión que pretende lo sublime y, a mi juicio, está a punto de rozar el ridículo. Tan solo la convicción que aporta Boone al momento, impide que esta sensación se imponga en el momento en que Steve, Hill y el compañero policía, se adentren en el santuario que Cornell tiene instalado en su apartamento, lleno de imágenes de la desaparecida. Francamente, y pese a su aceptable factura visual, VICKI me parece una película pequeña y olvidable, que demuestra que en aquellos tiempos definidos por el clasicismo cinematográfico, había realizadores que basaban su cine en la vampirización del que observaban. Vamos, que salvando las distancias, también en la década de los cincuenta, existían los equivalentes a Brian De Palma. Consignemos finalmente la presencia del posterior productor televisivo Aaron Speelling, en el rol del joven y atribulado conserje del edificio de apartamentos.
Calificación: 1’5
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