MAN FROM DEL RIO (1956, Harry Horner) Un revolver solitario
A la hora de hacer una valoración del periodo previo al seminal del western norteamericano, creo que aún falta algún estudio en profundidad que valore la aportación emanada por la United Artists –cierto es, no solo centrada en este género- en el devenir de la evolución del mismo. Bajo su amparo se rodaron un buen número de exponentes centrados en la serie B –este estudio fue el que quizá aportó una visión más moderna sobre los rasgos que comportaría dicho enunciado en los últimos años en que tal concepción aún se encontró presente en el cine norteamericano-. Títulos por lo general rodados en blanco y negro, caracterizados por historias en las que predominaba su vertiente psicológica, que huían de la espectacularidad, desarollándose por el contrario en escenarios bien delimitados por los que deambulaban personajes dominados por un tortuoso mundo interior. A grandes rasgos, y con mayor o menor grado de acierto, se encuentra inserta la producción del cine del Oeste auspiciada por el mencionado estudio en la segunda mitad de los años cincuenta, de la cual tenemos un atractivo y apenas conocido representante con MAN FROM DEL RIO (Un revolver solitario, 1956).
Y ese desconocimiento podríamos señalar que adquiere en este caso una partida doble, al estar firmado por un extraño realizador Harry Horner. Nacido en Checoslovaquia y fallecido en California a la edad de 84 años –en 1994-, su andadura en gran medida se centró en el medio televisivo, aunque entrelazado con la misma filmó un total de siete largometrajes entre 1952 y 1956, de los que hasta la fecha solo he pedido contemplar dos de ellos –BEWARE, MY LOVELY (1952), su segunda película, y la casi inmediata VICKY (1953)-. De ambas se podrías detectar un claro alcance de imitación de otros títulos precedentes, y una curiosa mezcla de intuición fílmica y pretenciosidad, que dieron como fruto en esos dos casos a sendos exponentes cuanto menos interesantes por esa misma singularidad, aunque en sí mismos no se caracterizaran por unas especiales cualidades. En cierto modo, aunque con un sedimento y nivel cualitativo más alto, esa cierta voluntad de mostrar un determinado grado de originalidad, se muestra en la que sería su penúltima película –tras ella solo filmó casi de forma inmediata el film de gangsters THE WILD PARTY (1956), también protagonizado por Anthony Quinn-.
La voluntad de desmarcarse de los cánones habituales propuesta por Horner en MAN FROM DEL RIO, ya se manifiesta por la presencia en movimiento de su personaje protagonista –Dave Robles (Anthony Quinn)- mientras se suceden los rápidos títulos de crédito. De antemano percibiremos la oscura y sombría fotografía en blanco y negro del gran Stanley Cortez, a cuyo trasluz desde el primer momento la película, sencilla en su base argumental, adquiere muy pronto una clara personalidad propia. Robles es un pistolero hastiado de una andadura en la que su manejo del revolver le ha granjeado un respeto por parte de los pistoleros de la zona, pero no una entidad e identidad como persona. Por ello, su llegada a una localidad en la que pretende abandonar ese pasado que en realidad le atormenta, será avistada por el dueño del saloon del local –Ed Bannister (Peter Whitney)-, tras una refriega en la que Robles demostrará su destreza, aunque quede levemente herido. Ello le llevará hasta el doctor de la población y, ante todo, a su bella ayudante –Estella (Katy Jurado)-, en la que verá una nueva luz, por más que esta se muestre renuente hacia él. Las secuencias que Horner va insertando en MAN FROM DEL RIO, inciden de forma relajada en esa búsqueda de una nueva vida por un hombre hastiado de haber logrado un nombre solo por ser un pistolero diestro, pero que no deja de asumir que ese respeto cualquier día dejará de estar presente, suponiendo el final de sus días, al ser un hombre taciturno aunque, en realidad, de noble personalidad.
Esa oportunidad llegará cuando tras una refriega en la que el hasta entonces sheriff sufra una violenta humillación que le llevará a las puerta del linchamiento –un fragmento revestido de una violencia casi insoportable, y que parece preludiar al FORTY GUNS de Fuller-, a Robles le sea propuesto dicho cargo por parte de una comunidad que, en el fondo, lo utiliza para limpiar de suciedad una población en la que el riesgo y el peligro se encuentran presentes, pero en el fondo no desea integrar a Robles en la misma. Modificar su apariencia exterior con unos ropajes más elegantes, o ser en apariencia respetado por sus habitantes, no serán señal suficiente para que este aprecie el rechazo de unos ciudadanos, que solo pretenden que expulse a Bannister de la localidad –el verdadero causante de los desordenes en la misma-. Sin embargo, no se sentirán cómodos cuando acuda al baile que estos han organizado –quizá la secuencia más lograda de la película-, en donde Robles sentirá en carne propia la humillación que le brindan esas gentes bienpensantes de la ciudad que defiende, pero que en el fondo rechazan a un pistolero mexicano al que utilizan del modo mas mezquino posible. Solo Estella se dará cuenta de la tortura psicológica que vive nuestro protagonista, haciéndoselo ver y, poco a poco, acercándose a él, siquiera sea para que abandone un cometido en el que intuye un trágico final para un hombre al que poco a poco verá con mayor dignidad. Esa situación provocará una catarsis en la pelea que Robles mantendrá con Bannister cuando le ordene que abandone la localidad –otro episodio dotado de una violencia extrema, y en el que el uso de planos largos reforzará dicha sensación-, llevándole a no tener la mano en condiciones para ejercer diestramente con la pistola. Será algo que intentará mantener en secreto de cara a persuadir al tabernero –que años antes ya ejerció como pistolero con éxito- para que abandone la ciudad sin que sepa la imprevista debilidad que sobrelleva. Será un indigno borracho, que por un trago de bebida no dudará en venderse a uno u otro bando, quien comentará a Bannister la invalidez del sheriff, por lo que este se envalentonará a la hora de vivir un duelo y liquidar a Robles, faceta en la que, por una vez en la vida, el buen pulso de este, permitirá una conclusión feliz, abandonando finalmente la localidad junto a Estella.
En MAN FROM DEL RIO destaca esa acusada búsqueda por la mirada callada, tan solo rota por los estallidos de violencia antes descritos. Horner sabe mantener en todo momento un aura de desesperanza sobre una localidad en la que rezuma esa aura de puritanismo y mezquindad, quizá superior a la violencia primitiva que comanda el interesado Bannister. Cierto es que en algún momento la película acusa un lado discursivo, pero por fortuna durante la mayor parte de su ajustado metraje el realizador sabe discurrir por los meandros de un relato pequeño y sencillo. Una historia en la que se dilucida en realidad una de las vertientes más buscadas en el cine del Oeste; el derecho a vivir una segunda oportunidad a seres que han estado al margen de la Ley. Dentro de dicho apartado, y precisamente gracias a su asumida modestia, el film de Harry Horner debe por un lado ser revelado como una propuesta válida, y por otro servir como punto de partida para ese necesario recorrido de la producción en un estudio, que en aquellos años proporcionó uno de los bastiones de cara a la evolución del western.
Calificación: 3
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