THE WORLD MOVES ON (1934, John Ford) Paz en la tierra
Si ha existido un director cinematográfico despiadadamente distante y autocrítico con su obra, este fue John Ford. Nunca se sabrá si este reiterado escepticismo ante su cine era una pose, una faceta más de su predibujada personalidad o, quizá, estaba expresada con total sinceridad. En este contexto, uno de los títulos de los que el viejo maestro norteamericano siempre renegó, fue THE WORLD MOVES ON (Paz en la tierra, 1934), desdén en el que ha coincidido con la valoración dispensada por otros estudiosos de la obra fordiana –uno de ellos, el español Quim Casas, despacha con rapidez el a su juicio limitado alcance de la misma-. Sin embargo, y aún contando con contundentes referencias que deberían inclinarme en dicha valoración más o menos negativa, he de reconocer que poco a poco, de forma lenta pero inexorablemente, y pese a ese cierto estatismo de eco teatral casi consustancial el cine norteamericano de aquel tiempo, las imágenes de THE WORLD… van formando un círculo de casi ejemplar consistencia, erigiéndose como un valioso –y en un momento determinado, casi clarividente-, viaje a todo un siglo de historia, plasmado a través del recorrido vital efectuado por diferentes generaciones de familias como los Girard y los Warburton. Un recorrido que permite a Ford establecer a través del argumento brindado por Reginald Berkeley, todo un muestrario de sus obsesiones cinematográficas, integrando el relato dentro de la corriente de cine antibelicista de tanto apogeo en el cine norteamericano a partir del éxito comercial y crítico de ALL QUIET ON THE WESTERN FRONT (Sin novedad en el frente, 1930. Lewis Milestone).
Un travelling de retroceso a través de la imagen de un crucifijo ubicado en un pared, y un movimiento de cámara opuesto que finalizará con idéntica cruz, que se mantiene en el mismo emplazamiento algo más de un siglo después, serán las elecciones visuales destinadas para iniciar y concluir un relato que se detendrá en diversos espacios temporales, y que se abrirá en las primera décadas del siglo XIX –en concreto, 1825- en un New Orleáns de un periodo aún definido por la esclavitud. Un poderoso terrateniente del algodón muere, y su testamente decide distribuir sus pertenencias entre sus hijos y los más allegados. Allí mismo, ante el propio notario y en la presencia de todos los implicados, se comprometerán a un pacto familiar velando por el conjunto de la misma, y en detrimento de cualquier interés personal. Pese a esa aparente compenetración, pronto observaremos como se establecerá una rápida sintonía entre los jóvenes Mrs. Wasburton (Madeleine Carroll) y Richard Girard (Franchot Tone). Una afinidad que en apariencia solo se inserta en el carácter pacifista que une a ambos, pero que en realidad oculta un sentimiento que ninguno de ellos se atreve a sacar a la luz pública –aunque en un momento dado, Richard se bata en duelo por defender el honor de la joven-.
Discurren diversas generaciones, y nos detenemos a inicios de pleno siglo XX –el año 1914-. La película muestra el acierto de reiterar los actores en los roles de los lejanos descendientes, permitiendo con ello establecer una continuidad en el relato narrado. De nuevo se plantean situaciones de conflicto humano en el contexto de la unión de estas dos familias, que décadas después renovará sus votos de protección a la familia. Es así como encontraremos con los rostros de los jóvenes antes mencionados al descendiente de los Girard y a Mary Warburton Girard. Ambos igualmente se atraen, aunque ella se encuentra ligada a otro de los miembros de la familia. Todos ellos asistirán en Alemania a la boda que enlazará a sendos miembros de ambas familias. Será un instante de efímera felicidad para todos ellos –que Ford remarcará con unos atrevidos travellings laterales en torno a los comensales-, y a cuyo término una vez más se evidenciará la vinculación que une a Mary y Richard, aunque la primera de ellas se encuentre prácticamente comprometida con el joven Erik (Reginald Denny). El reconocimiento de la situación provocará el abandono del convite de la boda por parte de Richard, así como el reconocimiento posterior de Mary ante Eric de que no se encuentra preparada para casarse con nadie. Poco tiempo después, la estampa unida y familiar que ofreció dicha boda ha quedado totalmente oscurecida. La llegada de la I Guerra Mundial movilizará a los jóvenes de los países contendientes. La siempre siniestra cita bélica propiciará que los aparentemente unidos componentes de ambas familias, en la práctica se envuelvan en la ausencia de principios que marca toda contienda, eliminándose unos a otros tomando como base un supuesto patriotismo. La guerra será traumática para todos ellos, registrándose pérdidas dolorosas en el aspecto puramente físico, y especialmente profundas en la pérdida de la inocencia, de unos ideales y convicciones hasta entonces inalterables que han sido puestas en entredicho. La fe, el mantenimiento de unos ideales de pureza, de un plumazo se han borrado en este conflicto bélico que finalmente perderá Alemania. Para las familias protagonistas el periodo resultará especialmente doloroso, aunque brinde para nuestros jóvenes amantes la posibilidad de casarse en un permiso por recuperación de Richard. Otro de los Girard se convertirá en sacerdote, mientras que el esposo que pocos meses antes se había casado morirá en una lucha en el mar, formando parte de la tripulación de un submarino alemán. El tiempo pasará de nuevo y nos situamos a inicios de la década de los años veinte. Richard se ha convertido en un auténtico “tiburón” de las finanzas, aunque este triunfo material le haya despojado de su sensibilidad. Mary se resentirá de ello pero mantendrá su fidelidad hacia él, hasta que la llegada del crack de 1929 le permita erigirse como su mayor apoyo, al ver como la fortuna que su marido había amasado en los negocios se ha esfumado de la noche a la mañana. Poco tiempo después, y con presumibles dificultades, los dos esposos retornarán a la vieja mansión en la que sus antepasados forjaron el inicio de una saga familiar. Todo ha cambiado y el entorno ha envejecido, pero sigue ubicado el viejo crucifico, ante el que Mary implorará a Dios la siembre del buen juicio y la convivencia.
Como se puede intuir por esta rememoranza argumental, THE WORLD… plantea un recorrido arbitrario en el tiempo, detenido en situaciones y contextos de marcada referencia histórica, y que se establecen como auténticas paradas espirituales en las que ese nexo de unión y cooperación entre los miembros de las familias protagonistas del relativo, son sometidas a constante prueba y abierta demostración de la fragilidad y al mismo tiempo la grandeza del ser humano. Bien sea a través de la existencia de una pasión amorosa compartida pero finalmente escondida, a partir de la afloración de los sentimientos más terribles que aflora en la guerra, o al egoísmo que ofrece la apuesta más descarnada por el materialismo, lo cierto es que el relato de Ford puede ser representado con facilidad como un auténtico catálogo de situaciones de peligro para un elemento que el viejo maestro siempre asumió como parte de su mundo personal y expresivo. Es comprensible pensar que la ausencia de los clásicos secundarios fordianos pueden distanciarnos de esta apreciación –aunque bien es cierto que la labor de la Carroll y Franchot Tone resulta más que adecuada-, pero lo cierto y verdad es que THE WORLD… ofrece un marco adecuado para que el realizador pueda canalizar un relato, que sorprendentemente podría definirse como un extraño exponente de Americana, entremezclado dentro de la corriente de cine bélico habitual en aquellos años. Esta mezcla de géneros a mi juicio proporciona una extraña singularidad al conjunto, en el que no faltará la presencia del actor de color Stepin Fetchit, que encarna a Dixie, ofreciendo con su presencia un pequeño contrapunto humorístico, a un relato dominado por su alcance sombrío. Es evidente que esa expresión violenta y desencarnada tendrá lugar con la llegada de la contienda mundial. Un marco bélico que Ford sabe captar magistralmente, en secuencias como la que se desarrolla en el interior del submarino alemán. Allí se encuentra el joven que poco antes había contraído matrimonio ante todas las familias presentes, y teniendo la foto de su boda en su habitación. Instantes después, será el autor de los disparos que llevarán al hundimiento a un navío que porta en su interior a los patriarcas de la empresa, mientras que poco después un buque de guerra británico acabará con dicho submarino. No se puede hablar más claro; la violencia engendra a la violencia, y en una misma secuencia comprobaremos como personas ligadas por lazos de amistad e incluso de sangre, son aniquiladas unas a otras, en una escalada de destrucción. Se trata además, y siempre bajo mi punto de vista, del episodio más impactante, revelador y contundente de la película. En cualquier caso, lo cierto es que el discurrir de la película, y especialmente en este largo fragmento que toma como marco la I Guerra Mundial, está trufado de instantes cinematográficos dominados por una amarga delicadeza. Esa manera con la que el propio Eric manifiesta a su superior que no le importa atacar un determinado destino, aún a sabiendas que en su interior se encuentran un viejo amigo suyo. Todo ello marcará un amplio episodio en el que por lado se llega a obligar a Mary –que ha quedado como cabeza del negocio- a que fabrique materiales y objetos militares, petición que ella rechaza, aún siendo consciente de que con tan negativa, el gobierno británico va a requisarle sus instalaciones. Pero también es necesario destacar la brutal contundencia que tiene lugar en la batalla que se establece entre alemanes y miembros de otros países, desarrollada de noche y en un viejo cementerio. En este sentido, la espiral de violencia y destrucción tiene visos de ir in crescendo, quedando tales intenciones finalmente abortadas con la rendición de los alemanes –el crepitar de las campanas marca el inicio de una paz, que lamentablemente, jamás podría a retornar e ilusionar a los ciudadanos- mostrando a continuación el doloroso retorno de sus soldados a sus respectivos hogares.
Pero es más, de entre los elementos y sugerencias que ofrece esta producción de la Fox, se ofrece uno muy revelador en la abierta convicción que mantendrán en una tertulia diversos de sus familiares –especialmente el más joven de ellos; Jacques Girard (Barry Norton)-, quien se atreverá a anunciar una nueva contienda mundial. Llegados a este punto, Ford insertará una serie de breves secuencias de desfiles y manifestaciones de ejércitos europeos que, ya en aquellos años, se destacaban por su ebullición interna. Contemplaremos imágenes de Hitler y la iconografía nazi, de puestas en escena musolinianas, del afán bélico de los japoneses y otras muestras de diferentes países, destacadas en convulsiones, en cuya mayor medida participaron pocos años después en la II Guerra Mundial. Curiosa incursión de estas breves secuencias, aportando un alcance premonitorio. Solo por esta intuitiva elección formal, la audaz interrelación marcada en el conjunto del relato, y la delicadeza existente en sus momentos más intimistas –la misma que se realiza teniendo una parte de la iglesia convertida en hospital de heridos de guerra-, nos permiten considerar THE WORLD MOVES ON como un título no solo representativo del cine de su autor en aquella década de los años treinta. A ello cabría añadir la vigencia de los enunciados que postula, así como la vigorosa técnica fordiana, luchando en todo momento contra una cierta rigidez y envaramiento que, justo es reconocerlo, pronto abandonará el devenir del relato. En definitiva, un título de gran interés que, en algunas ocasiones, sus momentos más valiosos deberían poblar la amplia galería de grandes episodios del cine fordiano.
Calificación: 3’5
2 comentarios
Luis -
santi -
la historia de la familia en 100 años , la primera guerra mundial , esta contada con asombrosa sencillez , como siempre la peli apoyada en una puesta en escena austera , pero eficaz , la direccion impecable , con unas buenas interpretaciones de franchot tone , al que recuerdo en cinco tumbas hacia el cairo y madeleine carrol
no es una obra maestra , pero es una mas que estimable pelicula , donde ford nos ofrecia peliculas menores que estaban bien , el juez priest , la patrulla perdida , huracan sobre la isla , y pasaporte a la fama , entre otras , sin olvidarme de steambout round the bend y otras muy flojas como submarine patrol cuatro hombres y una plegaria y rio arriba, donde le costo abrirse camino , pero cuando lo hizo lo hizo a lo grande , la filmografia desde 1939 hasta el 66 con siete mujeres es inpresionante
hay grandes directores en la historia del cine , sus amigos walsh y hawks por poner un ejemplo aun filmando grandes peliculas , no eran como ford , por todo por la manera de hacer las cosas , por su grandiosa filmografia , por la forma de contar las peliculas , por ese lirismo , no hubo nadie como ford
mi pelicula 60 de ford me quedan dos titulos para completar su epoca sonora cuanto a largometrajes se refiere, es un privilegio contemplar la obra de este gigante , este hombre que sino es el mejor director de cine de todos los tiempos esta entre los tres mejores .
uno ve sus peliculas una y otra vez y encuentra cosas nuevas , y se sorprende de la sencillez y riqueza de su cine
paz en la tierra es una de sus mejores pelis en los 30s y olvidada entre tanto fordiano de pro , injustamente , en definitiva una estupenda pelicula.