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CINEMA DE PERRA GORDA

RAILROADED! (1947, Anthony Mann) El último disparo

RAILROADED! (1947, Anthony Mann) El último disparo

Haciendo una valoración quizá un poco a la ligera, podría decirse que en RAILROADED! (1947. El último disparo) aún no se encontraban presentes suficientemente maduras las cualidades que labraron un lugar al norteamericano Anthony Mann entre los mejores realizadores de la generación intermedia del cine norteamericano. No cabe duda que en el desarrollo de la película se pueden detectar en todo momento destellos y momentos de verdadera inspiración, y en conjunto esta se describe como un atractivo y pequeño título policiaco, en la línea de los realizados en aquellos años por nombres como Richard Fleischer u otros exponentes de la denominada “generación de la violencia”. Sin embargo, cierto es que en ella se echa de menos esa oscuridad, impronta poética,  una inclinación visual expresionista o el alcance fatalista, que definieron los mejores exponentes de Mann en el contexto del policiaco estadounidense. Una aportación en la que, lógico es suponerlo, algo tendría que ver su reiterada colaboración con el operador de fotografía John Alton, con el que estoy seguro que logró no solo complementarse a la hora de incorporar un universo y una atmósfera muy especial a su cine, sino que incluso asesoró a Mann en esta faceta, brindándole una colaboración tan valiosa, como pudo manifestarla por otro lado la de Nicholas Musuraca con Jacques Tourneur. En esta ocasión, contó con la prestación como operador de fotografía de Guy Roe, y es evidente que a través de sus imágenes se deja entrever la impronta visual y atmosférica de un realizador que sabe potenciar claroscuros, sombras, encuadres recargados o espacios dominados por la amenaza. Es algo que manifiesta la modélica secuencia en la que un aparente y descuidado salón de belleza –que en realidad encubre una caso ilegal de apuestas-, se convierte en el marco de un atraco, azarosamente convertido en motivo de tragedia por el asesinato de un policía. Uno de los atracadores –Cowie Kowalski (Keefe Brasselle)- es herido de gravedad, mientras que el auténtico asesino, y promotor del atraco –Duke Martin (John Ireland)-, se encarga de implicar como falso culpable del mismo al joven Steve Ryan (Ed Kelly). La táctica logrará su resultado haciendo testificar en falso al atracador herido, al tiempo que hacer lo propio con una de las testigos del crimen cometido, la esteticién Clara. En realidad esta se encuentra relacionada sentimentalmente con Martin, sometiéndose en todo momento a los designios de este.

 

En este marco, Mann desarrolla una intriga policíaca que en buena medida se describe a partir de dos aspectos complementarios. De un lado ofrece una crónica cotidiana, por momentos melodramática, centrada en los esfuerzos de la familia de Ryan –especialmente por parte de su hermana-, para intentar lograr las pruebas que demuestren la inocencia de su hermano. Por otra parte, nos encontraremos con un relato policiaco que goza de secuencias impactantes y una demostrada concisión narrativa, que de alguna manera se entronca con el sendero que el cineasta abordaría con mayor profundidad en sus siguientes títulos. En la confluencia de ambas tendencias, podemos apreciar un relato que combina dureza y cotidianeidad, que aúna secuencias dominadas por una evidente blandura en su discurrir –definitorias del Mann primerizo-, entrelazadas con momentos, secuencias, elementos de montaje y planos caracterizados por su sordidez, que constantemente se intercalan, en un conjunto irregular pero siempre bien llevado en el que, lógicamente, alcanza una mayor intensidad toda esa vertiente sórdida, esos destellos de dureza presentes en su conjunto, antes que el elemento melodramático, propuesto por otra parte con una considerable sobriedad narrativa aunque, justo es reconocerlo, sin lograr trascender el contexto de la bienintencionada discreción.

 

Esa relativa poca profundización de los personajes, indudablemente impide que la película alcance unas mayores cuotas de brillantez. Sin embargo, ello no evita que podamos sentirnos a gusto en una pequeña historia de poco más de setenta minutos de duración, en el que podemos detectar esa presencia de un falso culpable. Un joven que podría ser perfectamente el precedente del Farley Granger que protagonizara el que para mi supone la apuesta más valiosa del cine policiaco de Mann. -SIDE STREET (1950)-.

 

En el cómputo de aciertos de RAILROADED! destacaremos de nuevo la fuerza, atmósfera y percutante planificación de la secuencia del atraco. Incluso la apertura del film –mostrando la fachada del salón de belleza-, está planteada de tal forma que deja entrever una extraña sensación de amenaza. Todo lo referente al personaje del joven Kowalsky alcanza un notable grado de intensidad –especialmente impactante son sus primeros planos en los que, instantes antes de morir, adquiere conciencia de la ausencia de su mandíbula, y sus ojos reflejan una gran desesperación-, y de forma oportuna, Mann inserta detalles y elementos que contribuyen a mantener el interés de la función. Detalles que van desde el fundido que nos muestra el agujero de bala sobre el bolso de la compañera de Clara –anunciando que ha sido eliminada por Martin, para evitar que las debilidades de esta puedan poner en duda la falsa acusación que ha urdido-, o incluso la fuerza de la secuencia final. Sin embargo, no se puede decir que personajes como el del agente de policía o incluso la relación que mantendrá la hermana de Ryan con Martin, aparezcan con un mínimo de entidad, desaprovechando de alguna manera el conflicto interior que se establece entre este, su inicial apreciación sobre el joven Steve como culpable, y la progresiva consideración que este le ofrecerá como inocente, coincidiendo con el tímido inicio de una relación con su hermana.

 

En definitiva, una película de corto alcance, atractiva a partir de la asunción de la limitación de su material de base, y que de alguna manera sirve de puente entre los primeros títulos de Anthony Mann, caracterizados por una mezcla de atractivo, intuición e insuficiencias cinematográficas, y un posterior estadio de su cine, definido por una mayor hondura expresiva y temática.

 

Calificación: 2’5

1 comentario

anselmo -

Una película imperfecta pero con personalidad. A pesar de algunas inconsistencias de guión se nota la impronta de un director poderoso. El personaje de Ireland es estupendo. A destacar la acidez de los dialogos y ese curioso patrón de club que cita relajadamente a Oscar Wilde a su aburrida maîtresse.