LA LEGGE (1959, Jules Dassin) La ley
Pocas películas que haya contemplado en los últimos meses, me ha provocado tal cúmulo de sensaciones contrapuestos, como lo ha logrado LA LEGGE (La ley, 1959. Jules Dassin). Denostada por su propio artífice, lo apasionante y lo ridículo, el momento intenso y el subrayado chusco, el personaje bien definido y el toscamente estereotipado, se den cita en la pantalla en ocasiones en un mismo plano, en la oscilación de un encuentre, o con un simple fundido o sucesión de fotogramas. Cierto es que –a tenor de lo que he podido contemplar en su filmografía-, en Jules Dassin se aúna un cineasta ocasionalmente inspirado –sus dos títulos de gloria son, a mi juicio, los excelentes NIGHT AND THE CITY (Noche en la ciudad, 1950) y DU RIFIFI CHEZ LES HOMMES (Rififi, 1955)-, indudablemente comprometido en unos planteamientos progresistas, pero cuyos resultados estrictamente cinematográficos –y siento tener que decirlo, ya que nos encontramos con el prototipo de personalidad que por su trayectoria personal merece una clara admiración-, suelen estar por debajo de lo que sus puntos de partida podrían plantear. Incluso sus célebres policíacos producidos por la égida de Mark Hellinger ofrecen, bajo mi punto de vista, un interés mas teórico que efectivo –especialmente evidente en el caso de THE NAKED CITY (La ciudad desnuda, 1948)-. En este sentido, no cabe hablar de un cineasta despojado de interés en su obra pero, por intentar establecer una comparación, nos encontramos con un hombre de cine que quizá esté mejor considerado por el hecho de su integridad personalidad que un Edward Dmytryk, aunque sus capacidades como cineasta sean a mi juicio bastante más irregulares que las del conocido y eternamente cuestionado delator de la “Caza de Brujas”.
Me da la impresión que cuando Dassin se inserta en el periplo europeo de su filmografía, y tras los esplendores registrados en los dos títulos antes señalados, en él se insertan una serie de rasgos que alcanzarán un notable peso en los títulos por él realizados, hasta que llegara su prematuro declive y dispersión en la misma. En este periplo el realizador definirá su cine dentro de contextos y marcos exóticos, dominados por argumentos más o menos ligados a tintes progresistas y / o políticos, al tiempo que tendrá una destacada presencia la musa de su cine, su esposa Melina Mercouri. Punto por punto, estos rasgos formales y temáticos, serán los que definan esta extraña parábola sobre las relaciones de poder, que queda en todo caso bastante por debajo de apuestas por aquel entonces realizadas en el contexto del cine británico por otro ilustre exiliado del cine norteamericano; Joseph Losey.
LE LEGGE centra su base argumental –extraída por parte del propio Dassin, a partir de la novela de Roger Vailland-, en una pequeña localidad costera del sur de Italia. La acción emergerá a partir del centro de la localidad –que se dispone a celebrar por la noche su fiesta anual-, ofreciendo alrededor de la misma una serie de retratos de personajes y situaciones de carácter coral, a través de los cuales se establecerá una nada sibilina parábola en torno a las relaciones de poder, ligadas en esta ocasión al papel decisivo que el sexo alcanza dentro de dicho ámbito. A partir de esta premisa descubriremos las andanzas ejercidas por el verdadero y veterano poder existente en la población –ejemplificado en don Cesare (Pierre Brasseur)-, representante de un modo de entender la existencia anclado en el pasado, añorante de tiempos imperiales –representados en esas obras de arte de diferentes épocas que este custodia en su caserón-, y que ya en los primeros compases del film mostrará un sutil enfrentamiento con el joven ingeniero agrónomo Enrico (Marcello Mastroianni), partidario de reformar la zona desecando los pantanos, y con ello intentar modificar la mentalidad anquilosada e hipócrita del vecindario. Poco antes de dicho enfrentamiento, la cámara de Dassin nos mostrará –por medio de un ingenioso juego de movimientos de cámara- un recorrido coral que servirá para describir el perfil psicológico de los personajes que a continuación desfilarán ante la cámara. Será, que duda cabe, una galería dispar, aunque en todo momento dominada por la hipocresía, la doble moral, el deseo insatisfecho o las ansias de poder.
Un juego sin duda atractivo sobre el papel pero que, justo es reconocerlo, en más momentos de lo deseado alcanza una presencia chirriante, bufonesca e incluso dominada por el trazo grueso. En este sentido, la película destaca en su vertiente positiva por la capacidad descriptiva y la atmósfera que registra su plasmación física. La espléndida labor del operador Otello Martelli, es sin duda un aliado muy especial para lograr establecer la autenticidad de unos escenarios que Dassin filma con un destacado sentido de la fisicidad, logrando incorporarlos como un elemento casi opresivo del relato. A partir de ese punto de partida, e incluso logrando la participación de no pocos lugareños, se desarrolla un relato que, justo es reconocerlo, va construyendo una espiral de progresión colectiva, mostrando quizá en ello un círculo vicioso de interrelación. Una extraña tela de araña de causa y efecto, que además tendrá como elemento simbólico la presencia en la localidad de un extraño juego de poder y dominación establecido entre sus habitantes, en los que siempre ejercerán el mando tanto el mencionado don Cesare, como el chulesco abogado de la población –Matteo Brigante (Yves Montand)-.
Indudablemente, nos encontramos con un material de partida interesante, y parte de dicho atractivo se encuentra presente en la película –especialmente en su tramo final-. Dentro de esta percepción positiva, personalmente me quedo con el trazado y el desarrollo de los personajes de don Cesare, en buena medida por el espléndido trabajo del veterano Pierre Brasseur, pero también por la magnífica definición que su evolución manifiesta en los que serán las últimas acciones de su vida –inolvidable su presencia ante el juez y el inspector de policía, enmarcado ante su colección de arte, como si fuera la encarnación de una manera ya caduca de entender la existencia y el poder, y escondiendo delicadamente su mano paralizada-. Junto a ellos, personalmente me resulta especialmente apasionante la descripción de la infidelidad que doña Lucrezia (Melina Mercouri) mantiene con su esposo, el fracasado y mediocre juez de la población, enamorándose perdidamente del joven y atractivo hijo de Brigante –Francesco (el prometedor y prematuramente desaparecido Raf Mattioli)-. Dentro de esta relación, bajo mi punto de vista se ofrecen buena parte de los momentos más intensos de la función –la pulsión erótica que se manifiesta entre los amantes prohibidos en una cueva, lamiendo ella el sudor que se desprende del rostro del joven, el ruego del juez a su mujer para que no se marche, ya que intuye el verdadero motivo de su viaje, o la tensión que se ofrece, de manera casi tangible, entre los jóvenes amantes cuando se disponen a huir de la localidad en el autobús, y el padre de este le interpela para que desista de su intención-.
Sin embargo, como señalaba al principio, el trazo grueso, el subrayado tosco e incluso el artificio y un cierto sesgo de pretenciosidad y alcance discursivo, impiden que el conjunto de LA LEGGE alcance cotas mayores, e incluso en varios de sus momentos llegue a irritar en su incapacidad para desprenderse de unos lastres bastante evidentes. Son limitaciones o desaciertos como los que manifiesta la ridícula presencia de una inadecuada, molestísima y ridículamente maquillada Gina Lollobrigida –su presentación inicial pretendidamente lúbrica, limpiando y provocando en el balcón con las botas que limpia de don Cesare, invita a abandonar la función-. Lastre como el miscasting del por lo general magnífico Yves Montand, la sensación de ridículo que manifiestan las secuencias que se desarrollan en la taberna del pueblo, desarrollando la escenificación de su malsano juego de “la ley” –pese a la magnífica performance que en ella ofrecen Paolo Stoppa (el mejor intérprete del reparto) y Mastroianni-, la a mi juicio chirriante mezcolanza de commedia all’italiana y melodrama desaforado que manifiesta la función, o los subrayados que aquí y allá tienen lugar en el metraje. Uno de ellos, está a punto de estropear la anteriormente comentada y espléndida secuencia de enfrentamiento de Francesco, Letizia y el padre del muchacho en el autobús; cuando el padre abandona el mismo, el hijo finalmente cede y se dispone a abandonar el vehículo ante la desesperación de su amante y la mirada de los pueblerinos pasajeros. Una música chirriante y una planificación enfática, anulará parcialmente uno de los momentos más intensos del film.
En definitiva, LA LEGGE queda como una propuesta tan extraña como reveladora del alcance y los vicios del cine de su realizador, al tiempo que conectaba con un determinado tipo de cine practicado por Fellini y otros realizadores italianos en aquellos años, y que mostraron en la pantalla –generalmente con mayor acierto-, el contraste de una mentalidad anclada en el pasado con otra más moderna en su apariencia exterior, pero que interiormente alberga los mismos y rotundos modelos de comportamiento, inherentes a la propia condición humana. Una apuesta que se saldó con un resultado parcialmente atractivo, aunque irregular y, sobre todo, chirriante en no pocas ocasiones.
Calificación: 2’5
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