DU RIFIFI CHEZ LES HOMMES (1955, Jules Dassin) Rififi
Si hubiera que hacer una pequeña antología de títulos imprescindibles dentro del cine de robos y atracos, es indudable que DU RIFIFI CHEZ LES HOMMES –RIFIFI en España y otros países-, debería figurar por derecho propio entre sus más grandes exponentes. Película de enorme éxito en su día y de no menos influencia dentro de este subgénero –la misma es patente incluso en obras tan brillantes como CÍRCULO ROJO (Le cercle rouge, 1970. Jean-Pierre Melville)-, lo cierto es que brilla con luz propia por diversos motivos, hasta el punto de necesitar diversos visionados para poder apreciar el enorme caudal de sutilezas e implicaciones temáticas y narrativas que hacen de ella un título de gran complejidad y riqueza. Pero al mismo tiempo el disfrute de este progresivamente trágico DU RIFIFI CHEZ LES HOMMES resulta algo prácticamente apasionante.
La acción se inicia con el plano de una mesa de póquer sobre la que juegan un grupo de hombres –previsiblemente pertenecientes a los bajos fondos parisinos; de alguna manera la imagen nos advierte sobre el sentido de incierta aventura, de juego arriesgado que va a suponer el nudo central del argumento que vamos a contemplar-. Uno de ellos es Tony le Stéphanois (un inconmensurable Jean Servais cuyas miradas punitivas ofrecen en todo momento la exacta modulación de la temperatura de cada secuencia), un ladrón que acaba de salir de la cárcel tras cinco años cumpliendo condena. El recién liberado recurre a su sincero amigo Jo (Carl Möhner) para que le preste dinero y este le plantea la posibilidad de acometer un robo a una joyería, algo que el veterano ladrón rechaza. Sin embargo, al haberse reencontrado infructuosamente con su antigua amante –Mado (Marie Sabouret)- reconsidera la opción. Y junto a Mario (Robert Manuel) y César (el propio Jules Dassin en una labor realmente estupenda), que acude desde Milán y es un experto desvalijador de cajas fuertes, deciden entre ambos robar la de la mencionada joyería. Para ello planifican el robo de forma escrupulosa, y finalmente ejecutan el plan con precisión realmente matemática. Sin embargo lo que por un lado es fácil –resolver todos los impedimentos de seguridad que hacían enormemente complejo el golpe-, pronto revela sus primeras fisuras merced a la imprudencia de César –ha regalado un anillo que robó por su cuenta en la joyería a una cabaretera-. Esta circunstancia da la pista a un hampón rival de Tony que acogió a su amante mientras él cumplía la condena. A partir de ahí las situaciones trágicas se sucederán como si estuvieran marcadas por el destino, hasta que el botín del robo finalmente se convierta en objeto de nadie.
Son muchas las virtudes de esta excelente película. Desde las de índole narrativa y que hacen el metraje de la misma un verdadero alarde de inventiva cinematográfica hasta la sensación –mucho más difícil de lograr de lo que pudiera parecer- de que el espectador se sienta un protagonista más de lo que se está narrando, y de alguna manera “sufra” las desventuras que sus personajes viven en la pantalla. Es evidente que el mejor ejemplo de ello está definido en la larguísima, apasionante y ejemplar secuencia del robo, que justamente debe ser considerada entre la antología de las de su estilo –y el propio Dassin reiteró la misma en su posterior e inferior TOPKAPI (1964)-. Rodada con una precisión asombrosa, sin diálogo alguno –los ladrones deben conservar el silencio entre sus prioridades-, modulando la duración de los planos, con la oportuna inserción de los rostros progresivamente sudorosos de los actores, aplicando un montaje ejemplar y acusando un sentimiento dialéctico realmente pasmoso, casi podría erigirse como el prototipo cinematográfico del robo perfecto.
Pero además de todo ello, el metraje de RIFIFI está impregnado –como antes señalaba- de sutilezas narrativas que siempre responden a las necesidades internas del relato. Desde la utilización del off narrativo, especialmente para soslayar los crímenes que se producen en su parte final, dotando paradójicamente de una mayor angustia a las mismas –resulta impactante el asesinato de Mario y su esposa en un arranque de valentía que les impide traicionar a sus amigos, pero no deja de provocar una impresión menos desoladora la de Jo en los pasajes finales, cuando ha acudido en manos de los captores de su hijo-, hasta secuencias de una enorme complejidad cinematográfica que juega con un plano largo de gran número de reencuadres e igualmente con la anuencia del fuera de campo; su ejemplo más rotundo es la secuencia que se desarrolla entre Tony y Mado, en su frío reencuentro en privado en donde esta le entrega a sus joyas y pieles y él revela su rabia cuando la azota con un cinturón –no vemos como lo hace, aunque la ubicación de la cámara y la tensión de la situación es manifiesta-, el conjunto de la película responde a esa evidente voluntad estilística de Dassin y que la hace merecedora de la condición de clásico perdurable.
Es evidente que un análisis pormenorizado de la película daría pie a jugosas conclusiones, a detectar esa estructura de cajas chinas en la que lo que parece un robo perfecto culminará como tragedia, a como se muestran las leyes de los bajos fondos de París y a la existencia de un sentido de la honestidad en la misma en el que tiene un lugar de preminencia la amistad. Igualmente podemos destacar las huellas de un sentimiento fatalista y el asumir la ascendencia del perdedor. Al mismo tiempo y dada su ubicación en la cinematografía francesa de mediados de los cincuenta y dado su impacto mundial, resulta lógico afirmar que DU RIFIFI CHEZ LES HOMMES constituye una isla en la que se deriva la influencia del cine británico de la época –no olvidemos que el anterior y magnífico film de Dassin es NOCHE EN LA CIUDAD (Night and the City, 1950); en esta película sus fríos exteriores son inequívocamente londinenses-. Por otra parte no se puede negar que asume en la iluminación de los rostros de los actores y la tipología de sus personajes una notable herencia del cine negro norteamericano. Y finalmente en la inclusión de esas canciones que se desarrollan en el club que tanta influencia tendrá en la acción –como la que da título a la película-, de alguna manera se avanza una estilización que pocos años después tendrá como continuidad esa comedia policíaca con aires de musical que practicarán Donen, Edwards o Quine, entre otros. Si a ello añadimos el creo que no casual parecido que el personaje interpretado por el propio Dassin, tiene con la apariencia exterior del edwarsiano Inspector Clouseau, quizá podamos encontrar ese hilo vector que relaciona todos estos enunciados.
Medio siglo después del momento de su realización DU RIFIFI CHEZ LES HOMMES es, indudablemente, una de las joyas del cine policíaco francés, al tiempo que uno de sus exponentes más singulares. Habría que incluir su resultado junto con algunas obras de Jacques Becker y posteriormente Jean-Pierre Melville, y de seguro obtendríamos buena parte de lo mejor legado por el género en la cinematografía gala.
Calificación: 4
5 comentarios
Ma. del Carmen S. -
sergio -
Qualityfilms -
javier gc -
jorge a franco -