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CINEMA DE PERRA GORDA

FAST FOOD NATION (2006, Richard Linklater) Fast Food Nation

FAST FOOD NATION (2006, Richard Linklater) Fast Food Nation

Según nos vamos acercando a la inconoclasta, atractiva y al mismo tiempo rigurosa obra de Richard Linklater, podemos establecer la dualidad que guía los propósitos del director norteamericano. Por un lado establecer con su andadura fílmica un constante campo de experimentación, y a partir de dicha inclinación expresar descripciones e indagaciones sobre diversos de los elementos y situaciones que conforman la realidad vital de los Estados Unidos. Cierto es, a este respecto, que quizá esa elección de temas y estéticas han venido adquiriendo carta de naturaleza en su obra de manera casi improvisada, pero ello en absoluto ha de servir como argumento en contra. Antes al contrario, es precisamente ese rasgo libre a la hora de dar vidas a unos proyectos basados en rodajes rápidos, la colaboración de conocidas estrellas a precios casi simbólicos, y la capacidad de su cine para manifestar planteamientos en los que los diálogos alcancen una gran importancia aunque vengan revestidos de unas búsquedas formales o un cuidado especial en la puesta en escena, lo que les proporcionará finalmente su verdadero alcance. En definitiva, el cine de Linklater tiene ganada la batalla de la reflexión, alcanza una insólita fuerza en los planteamientos que se despresen en sus diálogos, e incluso tiene la suficiente intención de brindar a través de diversos de sus títulos, una amplia gama de usos y costumbres, reveladores de la fragilidad existente en la pretendidamente sólida sociedad norteamericana.

 

En este mismo sentido, al hablar de FAST FOOD NATION (2006, Richard Linklater), podríamos  hacerlo planteando su conjunto como una denuncia de los excesos y peligros que se encuentran cercanos cuando tenemos como norma habitual la ingestión de la denominada “comida basura”. Sin embargo, para cualquier espectador más o menos avezado, es indudable que la propuesta de Linklater saber mirar más allá, ofreciendo a partir de ese relato entrecortado una parábola de amplio alcance, a través de la cual podemos analizar, sentir y comprobar, los múltiples agujeros y debilidades que plantea en los últimos tiempos el modo de vida norteamericano –aunque fácilmente podría ampliarse dicho registro a la civilización occidental-. La película mostrará la fuerza y virulencia de su registro, contraponiendo inicialmente las trayectorias paralelas de un ejecutivo de una firma multinacional de hamburguesas y derivados –Don Anderson (Gregg Kinnear)-, que ha sido destinado a una misión de descubrir las causas por las que los análisis de sus productos albergan un considerable dosis de sustancias fecales. El encargo le hará viajar hasta la localidad donde se encuentra la planta cárnica de la que emana la materia prima de todos estos productos. Este argumento inicial irá entremezclado con la singladura que ofrecen diversos inmigrantes ilegales mexicanos –entre los que destaca el joven matrimonio formado por Raúl (Wilmer Valderrama) y Sylvia (Catalina Sandino Moreno)-, captados por la multinacional alimentaria para ser explotados a bajos costes, ofreciéndoles horarios y condiciones laborales en teoría inmaculados, aunque pronto definidos por un alcance casi inhumano.

 

Evidentemente, un planteamiento como el que comentamos, en numerosas ocasiones –muchas más de las deseadas-, ha derivado en los últimos años hacia resultados discursivos, esquemáticos y prescindibles. Nadie puede negar que la peligrosa deriva del mandato de Bush en Estados Unidos, y el schock mundial del 11S, ha propiciado todo un compendio de títulos destinados a cuestionar las bases sobre las que se ha asentado el mandato de los republicanos. Películas que tranquilizan las malas conciencias, repletas de consignas de índole progresista, solidarias y en apariencia comprometidas, aunque finalmente limitadas por su inconsistencia dramática ¿Cuántos de estos títulos lograrán sobrevivir la efímera repercusión del momento de su estreno? Personalmente, creo que muy pocos. Uno de ellos, será esta sorprendente FAST FOOD… que funciona precisamente por dar de lado su componente discursivo, por la aparente relajación de sus propuestas o por orillar el alcance demagógico dentro de una inicial composición que en momentos anota tintes de comedia. Dentro de su aparente desaliño formal el film de Linklater logra establecer cargas de profundidad de notable enjundia, atiende al apunte inicialmente distendido –los devaneos amorosos del jefe de Don, que posteriormente ejercerán como inesperado eje puritano de conciencia, cuando Harry Rydell (Bruce Willis) intente desacreditar ante este la actitud de su superior; el instante en que el destino de ambos protagonistas se entrecruzará en un inofensivo encuentro de sus vehículos en la calle principal de la localidad-, procura un retrato de personajes francamente definido en el que destaca la aportación de diversos y conocidos intérpretes -Ethan Hawke, actor fetiche del realizador, Kris Kristoferson, el citado Willis, Bobby Cannavale-, que saben implicarse en el conjunto del relato, logrando perfiles convincentes y complementarios a la fauna de personajes creada. Con todo ello, con una labor de puesta en escena aparentemente descuidada, pero finalmente definida con un esmero formal y un sentido de la composición realmente revelador, logrando perfilar un cuadro coral en el que realmente se logran contraponer perfiles y matices realmente inquietantes, Linklater logra componer en voz baja, pero con convencimiento, una visión demoledora sobre el presente y el devenir de una sociedad convulsa. Un entorno de convivencia en el que la mentira acaba por hacerse verdad, en el que las apariencias en todo momento demuestran ser contrarias a lo que aparentan defender, en donde cualquier modo de lucha u oposición está condenado al fracaso –oponiéndose al papel liberador que estos movimientos adquirieron en el pasado-, y en el que el fantasma de la alienación, el control sobre la información del adversario y el materialismo, se erigen como norma de conducta. Solo basta con observar la derrota moral que asumirán tanto Anderson –finalmente rendido por su incapacidad de sobrepasar los inconvenientes que plantea su lucha inicial, y que en el epílogo del film se nos presentará como un ejecutivo tan finalmente conformista como interiormente hundido- como la joven Sylvia –que tiene que verse humillada por el arrogante Mike, viéndose incluso sodomizada para acceder a un trabajo deplorable en la planta, y poder atender con ello económicamente la inactividad que ha sufrido el accidente de su joven esposo-. Un panorama desolador, casi sin escapatoria, como si se extendiera sobre toda una sociedad un virus de múltiples y letales consecuencias, que en esta ocasión escapa al dogmatismo merced a una mirada coral, una narración en voz baja, una contraposición de elementos y situaciones tipo y, ante todo, una sensación de verdad cinematográfica que respiran las situaciones que sufren todos sus personajes. ¡Que diferencia con esos semblantes alienados y conformistas que nos muestra la secuencia inicial! al recibir las diferentes modalidades de la multinacional de comida basura.

 

Indudablemente, FAST FOOD… sabe definir un discurso que poco a poco se esgrime como apasionante, Pero siempre lo hará con aparente ligereza, sin enfatizar ni distanciarse de sus planteamientos, y logrado por un lado una mirada coral, en momentos incluso distendida, y alcanzando finalmente una visión de conjunto francamente desoladora. Es ahí donde se encuentra el mérito más plausible del film de Linklater. El de saber penetrar en el lado oscuro de una sociedad definida en su superficie como libre, pero que en realidad esconde demasiados elementos que impidan siquiera atisbar el más mínimo optimismo, ante una realidad casi, casi, existencialista en sus planteamientos.

 

Calificación: 3’5

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