THE MONSTER (1925, Roland West)
Desconozco si con THE MONSTER (1925, Roland West), nos encontramos ante el precedente cinematográfico de las denominadas murders comedy –nunca en estas cuestiones referenciales se puede sentir uno lo suficientemente respaldado para cualquier afirmación de este tipo-. Pero en cualquier caso, lo que no se puede negar es que asistimos a una de las primeras manifestaciones fílmicas de una tendencia que en cuestión de pocos años brindaría exponentes tan magníficos como THE CAT AND THE CANARY (El legado tenbroso, 1927. Paul Leni) o tan reconocidos como la -a mi juicio- sobrevalorada –THE OLD DARK HOUSE (El caserón de las sombras, 1932. James Whale)-. Es más, incluso el protagonista del título que comentamos –Lon Chaney-, pocos años después protagonizó otra muestra de dicho subgénero, como lo supuso la considerada perdida LONDON AFTER MIDNIGHT (La casa del horror, 1928. Tod Browning), de la que al parecer se ha encontrado recientemente una posible copia que nos pueda permitir valorar una cinta tantas décadas considerada como mítica –mi intuición me indica que previsiblemente nos encontraríamos ante una relativa decepción-. Dentro de dicho contexto, THE MONSTER combina los ropajes de la comedia slapstick unido al relato de suspense con connotaciones cercanas al cine de terror, introduciendo en ellos elementos bastante cercanos al espectáculo de barraca de feria. En cierto modo, esta condición es en buena medida comprensible, al proceder la práctica totalidad de estas películas de adaptaciones teatrales que entiendo debieron gozar del favor del público, por más que en nuestros días sus contenidos o previsibles elementos de interés nos resulten poco menos que pueriles.
En esta ocasión, THE MONSTER tomó como base la obra teatral escrita por Crane Wilbur –que con el paso de los años mostraría su inclinación a los argumentos de suspense, llegando incluso a realizar alguno de dichos exponentes-, adaptada por el propio realizador. La película se inicia con una secuencia desarrollada en un exterior rural nocturno, donde comprobaremos los modos que un extraño personaje desarrolla para lograr accidentar un automóvil al forzar su propio reflejo en un gran espejo ubicado en plena carretera. El vehículo volcará y sus ocupantes desaparecerán misteriosamente, estableciéndose en la localidad una alarma centrada en la búsqueda de los desaparecidos. Serán quizá por otro lado las secuencias más prescindibles del conjunto, ya que se centran en un planteamiento cómico poco afortunado, ligado al triángulo amoroso formado por la joven Betty Watson (Gertrude Olmstead), en su interrelación con el arrogante Amos Rugg (Hallam Colley) y el tímido Johnny Arthur (Johnnie Goodlittle). Este último es descrito como un joven voluntarioso pero de poca fortuna, empeñado en ejercer como improvisado detective. No me cuesta demasiado ver en este molesto personaje, una especie de remedo del muy cercano éxito de Buster Keaton con SHERLOCK JR. (El moderno Sherlock Holmes, 1924. Buster Keaton). Todo este episodio -que abarca una cuarta parte del metraje del film- me resulta francamente molesto, en la medida de tener que asistir a un cómico sin gracia así como a un planteamiento expresado con escaso sentido del timming.
Afortunadamente, esa sensación remite cuando el trío protagonista vivirá en carne propia las consecuencias de estas desapariciones, que están centradas en torno a un misterioso sanatorio que se encuentra abandonado –aunque en diferentes circunstancias, ya que Johnny se ve atrapado al asistir como observador de una nueva escaramuza de dichos extraños y siniestros personajes-. A partir de ese momento, el film de West se inserta en una auténtica espiral de pesadilla, mitigando –aunque nunca remitiendo del todo- su alcance como comedia de misterio, y aplicando en su discurrir un notable sentido de la escenografía. En este sentido, poco importa que se reitere un anacronismo al mostrar como las víctimas de los misteriosos inquilinos “descienden” por rampas hasta un recinto hospitalario que claramente se encuentra en una colina y a una altura superior a la del lugar donde son capturados. Dejando de lado esta pequeña observación, lo cierto es que THE MONSTER se describe como un atractivo pasatiempo en donde nuestros protagonistas vivirán una serie de incidencias marcadas por su alcance terrorífico, algunas de ellas incluso revestidas de un cierto alcance sádico –las amenazas que sufrirán Betty y Amos en la parte final, ambos completamente atados a una camilla y una silla especial, respectivamente-. Todo un auténtico despliegue de falsas paredes, pasadizos, amenazas, incidencias, personajes alucinados –poco a poco descubriremos que estos son internos mentales que se han revelado contra los médicos, a los que tienen capturados como rehenes, y comandados por el tenebroso Dr Ziska, papel que permitirá a Lon Chaney componer uno de sus habituales roles histriónicos, en este caso centrados en su matiz amenazante, y abandonando por una vez el componente masoquista o victimista de su comportamiento –ello solo tendrá su oportuna muestra en la manera en la que finalmente morirá trás un error cometido por uno de sus fieles guardianes. Lo cierto es que Chaney –que tiene en la película una presencia francamente limitada-, se convierte en la principal amenaza para los involuntarios ocupantes del abandonado hospital, contemplando los tres con temor su primera aparición emergiendo de la puerta de su habitación, situada encima de unas escaleras, y asumiendo su presencia inicial el tinte amenazante del momento similar de la excelente NOSFERATU, EINE SYMPHONIE DES GRAUENS (Nosferatu, el vampiro, 1922. Friedrich W. Murnau) o quizá quedando inesperadamente dicha presentación como modelo para que, pocos años después, Bela Lugosi la utilizara en DRÁCULA (1931, Tod Browning). En cualquier caso, lo cierto es que el film de West –al parecer proclive a la confección de producciones amparadas en el género de misterio-, logra articular un conjunto de amenazas, trampas y situaciones inverosímiles. Incorporando la iconografía clásica del cine de terror –presencia de tormentas, esos personajes alucinados que finalmente se descubren como desequilibrados mentales que se encontraban internados antes de su rebelión-, y articulando con esas incesantes trampas a las que son sometidos los protagonistas, auténticos precedentes de las que, años después y con mayor crueldad si cabe, se ofrecían en títulos como THE RAVEN (El cuervo, 1935. Louis Friedlander / Lew Landers) o THE MASK OF FU MANCHU (La máscara de Fu-Manchú, 1932. Charles Brabin y el no acreditado Charles Vidor), quizá el exponente más atrevido legado al cine dentro de dicho contexto.
En su lugar, THE MONSTER queda descrito como un atractivo divertimento, reforzado por un ritmo bastante logrado, una adecuada utilización de la escenografía interior del misterioso hospital, un cierto alcance bizarro en la presencia de esos seres alucinados que inicialmente desconocemos en su procedencia, y también una muestra más de la valía del gran Chaney, componiendo un ser siniestro, aunque finalmente víctima de su propio juego. En definitiva, era ya digno de consideración que con una película de dichas características, el espectador de la época pudiera sentir las mismas emociones que si decidiera acudir a las atracciones de una feria. En este sentido, el paso de ocho décadas, no impiden que su alcance tenga una cierta vigencia, por más que esa ya señalada inclinación por la comedia de su fragmento inicial, haya quedado totalmente desfasada. De todos modos, no es escaso el balance.
Calificación: 2’5
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