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CINEMA DE PERRA GORDA

I SHOT JESSE JAMES (1949, Samuel Fuller) Balas vengadoras

I SHOT JESSE JAMES (1949, Samuel Fuller) Balas vengadoras

Pese a su breve expresión –apenas tres películas entre las cerca de treinta que formaron su filmografía como realizador-, los westerns que firmó el norteamericano Samuel Fuller entre su debut en 1949 y menos de una década después, le aseguran un lugar de no escasa significación, dentro de la invisible galería de aportaciones al género norteamericano por excelencia. Una relevancia que le corresponde tanto por la intrínseca calidad de estos tres títulos, como por el hecho de encontrarnos en ellas no solo caminos nuevos dentro del cine del Oeste, sino incluso destilar por territorios jamás secundados dentro del mismo. Por eso las alucinadas propuestas emanadas en RUN OF THE ARROW (Yuma, 1957) o FORTY GUNS (1957) –ambas situadas entre sus mejores títulos- suponen la prolongación en esa inventiva inherente al cine del nervioso Fuller, mostrada en este estupendo I SHOT JESSE JAMES (Balas vengadoras, 1949) que supuso uno de los debuts cinematográficos más notables de aquel fértil periodo del cine norteamericano.

 

I SHOT… supuso, además, una insospechada precursora de una de las corrientes que mayor esplendor proporcionaron al género, ese denominado western psicológico en el que esta producción de serie B de uno de los estudios “pobres” de Hollywood –la Lippert Pictures- supuso un referente de excepción, aunque en el momento de su estreno sus cualidades quedaran francamente oscurecidas. Aportando una mirada en aquel momento innovadora sobre la mítica figura de Jesse James y su entorno –que retomaría casi seis décadas después Andrew Dominik en la atractiva THE ASSASSINATION OF JESSE JAMES BY THE COWARD ROBERT FORD (El asesinato de Jesé James por el cobarde Robert Ford, 2007)-, el film de Fuller deja en un segundo término el tratamiento de la figura del célebre bandolero, para centrarse en su contrapunto humano, imperfecto, doloroso e incluso finalmente compasivo mostrado por Bob Ford (encarnado por un John Ireland absolutamente memorable). Uno de los hombres de confianza de James, quien solo verá la posibilidad de asumir un nuevo rumbo en su vida dejando de lado su andadura como atracador de bancos y, con ello, reconquistar el amor de la joven Chynthy (Barbara Britton) a partir de la muerte del propio James. Un auténtico dilema que un hombre en apariencia duro, pero en el fondo sensible bajo su adusta apariencia, intentará provocar precisamente con ese asesinato de índole casi freudiana. Será un hecho buscado casi por la propia víctima –quizá cansado y hastiado de una andadura dominada por la imposibilidad de huir de su propio mito-, y que en un grado de comunicación casi intuitiva por parte tanto del propio ejecutor del crimen como de su víctima propiciatoria, se convertirá en un auténtico infierno para Ford.

 

La película de Fuller deja entrever la voluntad de un planteamiento innovador desde sus propios títulos de crédito, insertados sobre carteles que al mismo tiempo avanzan elementos que sitúan al espectador en el contexto de su propuesta argumental. Su secuencia inicial demuestra que nos encontrábamos con un director que ya en su primera película demostraba saber expresarse en términos absolutamente cinematográficos. Pero es que además esta intención queda aplicada por un inicio absolutamente deslumbrante, dominado por la fuerza expresiva de unos primeros planos insertados en el contexto de de uno de los habituales asaltos de la banda de James –un planteamiento dramático que solo tendría una posterior continuidad en la apertura de otro insólito westernONE-EYED JACKS (El rostro impenetrable, 1961. Marlon Brando)-. Cada plano, cada inflexión en la tensa situación que se establece en esta magnífica secuencia de apertura, se establece de auténtica necesidad, enganchando al espectador en un relato que en aquel entonces diseñaba –quizá sin pretenderlo- una nueva manera de incardinar el futuro del género. Efectivamente, el film de Fuller dejaba de lado el desarrollo de un argumento lineal, las costumbres del Oeste, la imaginería hasta entonces centrada en relatos en los que la noción de la venganza o la lucha contra los indios, dominaban el género. A partir de esta película, el devenir posterior del western se adueñaría de retratos humanos sombríos, por interiorizadas propuestas que, a su través, valoraban el fracaso de los viejos modos de aquel marco vital. En este sentido, y antes de que Henry King ratificara el camino con THE GUNFIGHTER (El pistolero.1950), nos encontramos con un film en el se aborda el lado contrario de la heroicidad –representado en la figura de Ford- como elemento vector para plantear el recorrido, progresivamente arisco, en el que el antiguo colaborador de la banda de James, logrará finalmente salir de la cárcel, enfrentándose a la generalizada hostilidad del conjunto de la sociedad. Se trataba de una faceta hasta entonces francamente poco habitual en el género, como tampoco lo era encontrarse con una narración que no atiende a un argumento exterior, sino con un entramado en el que siempre predominará el seguimiento a la receptividad interior de un personaje que además no es un héroe. Todo un planteamiento novedoso, que Fuller sirve con el nervio de su puesta en escena –una garra que no impide valorar la pertinencia y adecuación de los rasgos expresivos y visuales aplicados-. Es en ese terreno concreto, donde el norteamericano deja bien clara la impronta de su estilo, basado en el uso expresivo del primer plano, la aplicación de un montaje en ocasiones abrupto, o en elipsis por momentos impactantes –como aquella que en un momento dado aportan un rasgo de suspense al observar que Ford en apariencia va a matar al viejo minero; al instante sabremos que se trataba de liquidar un puma que se encontraba tras él-. También se encuentra presente en la pertinencia de la utilización de titulares y noticias de prensa –en líneas generales adecuadas, pero que también tendrán una aplicación errónea en el que se inserta cuando los componentes de la banda de James abandonan su atraco fallido inicial; tras la aparición del titular, la acción seguirá con la huída de los bandidos- y, en definitiva, en una presencia siempre mitigada y relegada a una expresión simbólica, de todos esos elementos que hasta entonces habían formado la imaginería del género –como por ejemplo, los paisajes-. En su oposición, I SHOT... prefiere detenerse en la repercusión de ese auténtico calvario interior que irá viviendo en vida un Bob Ford que jamás se podría ni imaginar que su decisión de asesinar al que todos consideraban un bandido –y lo era, realmente-, iba a suponerle un auténtico sacrificio existencial. Es algo que se manifestará desde el preciso momento en que comete el asesinato, incluso antes, con la desconfianza que aplicará sobre él la esposa de James. Será precisamente el momento del crimen, una especie de situación ya buscada e intuida por el célebre bandolero, y que Fuller describe con tanta sobriedad como sentido de la tragedia –atención al rostro sereno y al mismo tiempo desconsolado de la esposa-.

 

Rompiendo de manera casi virulenta la iconografía del western generada hasta aquel tiempo, lo cierto es que el título que nos ocupa alcanza un alcance psicológico notable, y si no alcanza a mi juicio la condición de logro absoluto, ello se debe más a ciertas debilidades de guión, antes que por el nervio que preside una puesta en escena valiente, reveladora de los modos con los que su artífice impregnaría los mejores momentos de su cine. Con todo ello, logró plasmar la tragedia interior de un hombre que mató por amor, y que finalmente por ello su vida dejó de tener sentido, dentro de un recorrido existencial dominado por los claroscuros de la excelente fotografía de Ernest Miller. Una evocación envuelta en una bella sintonía musical, definida por el versionado de esa clásica balada que, centrada en la evocación de la figura de Jesse James, sobrevivió a la errática, dolorosa y triste singladura humana de ese Bob Ford, más que un cobarde, en realidad un ser humano, con sus debilidades y también sus rasgos de nobleza. Se trata de una visión hasta entonces extraña en un género como el western y que, con tanta humildad como talento, Sam Fuller y John Ireland legaron para la posterioridad del mismo. A partir de entonces, los forajidos del Oeste ya no solo serían seres de una pieza, sino que en ellos se integraría una mirada llena de luces y sombras. El gran género americano se adentraba en una nueva dimensión.

 

Calificación: 3’5

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Jordan 4 -

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