BURN AFTER READING (2008, Joel & Ethan Coen) Quemar después de leer
No se por qué, pero BURN AFTER READING (Quemar después de leer, 2008. Joel & Ethan Coen) me ha recordado mucho la divertida IT’S A MAD MAD MAD MAD WORLD (El mundo está loco, loco, loco, loco. 1963. Stanley Kramer). Esa coralidad que mostraba el lado más sórdido de la condición humana, envuelto bajo los ropajes de la comedia, en realidad ha sido un tema recurrente en uno de los géneros que permitió un tinte más crítico con la sociedad que representó –y en ello podríamos recordar las apuestas de realizadores como Preston Sturges-. Esa corriente, aunque dominada por un alcance más abstracto, es la que en definitiva define esta hasta cierto punto sorprendente propuesta de los hermanos Coen, que bajo la aparente trivialidad de su entramado burlesco, esconde una visión especialmente desencantada del absurdo de la existencia. Esa abierta condición de tragicomedia –se trata de una propuesta eminentemente dramática, en la cual ciertas pinceladas cómicas pueden permitir envolver su alcance sombrío-, adquiere a mi modo de ver dos cualidades que logran resaltar su resultado dentro del irregular cómputo que ofrece la obra de los quizá un tanto sobrevalorados hermanos Coen. La principal de ellas es el equilibrio que establece su planteamiento dramático y el alcance descriptivo de personajes y situaciones, refrenando considerablemente esa tendencia al exceso y la bufonada que en no pocas ocasiones ha tenido más presencia de la deseable en su cine. De forma paralela, su resultado se beneficia igualmente al haber logrado mitigar esa tendencia al manierismo que en algunos de sus títulos se erigían como uno de sus lastres más molestos –convirtiendo en propuestas casi insoportables títulos como THE HUDSUCKER PROXY (El gran salto, 1994) o THE MAN WHO WASN’T THERE (El hombre que nunca existió, 2001)-. Es a partir de esa cierta contención –de la cual hay que excluir en buena medida los personajes que encarnan con demasiados excesos Brad Pitt y Frances McDormand- donde emerge esta disolvente fábula que se enmarca como una conjunción de fatalidades del destino, dirigiéndose finalmente de la misma manera de la que ha surgido –un acercamiento de la cámara al lugar de autos desde un punto de espacio exterior-.
Su argumento nos narra la extraña relación que se establecerá entre un agente de la CIA –Osbourne Cox (un magnífico John Malkovich)- que es repentinamente relevado del servicio, iniciándose en él un auténtico descenso a los infiernos. Muy poco después conoceremos las infidelidades de su esposa –Katie (Tilda Swinton)-, una mujer fría y calculadora, y los devaneos de esta con un hombre aparentemente agraciado –Harry (George Clooney)- pero esencialmente insatisfecho en su existencia. Junto a ellos se intercalarán dos estrambóticos empleados de un gimnasio –los ya citados Pitt y McDormand- que se internarán en la trama con consecuencias tan surrealistas como en algún caso trágicas, o la incidencia de diversos mandos de la agencia de investigación norteamericana. Componentes y directivos de este mando que asistirán con tanto escepticismo y determinación como soterrada sorpresa a la insospechada espiral de acontecimientos que, en realidad, ni tienen explicación alguna, ni finalmente alcanzarán repercusión posterior más allá de los simples personajes que han vivido sus incidencias. He de reconocer en este sentido, que esa mirada disolvente e incluso nihilista ofrecida por esos representantes de la CIA, me parece el elemento más logrado de BURN… Será un rasgo este que definirá con fundamento un relato bien medido, que en pocos momentos cede a ese logrado equilibrio entre su pintura dramática e incluso sórdida –el conjunto se erige en una mirada crítica quizá más valiosa en su alcance que no pocos exponentes quizá más pretendidamente comprometidas en dicha vertiente-, y que en su acertada galería de personajes describe una visión esencialmente demoledora del mundo contemporáneo.
Lo hará con una contención notable, teniendo bien presente sus artífices la eficacia del material de base, y logrando aplicar a la película una textura comedida, que permitirá realzar el alcance de sus propuestas. Será algo en lo que tendrá una especial incidencia la elección de una planificación basada en planos largos, en la excelente y contenida galería de personajes secundarios que salpican la narración, o en el contrastado tono fotográfico obra de Emmanuel Lubezki –de quien cabe recordar su excepcional labor en THE NEW WORLD (El nuevo mundo, 2005. Terrence Malick)-. Todos estos factores, unido a la sobriedad general de su desarrollo –que no impide giros sorprendentes como el destino final del personaje encarnado por Pitt-, van aparejados a una visión acre y desencantada de las relaciones humanas, enmarcadas en un contexto acomodado y en teoría inteligente, que finalmente revela una irónica, sórdida y nada velada reflexión sobre el absurdo de la existencia. Infidelidades, comportamientos egoístas llevados a la máxima expresión, gobiernos y entidades que actúan de la forma más deshumanizada posible, serán puestos en solfa en ese pequeño e imaginario meteorito que, en realidad, plantea una película que personalmente –y unido a las cualidades que demuestran a falta de ver en el momento de redactar estas líneas, la escarizada NO COUNTRY FOR OLD MEN (No es país para viejos, 2007)-, personalmente me revelan una cierto estado de madurez en unos cineastas que, en más ocasiones de lo deseado, han navegado entre las aguas de una autoría tamizada de comercialidad y, fundamentalmente, demasiados meandros de desequilibrio cinematográfico. Será un elemento cuestionable este que, en una notable medida, logra esquivar BURN AFTER READING.
Calificación: 3
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