THE MAN WHO WASNT THERE (2001, Joel Coen) El hombre que nunca estuvo allí
No se puede decir que las últimas demostraciones en la trayectoria de los hermanos Coen hayan forjados títulos caracterizados por su brillantez. Mas allá de la eficacia comercial en algunos casos y la relativa funcionalidad de otros –CRUELDAD INTOLERABLE (Intolerable Cruelty, 2003)- pienso que tanto Joel como su hermano Ethan han sido conscientes de que su arsenal de artificios y evidencias cinematográficas habían tocado fondo. Quizá por ello decidieron en su momento retomar con una historia de similares planteamientos que la exitosa e interesante FARGO (1996) y aglutinar todos los rasgos, obviedades y situaciones que les habían granjeado –y siguen en algunos casos- la complicidad de crítica y público.
En cualquier caso, lo que se plantea en THE MAN WHO WASN’T THERE (2001) –en España EL HOMBRE QUE NUNCA ESTUVO ALLÍ- sinceramente creo que hubiera tenido un mayor éxito de hubiera girado en un tono de comedia desaforada –un género en el que los Coen han probado las mieles-. Sin embargo y pese a algunos detalles irónicos de corto alcance, la película se plantea con la severidad de una tragedia griega. Bajo mi punto de vista se trata de un gran error de partida.
Ed Crane (Billy Bob Thornton) es el clásico hombre gris. Oficial de barbería en una pequeña localidad de la Norteamérica de los años cuarenta, desarrolla su existencia con su inseparable cigarrillo, acompañado de una esposa que abiertamente lo desprecia –Doris (Frances McDormand)- y le es infiel con Dave Brewster (James Gandolfini), próspero propietario de unos almacenes de la ciudad. Ed recibe un día en la barbería la visita de Ceighton Tolliver (Jon Polito) un extravagante inversor homosexual que le plantea con su verborrea la posibilidad de implantar allí un negocio de lavandería en seco. Intrigado por la propuesta Ed ve la posibilidad de lograr una prosperidad y para ello chantajea anónimamente a Dave pidiéndole los diez mil dólares que Tolliver le ha comentado necesitaría para ser socio capitalista. Pese a sus reticencias, Dave aceptará pagar el chantaje, lo cual no será más que el inicio de una serie de muertes y culpabilidades en las que nuestro protagonista se verá envuelto casi por azar, y de las que finalmente solo pagará por aquella en la que paradójicamente nada tuvo que ver, la del propio Tolliver. Unido a este fatum Crane verá una posibilidad de alegría emocional con la extraña relación mantenida con Birdy Abundas (Scarlett Johansson), que finalizará de forma accidentada y rompiendo ese carácter idílico que para él tenía la muchacha.
Es innegable –creo que además los Coen inciden especialmente en ello- que THE MAN WHO WASN’T THERE es una película que se plantea como una revisitación del universo de títulos justamente celebrados como la admirable PERVERSIDAD (Scarlet Street, 1945. Fritz Lang), LA MUJER DEL CUADRO (The Woman in the Window, 1944) o la algo sobrevalorada PERDICIÓN (Double Indemnity, 1944. Billy Wilder). Un mundo poblado por pequeños microcosmos provincianos, fatalistas, enfermizos, dotados de una doble y castrante moral, de carácter misógino y en el que la mujer ejerce como auténtica ave rapaz. Es el universo de uno de los marcos más apreciados y valorados de aquella irrepetible corriente que se dio en llamar el cine negro americano. Pero si en aquella ocasión todo procedía de la herencia e influencias de unas corrientes cinematográficas, a las que se unían unas tendencias literarias y condicionamientos sociales totalmente imbricados y casi lógicos en su plasmación cinematográfica –el malestar que existía en la sociedad USA de aquellos años se llega casi a palpar en buena parte de aquellos títulos-, en la película que nos ocupa no es más que una fantasmagoría. Se trata de la vampirización y estatización de aquellos modos que han jalonado algunas de las páginas mas gloriosas del cine clásico, y que en esta ocasión están completamente despojadas de razón alguna y de interés cinematográfico, ya que lo que contemplamos es un estetizante embellecimiento de lo que en su momento fue una corriente valiosa a todos los niveles.
Es innegable que el título que nos ocupa destaca –y engaña- a muchos por su brillante fotografía en blanco y negro creada por Roger Deakins, caracterizada por sus claroscuros, juegos de sombras, contrastes y utilización de los grises. Pero al mismo tiempo cabe señalar que su aparente brillantez es huera y artificiosa y en modo alguno cabe señalar que proceda de su necesidad –caso contrario a la utilización del look del melodrama de los 50 que sí logró trasladar el magnífico Todd Haynes de LEJOS DEL CIELO (Far from Heaven, 2003)-. Creo que este tono fotográfico pretende el efecto de adhesión del espectador cinéfilo, y a lo que contribuye notablemente el en ocasiones insoportable manierismo formal de la película, en el que abundan los lentos travellings, secuencias rodadas al ralenti, o instantes realizados únicamente de cara a la galería. Este rasgo resulta progresivamente tan cargante que tiene su prolongación en la propia labor de los actores, especialmente en la de un Billy Bob Thornton ausente de sentimientos y con una voz en off –original- tan angulosa que llegó a enervarme. No voy a dudar de la considerable dotación del actor –demostrada en bastantes películas- pero su labor en este film logró alterar mis nervios, casi tanto como la de la insufrible Scarlett Johansson –ese “prodigio” europeo adoptado por Hollywood-. Si a ello unimos la blandura y complacencia de la banda sonora del en otras ocasiones más efectivo Carter Burwell, casi podemos calificar EL HOMBRE QUE NUNCA ESTUVO ALLÍ como uno de los títulos más artificiosos estrenados en el año 2001 en las carteleras norteamericanas. En realidad se trata de la enésima pompa de jabón ofrecida en los últimos tiempos por este tandem generalmente caracterizados por su “constante reinvención del cine”. Sin embargo y a raíz de su más que cálida acogida, cierto es que estas amaneradas historietas –propias de un spot publicitario- siguen contando con los suficientes incondicionales que vieron embobados la trampa cinéfila que los Coen les ofreció, entre aparentes juegos de sombras y melodías de Beethoven.
Calificación: 1’5
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