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CINEMA DE PERRA GORDA

FOUR SIDED TRIANGLE (1953, Terence Fisher)

FOUR SIDED TRIANGLE (1953, Terence Fisher)

En las entrevistas que formularon a Terence Fisher, a la hora de referirse al primer periodo de su filmografía –un contexto con el que el cineasta británico se mostró siempre muy duro en sus apreciaciones-, generalmente destacaba FOUR SIDED TRIANGLE (1953) como su exponente más relevante. Poco podría oponer al respecto, máxime dado la escasa cercanía que existe a la hora de acceder a dicho contexto de producción. Más allá del tan excesivo como admirable sentido de la autocrítica que demostró uno de los grandes maestros del cine fantástico, no creo desencaminado atender la pista que el propio Fisher manifestaba. Así pues, nos encontramos con un relato que quizá adquiera una cierta rigidez inicial, centrada esencialmente en el servilismo a determinados referentes del cine inglés del momento, pero que muy pronto deja entrever su carácter de avanzadilla de diversos de los temas consustanciales a la obra fisheriana dentro de la productora Hammer Films, en la que por aquel entonces apenas iniciaba su colaboración. Unido a estas inquietudes temáticas, FOUR SIDDED… plantea su carácter de apólogo moral a través de una narrativa seca y concisa, dentro de un relato en el que la planificación y disposición de los actores dentro del encuadre revelan una inquietud específicamente cinematográfica. Será algo que pocos años después revelarían a Fisher como uno de los grandes cineastas británicos –un reconocimiento que de una vez por todas debería quedar ligado a su figura-.

 

El relato del Dr. Harvey (James Hayter) nos trasladará a la singular relación que mantienen dos íntimos amigos desde niños, en el contexto de la rutina de una pequeña localidad rural de Inglaterra. Estos serán Bill (Stephen Murray) y Robin (John Van Eyssen, el Jonathan Harker de la posterior DRACULA). Desde bien pequeños ambos han rivalizado en el galanteo con Lena (Barbara Payton), un sentimiento que seguirá manteniéndose de manera latente pese a que el destino los separe de manera provisional. Esa misma circunstancia unirá a los dos amigos, quienes se embarcarán en una serie de extraños experimentos en un viejo granero. Hasta la población llegará Lena, amargada y desengañada tras el fracaso de sus ambiciones de realización personal, incluso planteándose el suicidio. Sin embargo, su reencuentro con los dos viejos amigos le devolverán su ilusión por la existencia, pudiendo los tres disfrutar del resultado de sus experimentos. Bill y Robin –con la ayuda del padre del segundo e incluso la aportación económica del Dr. Harvey-, lograrán probar con éxito esa nueva máquina que permite duplicar cualquier tipo de materia –aunque esta aplicación no pueda extenderse a los seres vivos-. Pese al carácter revolucionario del descubrimiento, sus dos artífices comprobarán su repercusión con tanta nobleza como inteligencia, planteándose en esos momentos la boda de Robin con Lena. La noticia supondrá un auténtico trauma para Bill, secretamente enamorado de la joven, pero cuyo carácter introvertido –y también más reflexivo- le impidió en su momento declarar sus sentimientos a esta. Dicho y hecho, ante la ausencia del motivo de su fascinación, y teniendo bien presente el respeto a su amigo, Bill proseguirá en sus investigaciones –coincidiendo con una ausencia de Robin- con el objetivo predibujado de lograr ampliar el descubrimiento realizado por ambos, hasta poder duplicar los seres vivos. Será algo que finalmente alcance con la ayuda del fiel Dr. Harvey, lo que le permitirá acariciar su auténtico deseo; duplicar a Lena para lograr con ello satisfacer sus más íntimos deseos. Para alcanzar su objetivo la propia muchacha –en el fondo secretamente ligada a Bill- se ofrecerá voluntaria, logrando finalmente un duplicado de su persona. A primera instancia la presencia de este sosías –que llevará el nombre de Helen- solucionará las carencias afectivas de Bill. Sin embargo, muy pronto aflorarán las consecuencias del deseo irreflexivo de vulnerar las leyes de la naturaleza.

 

Lo más atractivo de una película modesta como es FOUR SIDED TRIANGLE, reside en la voluntad férreamente demostrada por su director por reconducir y dotar de rigor visual y argumental, una sugerencia que de otra manera hubiera recaído en numerosas puerilidades. En este sentido, y como antes señalaba, la película –que se abre y cierra con sendas citas que hablan de los límites en la acción del ser humano, acompañada por una panorámica descendiente inicial y otro final ascendente; una metáfora del deseo de sus protagonistas de imitar los designios divinos-, se inicia como uno más de tantos exponentes desarrollados en el cine británico de su tiempo, por medio de relatos descriptivos de ambiente rural relatados por uno de sus personajes. Serán unos minutos en los que se detecte un cierto exceso de la voz en off, acompañado de cierta ingenuidad en el planteamiento. No obstante, una secuencia que parece prefigurar los niños de la posterior THE INNOCENTS (¡Suspense!, 1961. Jack Clayton) –la que describe a los tres jóvenes protagonistas realizando una improvisada representación en el granero que posteriormente ejercerá como epicentro de la acción- nos atraerá hacia la psicología de sus personajes, en especial hacia ese introvertido Bill, al cual su especial sensibilidad y superior inteligencia le motivará a un grado de infelicidad en su contraste con el mundo que le rodea. Un más que interesante apunte, que estará presente en el posterior devenir de la narración –a lo que ayudará la interpretación de Stephen Murray, quien en sus gestos y miradas revelará un persistente hastío existencial-. La manera con la que se nos traslada a la edad adulta del trío protagonista, la incorporación de Lena retornada accidentalmente tras una frustrada andadura en búsqueda de realización personal, proporcionará un interés suplementario a un relato que paulatinamente irá ganando en densidad, y en el que Robin ejercerá como simple vértice de un insólito triángulo, que poco a poco verá desmoronar en su entorno lo idílico de sus planteamientos. A pesar de la inicial ingenuidad de su desarrollo, la película dejará en sus imágenes no pocas reflexiones sobre los mecanismos del poder, el materialismo y la hipocresía social consustancial en el sistema de clases británico –ese rasgo hipócrita del padre de Robin, desentendiéndose de la petición de dinero de su hijo para completar el proyecto, pero posteriormente interesado ante las incalculables posibilidades del experimento ya comprobado-.

 

Junto a estos elementos, la película no deja de resultar un pequeño eslabón entre clásicos de la ciencia-ficción como METRÓPOLIS (1927, Fritz Lang), prosiguiendo con la saludable corriente de los mad doctors, aunque revistiendo el perfil descriptivo de sus personajes de un aura de humanidad siempre apreciable. Se trata de un alcance que, paradójicamente, no enturbia el alcance de una película en la que se puede anticipar prácticamente el futuro de los títulos de Fisher rodados sobre el personaje de Frankenstein –los tubos de ensayo que son utilizados dramáticamente, la cuestión de los límites del creador en su rebelión contra la naturaleza, la humanización de esa criatura aparentemente perfecta, el fin en el fuego…-. Todo un catálogo de situaciones y percepciones que, bajo mi punto de vista, tendrán su momento más hermoso –y terrible al mismo tiempo- en la mirada que Lena brinda desde una ventana exterior a ese clon perfectamente recreado, prefigurando el memorable momento en que una de las víctimas del Barón Frankenstein miraba su propio cuerpo muerto al trasplantar su cerebro en FRANKENSTEIN MUST BE DESTROYED (El cerebro de Frankenstein, 1969, Terence Fisher). Y a la hora de dotar de especial hondura a su discurso, FOUR SIDED… plantea el rasgo –tan lógico como inicialmente inadvertido- de crear un ser partiendo de otro preexistente. Dicha reproducción atenderá a sus aspectos físicos… pero también los sentimientos de su alma. Por ello, la nueva Lena finalmente sentirá el mismo afecto por Robin que esta. En realidad, el intento de creación se ha saldado con la respuesta de la naturaleza. Es el momento de entender que ni la nueva creación ni Bill tienen ya lugar en el mundo.

 

La convicción con la que Fisher plantea una historia en la que participó igualmente a nivel argumental, hay que buscarla en la manera de relacionar a los actores dentro del encuadre, y en esa modestia imbuida de verdadera convicción que logrará modular el interés del relato. Una película en sí misma interesante, preludio de la posterior intención que la propia Hammer Films iba a ofrecer a la ciencia – ficción en el contexto del cine británico, pero al mismo tiempo reveladora del complejo mundo interior que Terence Fisher iría desplegando en la trayectoria más hermosa que jamás ha ofrecido el cine fantástico a lo largo de su historia.

 

Calificación: 3

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