THE OH IN OHIO (2006, Billy Kent)
El matrimonio formado por Priscilla (Parker Posey) y Jack Chase (Paul Rudd), lo tiene todo para sentirse satisfecho. Ambos son jóvenes, acomodados en su status –ella es una brillante ejecutiva, mientras que su esposo trabaja como profesor de biología-, y viven confortablemente en una lujosa urbanización de Cleveland, en Ohio. Sin embargo, tras diez años de matrimonio hay un elemento que la pareja ha estado sobrellevando durante este tiempo, que finalmente estallará en toda su implacable e hilarante crudeza; Priscilla sufre una disfunción sexual que le ha impedido hasta entonces poder vivir un orgasmo en la actividad sexual provocada por Jack. La situación lleva al esposo a marcharse a vivir al garaje de su vivienda, mientras que la esposa se refugia en el inesperado placer que le proporcionará un vibrador, cuya adicción le llevará a vivir situaciones no poco comprometidas –por cierto, retomados en la posterior THE UGLY TRUTH (La cruda realidad, 2009. Robert Luketic)-. Por su parte, Jack logrará emerger de la depresión que ha vivido de manera creciente, al relacionarse con una avispada alumna –Kristen (Mischa Barton)-, provocándole un inesperado y saludable sentimiento de autoestima.
Es bastante probable que la simple lectura de las líneas maestras que plantea el argumento de THE OH IN OHIO (2006, Billy Kent), podría inducir a pensar a cualquier espectador en asistir al desarrollo de una comedia de rasgo sexual, proclive al planteamiento de elementos soeces y la presencia de escasa sutileza. Afortunadamente, nada más lejos de esas agoreras previsiones, ya que el film del poco conocido Kent –que apenas se mantuvo en las carteleras norteamericanas tras una incidencia comercial casi marginal, y una acogida crítica bastante gris-, a mi modo de ver se erige como una de las más notables comedias realizadas en USA en los últimos años. Las causas de esta valoración se pueden detectar desde sus primeros instantes, al observar un especial cuidado visual, una aguda descripción de personajes, un trabajo de puesta en escena a mi modo de ver bastante superior al demostrado por el mismísimo Judd Apatow, una perfecta gradación a la hora de combinar elementos de comedia, otros decididamente cómicos, junto a algunos incluso dominados por el más sordo dramatismo. Todo ello con un notable equilibrio, apostando por una mirada que sabe establecerse por lo general en el lugar oportuno, y que obvia el subrayado y cualquier atisbo de zafiedad, para discurrir por el contrario por un sendero caracterizado por una impagable capacidad de observación.
Es en los márgenes que ofrece ese contexto, donde muy pronto atisbamos el objetivo principal elegido por Kent –también coguionista de la función-, al plantear una aguda y por momentos demoledora crítica a una sociedad de consumo bastante familiar en el mundo occidental de los últimos tiempos. Un contexto casi alienante, donde lo único que importa es el triunfo profesional, y en el que por lógica tiene bastante que decir el comportamiento sexual de sus firmes candidatos a un triunfo existencial basado en la superficialidad. Se trata de un ámbito en el que los responsables del film ofrecen una mirada disolvente pero siempre expresada en voz baja, con apuntes siempre oportunos, integrando incluso detalles más o menos proclives al exceso –alguna de las situaciones generadas por la repentina adicción de la protagonista al vibrador, la relación que se establece entre Priscilla y el veterano vendedor de piscinas -Wayne (Danny De Vito)-. De todos modos, en sus imágenes predominará un cierto cariño a las criaturas que pueblan la función, intentando comprender en ellas sus comportamientos y decisiones finales –la secuencia en la gran piscina de Wayne, donde se iniciará la insólita relación entre Priscilla y este; el encuentro que Jack mantiene de forma repentina con la joven Kristen y su padre, comprendiendo que su aventura con la muchacha no ha sido más que un juego; la conversación final en la que Priscilla rechaza la propuesta de Chase para retornar junto a su matrimonio-. Es en esa cierta elegancia, la contención que registra su atractiva puesta en escena, la melancolía que desprenden no pocas de sus imágenes, o el equilibrio que se demuestra a la hora de insertar determinados episodios cómicos –la compra de un enorme vibrador, el breve episodio que muestra a una impagable Liza Minnelli como inductora a la masturbación femenina-, donde por momentos nos hace contemplar en Billy Kent a una especie de heredero de las comedias sexuales que –con desigual calado- filmó el recordado Blake Edwards en la década de los ochenta. Es por ello, por la madura mirada que ofrece y plantea en el terreno de las relaciones afectivas, en la manera que tiene, sin alzar la voz, de mostrar el desgaste que las mismas proporcionan incluso en un contexto de aparente comodidad y progreso, en donde se encuentran varios de los numerosos logros de esta menospreciada y apenas referenciada THE OH IN OHIO, en la que cabe destacar el atractivo de su banda sonora, el ajuste de su montaje, y el acierto en la dirección de actores. Un reparto absolutamente conjuntado del que no puedo dejar de destacar la hondura con la que mi admirado Paul Rudd compone ese atormentado Jack. En su mirada y gesto contenido, desde el primer momento advertiremos a un ser totalmente derrotado, evolucionando hacia un grado de realización personal siempre sometido a un grado de insatisfacción existencial.
En su conjunto, el equilibrio del film de Billy Kent me hace albergar un cierto grado de interés en el futuro de su trayectoria. Lamentablemente, la fría acogida de sus sugerencias y el escaso grado de difusión en otros países de la película –en España no ha llegado a editarse ni en DVD-, no permiten albergar demasiadas esperanzas en ello, y es una pena.
Calificación: 3
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