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CINEMA DE PERRA GORDA

ROLE MODELS (2008, David Wain) Mal ejemplo

ROLE MODELS (2008, David Wain) Mal ejemplo

He de reconocer de entrada que tenía verdadero pánico ante la posibilidad de contemplar ROLE MODELS (Mal ejemplo, 2008. David Wain). Y lo digo en la medida de no ser un especial admirador de los nuevos derroteros por los que gira la comedia norteamericana, centradas en la égida marcada por Judd Appatow. Cierto es que en varios de sus exponentes se encierra una mirada por momentos amarga sobre diferentes aspectos de las relaciones humanas, pero del mismo modo se echa de menos una mayor garra narrativa en unas películas que generalmente tienen su mayor grado de sinceridad en la aportación de sus intérpretes. Y es precisamente en dicho contexto donde se expresa mi mayor grado de interés, en la medida que uno de los representantes más valiosos de esa tendencia lo supone el definitivamente reconocido Paul Rudd. Reconociéndome desde hace prácticamente una década como un fervoroso seguidor de su trayectoria, en primer lugar no puedo por menos que alegrarme de que, siquiera sea más tarde de lo deseado, su personalidad cinematográfica haya alcanzado un notable auge –aún no demasiado exteriorizado fuera de las fronteras norteamericanas-. En este sentido, ROLE MODELS suponía una aportación muy especial, en la medida que además ha supuesto su debut como coguionista, en una película que le ha permitido colaborar por tercera vez consecutiva con David Wain, una personalidad conocida solo en círculos minoritarios e independientes, ligados al grupo satírico The State. Unamos a ello la presencia como coprotagonista de Sean William Scott –un intérprete por el que nunca he sentido ninguna estima-, y comprenderán mis temores a la hora de asistir a una película que, por otra parte, ha supuesto uno de los éxitos sorpresa del año cinematográfico 2008 en las pantallas estadounidenses –basados en una calurosa acogida crítica, y una recaudación de unos setenta millones de dólares, una cifra nada desdeñable, dado su ajustado coste-.

 

Afortunadamente, todas estas reservas se han disipado tras contemplar su resultado. Con ello no pretendo –ni de lejos- señalar que nos encontremos con un producto especialmente brillante, pero sí al menos me ha producido una propuesta hasta cierto punto inteligente, que de alguna manera deviene una combinación de comedia gamberra, heredera más o menos bastarda de los rasgos aportados por le mencionado Appatow, entremezclado por un componente de “comedia con niño” trasladado sin exceso de sentimentalismo. La receta, que podía haber resultado explosiva y caótica, justo es reconocer que en última instancia resulta apreciable, sorprendiendo ante todo por el hecho de revelar una realización, sino especialmente brillante, sí a mi modo de ver más solvente que las formuladas por el referente antes citado. Contra todo pronóstico, Wain sabe dirigir con propiedad, no se deja llevar por excesos ni groserías y, ante todo, deja discurrir su eficacia en la dirección de actores y la dosificación en la planificación, demostrando que nos encontramos con un hombre de cine eficaz, también dentro del terreno de unos presupuestos más o menos relevantes –las dos películas previas de Wain se insertan dentro de los parámetros del cine independiente, aunque en ellas participen actores de relieve-. Es a partir de estas premisas, cuando se logra trasladar desde el primer momento al espectador el contraste que se establece entre los dos personajes protagonistas. De un lado el optimista y bobalicón Wheeler (Scott), y de otro el resentido y sardónico Danny (Rudd). Ambos trabajan como representantes, vendiendo en los colegios una bebida energética. El primero de ellos disfruta con su trabajo, mientras que Danny está harto de su horizonte vital, trasladando esa angustia a su novia –Beth (Elizabeth Banks)- quien lo abandona definitivamente. En un momento determinado, los dos protagonistas tendrán un incidente con el vehículo que portan, siendo condenados a un mes de cárcel, que puedan ser sustituidos por ciento cincuenta horas de trabajos comunitarios. Decidirán esta segunda vía, lo que les llevará hasta una organización juvenil y, sobre todo, a relacionarse con dos de sus alumnos.

 

Será ese el instante en el que ROLE MODELS adquiere la vertiente de “comedia con niño”. Hasta entonces, lo cierto es que ha quedado perfectamente definida la frontera que separa los dos protagonistas, con situaciones quizá no proclives a la carcajada, pero en las que en todo momento se contempla un interesante componente irónico, que a mi modo de ver emerge como uno de los rasgos más valiosos de la función. Lógicamente, este concepto queda matizado en gran medida por la actitud y la propia interpretación proporcionada por un espléndido Paul Rudd quien, cómicamente dominado por ese estado de angustia existencial, parece recuperar aquel inolvidable Kevin que interpretara en la estupenda 200 CIGARETTES (200 Cigarrillos, 1999. Risa Bramon García), que en su momento me permitió descubrirlo como intérprete. Ello no nos ha de hacer olvidar el divertido contrapunto que se establece con un Sean William Scott en el que, muy probablemente, sea el mejor trabajo de su mediocre carrera, revelando unas posibilidades que sería conveniente supiera encauzar en el futuro. En definitiva, es la dirección de actores –y en ella incluyo a los jóvenes Christopher Mintz-Plasse y Bobb’e J. Thompson, la ironía que desprenden muchos de sus diálogos, la complicidad que se establece en las situaciones, y la propia y asumida intrascendencia del relato, lo que permitirá el logro de un conjunto entrañable y divertido, jamás en el sendero de la abierta carcajada pero si amable, irónico y reflexivo, en torno a varios de los actuales modos de convivencia humana. Es por ello que ROLE MODELS hablará de parejas imposibles, caracteres contrapuestos, familias disfuncionales e incluso  comportamientos ejemplares surgidos a partir de otros menos recomendables –algo que representará el rol de mandataria encarnado por la veterana Jane Lynch-. Inclusive, la película reivindica el hecho de ser diferente, aunque sea planteando una ridícula batalla poblada por frikis que frecuentan los juegos de rol.

 

Curiosa paradoja la que plantea esta película, más enjundiosa de lo que pudiera parecer a primera vista. Y es que, pese a la sencillez de su alcance, revela una mirada tierna e irónica al mismo tiempo, dentro de un contexto de comedia que podía haber discurrido por derroteros muchos menos recomendables. Si más no, algo es algo para los tiempos que corren.

 

Calificación: 2’5

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