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CINEMA DE PERRA GORDA

THE STRANGE DOOR (1951, Joseph Pevney)

THE STRANGE DOOR (1951, Joseph Pevney)

Calificada por los especialistas Tavernier y Coursodon como una “siniestra adaptación de Stevenson”, y llevada de la mano de un realizador generalmente tan poco estimulante como Joseph Pevney, lo cierto es que he de reconocer que el visionado de THE STRANGE DOOR (1951) me ha supuesto, más que una sorpresa, un pequeño placer. Esa sensación casi ausente en el cine de los últimos años, de reencontrarse con un relato en el que pueden detectar limitaciones o incluso incongruencias, pero cuyas virtudes van aparejadas con la modestia de asistir a una película de asumida serie B, en la que la contundencia de su ritmo y el esmero y la profesionalidad de varios de sus factores, finalmente posibilitan un resultado estimulante. Lo cierto es que con facilidad podría decir que se trata de la película de Pevney más estimulante de cuantas he contemplado de su filmografía, aunque no es mucho decir de un artesano escasamente inspirado en su larga vinculación con la Universal, del que sólo recuerdo con cierto aprecio la poco recordada TWILIGHT FOR THE GODS (El crepúsculo de los audaces, 1958). Sorprendentemente –y este fue uno de los elementos más atractivos del artesanado de Hollywood en sus periodos de mayor esplendor-, en este uno de sus primeros títulos se alcanza una atmósfera y un arrojo que, con franqueza, apenas he podido apreciar en el resto de títulos suyos que he contemplado hasta la fecha. Me inclino a pensar que todos los profesionales que trabajaron en THE STRANGE... lo hicieron al amparo de un modelo de producción –el de la Universal International- basado en bajos presupuestos, reutilizando escenografías ya presentes en títulos previos de mayor entidad presupuestaria y, por lo general, inclinándose hacia un terreno siniestro y bizarro, en el que lograron algunos exponentes de especial valía –y nunca me cansaré de citar el espléndido THE LOST MOMENT (Viviendo el pasado, 1947. Martín Gabel)-.

 

A partir de estas características nos encontramos con un melodrama gótico, muy cercano en sus postulados estéticos y plásticos al cine de terror, que abandonaba cualquier trato con los mitos del género que dicha productora había explotado hasta los límites más soportables algunos años atrás. En su lugar –y con muy buen criterio- prosigue en un terreno más escorado al logro de una atmósfera malsana, a las ambientaciones de época, y al lejano eco de secuencias y referentes concretos que forjaron el lustre de la producción del estudio en este género, especialmente en la década de los años treinta. De todo ello bebe el film de Pevney, pero a mi juicio la gran virtud de la película reside en que, sorteando estereotipos y situaciones previsibles, su discurrir adquiere vida propia, adentrando al espectador en una espiral de tensión y muy pronto horror, acompañando la situación a la que se verá sometido desde el propio inicio del film, el joven y pendenciero Denis de Beailieu (Richard Stapley).

 

En el marco de la Francia de principios del siglo XIX, el joven desarrolla su existencia emborrachándose y provocando a jóvenes muchachas. Se trata de un ser chulesco que ha sido elegido expresamente por un carismático y avieso noble –Alain de Maletroit (Charles Laughton)- quien contempla su proceder en una taberna, con la nada oculta satisfacción de haber encontrado en Denis la persona elegida para un incierto destino. Simulando un ataque en el que este provocaría en defensa propia un asesinato, Maletroit idea una alambicada escapada destinada a que el atemorizado joven recale sin remedio en su castillo –que, de forma significativa, tiene una puerta sin cerradura alguna-. Serán estos los primeros y absorbentes minutos que lograrán desde el inicio prender la atención del espectador. La adecuada ambientación, el ritmo logrado y la fuerza de la poderosa fotografía en blanco y negro de Irving Glassberg –uno de los grandes aliados de la función, junto al aprovechamiento de la escenografía que se despliega a lo largo del metraje-, nos traslada a un contexto claustrofóbico en el que el siniestro noble por momentos parece ejercer como un nuevo Zaroff. No será esa, sin embargo, su intención, sino la de casar a su sobrina con un joven de más que dudosa reputación, para con ello vengar de alguna manera la traición que su madre tuvo al casarse con su hermano, en lugar de con él. No cabe duda que precisamente una de las mayores debilidades de la película, estriba en la escasa garra que portan sus principales líneas argumentales. Es por ello que si logramos abstraernos de esta circunstancia, o de la escasa empatía que desprende la pareja romántica, THE STRANGE DOOR supone por momentos una auténtica delicatessen. Una fantasmagoría que por momentos nos retrotrae las crueldades historicistas del cine de Rowland V. Lee, nos ofrece una de las más deliciosas sobreactuaciones de Charles Laughton, y en su progresión dramática, nos permite del mismo modo evocar y recordar situaciones y contextos arquetípicos dentro del devenir del género, adelantando incluso algunas de las facetas que una década después asumiría Roger Corman en el recordado ciclo de adaptaciones de Edgar Allan Poe.

 

Así pues, el film de Pevney recorre estancias de época cargadas de siniestros augurios tras sus brillos aparentes, encontramos pasadizos, mazmorras, personajes aviesos, instrumentos de tortura, oscuras escaleras e incluso cementerios. Toda una iconografía, familiar y oscura al mismo tiempo, que es mostrada con tanta ligereza como efectividad, imbricando al espectador en una serie de incidencias que llegan a alcanzar en sus mejores momentos un carácter realmente absorbente y, a fin de cuentas, logrando en sus detalles, incidencias y en su crescendo narrativo, el logro de un conjunto remarcable. Todo ello con el atractivo suplementario de partier de unas circunstancias de producción quizá escasamente proclives a cualquier expectativa positiva. Contra todo pronóstico, y desde la mismísima fuerza de su arranque, THE STRANGE... deviene en un resultado atractivo, en donde lances folletinescos, sórdidas venganzas y secuencias impactantes –la desarrollada en el cementerio, la conclusión final ante un molino que destruye al personaje encarnado por Laughton, las propias miradas tras ocultas mirillas que ofrece el personaje de Vultan (Boris Karloff) en los momentos más insospechados-, se combinan con un acertado ritmo narrativo y, sobre todo, una extraña convicción que logra superar las convenciones que su propuesta dramática muestra en sus primeros compases. En definitiva, Pevney logró en esta ocasión entroncar un alcance popular y un relato convincente, en medio de una propuesta bizarra llevada a cabo teniendo bien presente una ya dilatada andadura en el género, de cuyas enseñanzas logró en esta ocasión uno de los instantes más valiosos de su no muy estimulante filmografía.

 

Calificación: 3

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