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CINEMA DE PERRA GORDA

Joseph Pevney

MAN ON A THOUSAND FACES (1957, Joseph Pevney) El hombre de las mil caras

MAN ON A THOUSAND FACES (1957, Joseph Pevney) El hombre de las mil caras

No cabe duda, que hay dos maneras de analizar MAN ON A THOUSAND FACES (El hombre de las mil caras, 1957. Joseph Pevney), biopic auspiciado por la Universal, para supuestamente enaltecer a una de sus principales estrellas del periodo silente; Lon Chaney. La primera de ellas es, obviamente, enjuiciarla como tan biografía fílmica, yendo incluso más lejos, al asistir a una de las muchas muestras de ‘cine dentro del cine’, subgénero que suele tener especial predicamento entre los aficionados. La segunda, analizarla como un melodrama del estudio, incorporando una serie de características pautabas en la producción del género en dicha major, auspiciada a uno de los destajistas de la casa, en este caso Joseph Pevney. Respondiendo a ambas posibilidades, la película resulta altamente decepcionante en el primero de los enunciados, mientras que conserva un determinado grado de interés en el segundo.

MAN ON A THOUSAND FACES, se inicia, describiendo los inicios de Chaney (encarnado por un ajustado James Cagney) en el terreno del vaudeville, utilizando para ello su facilidad en los maquillajes, y la escrupulosa concepción de sus números. Junto a él, se encuentra su esposa -Cleva (Dorothy Malone)-, una mujer empeñada en hacer carrera como cantante, con bastante magro resultado, resignándose a que su marido siga un sendero que se vislumbra prometedor, y asumiendo su condición de futura madre. A partir de ese momento, iremos comprobando su consolidación como artista del espectáculo de variedades, al tiempo que sobrellevar con amargura la condición de sordomudos de sus padres ante su esposa -que desconocía dicha circunstancia-. Ello hará que esta llegue a pensar que el hijo que lleva en su vientre pueda asumir esa misma condición. Por fortuna, la realidad impondrá la llegada del pequeño Creighton, de saludable condición. Sin embargo, Cleva intentará retomar su andadura como cantante, abandonando el cuidado del pequeño, que asumirá el padre, mediante la colaboración de Hazel (Jane Greer), una de las coristas, secretamente enamorada de Chaney. Por su parte, la esposa flirteará con un mundano y atildado caballero, sufriendo las zancadillas del protagonista, a la hora de impedir que esta pueda consolidarse en su vocación artística. Ello favorecerá un intento de suicidio por parte de su mujer, y una posterior fuga, motivados ambos por el desdén que sufrió por parte de su amante.

Todo ello, marcará judicialmente la separación del pequeño de su padre -su madre lo ha abandonado- viajando Chaney a Hollywood, al objeto de probar fortuna en el mundo del cine. Allí se iniciará como extra, logrando poco a poco llamar la atención, a la hora de encarnar roles caracterizados por su intensidad y capacidad para la caracterización. A ello, irá unida una reconstrucción de su vida sentimental, recuperando su relación con Hazel, que se encargará de establecer una encomiable estabilidad entre los dos, y en la educación del pequeño Creighton, al que asumirá como un hijo, y al que su padre siempre ha señalado que su madre murió. Sin embargo, la creciente consolidación artística del intérprete, pronto se verá ensombrecida por su casi obsesivo empeño en que su hijo no le secunde como actor, al tiempo que siga ocultándole la existencia de su madre, que ha vuelto a dar señales de vida con el paso de los años. Será esta una doble circunstancia que, en último extremo, posibilitará que el muchacho, ya en su juventud, abandone al padre, yéndose a vivir y a ayudar a su auténtica madre.

Antes lo señalaba, como narración más o menos rigurosa, de la trayectoria vital y artística, de un artista tan singular, THE MAN ON A THOUSAND FACES, deviene un auténtico fiasco. Iniciada con la plasmación del funeral de Chaney, y las palabras elegíacas, de Irving Thalberg, encarnado de manera improbable por el posterior productor Robert Evans -uno de los peores ‘descubrimientos’ de la 20th Century Fox de aquel tiempo-, la película se extenderá en un largo flashback, describiendo de manera arbitraria, pasajes de la andadura vital y artística del intérprete. Pero sucede una cosa, que lastra de manera considerable el empeño. Apenas hay un ápice de sinceridad, a la hora de describir un personaje, cuya trayectoria artística, se caracterizó por un constante coqueteo con universos torturados, y por lo bizarro, y nada de ello se traduce en las imágenes pulidas de esta película, que desperdicia algunos minutos, describiendo números musicales que nada aportan a la narración, y en la que, por ejemplo, en ningún momento aparece ni la presencia ni el nombre, de alguien que fue fundamental para la trayectoria del actor, como es el de Tod Browning. La recreación del rodaje de su primer gran éxito -THE UNHOLY THREE (el trío fantástico, 1935. Tod Browning)-, está plasmada con una enorme falta de fuerza dramática, algo que se extenderá, a las secuencias que plasman el rodaje de sus de sus roles emblemáticos; el Jorobado de Notre Dane, o el Fantasma de la Ópera.

¿Sería todo ello, motivo, para condenar la película? Con sinceridad, creo que no. Es cierto que se desaprovecha conectar la película con el entorno de lo bizarro, base fundamental, a la hora de plasmar el torturado universo artístico de la estrella. Sin embargo, parte de ello, sí se traduce en ese elemento de melodrama que vehicula el film de Pevney, especializado de propuestas dramáticas más o menos tórridas, y que en esta ocasión se centrará, en la andadura personal, de este artista, hijo de una familia ‘diferente’, que tuvo que soportar desde bien pequeño la incomprensión de sus amigos y vecinos. Esa querencia tortuosa, ese carácter huidizo, esa inclinación por sobrellevar periodos aislados del mundo urbano, refugiándose en su cabaña, ese cierto apego a elegir una existencia poco convencional, le acompañará en todos los órdenes de la vida, y se exteriorizará en todas las facetas de su vida. Desde su poco grata convivencia con su primera esposa, el aura autoritaria que brindará a su hijo, impidiéndole que sobrelleve la vocación de actor ¡Cuánta razón tenía, por otra parte!, o trasladando esa tendencia al masoquismo, en sus plasmaciones artísticas. Son facetas que se manifiestan en esta película fluída, que se contemplar con relativa placidez, que gana bastante con el uso de la pantalla ancha y, sobre todo, en ese blanco y negro, espléndidamente iluminado por el gran Russell Metty.

Estoy incluso, dispuesto a pensar, que es debido a Metty, donde se encuentran los mejores momentos de la película que, a mi modo de ver, se encuentran en todas y cada una de las secuencias, que se inclinan al desarrollo de la subtrama de los padres de Chaney. Ese matrimonio curtido, educado y sumiso -excelentemente interpretado, asimismo-, proporciona, además, a la hora de plasmar su ausencia de diálogos, y su expresión con el lenguaje de los signos, una extraña placidez, en esas secuencias, en las que la resignación discurre en pugna con la fugacidad de la felicidad. Todo ello, en instantes que, no se si de manera buscada o, quizá, de manera involuntaria, acercan sus imágenes -de especial manera, por el tempo y la iluminación que presentan-, con ecos nada solapados del melodrama silente.

Calificación: 2’5

THE CROWDED SKY (1960, Joseph Pevney) [El cielo coronado]

THE CROWDED SKY (1960, Joseph Pevney) [El cielo coronado]

Artesano por lo general ligado a la Warner, no puede decirse que abunden los títulos de gloria en la filmografía de Joseph Pevney, muy pronto ligado al medio televisivo, cuando la concepción del artesanado que representaba fue fagocitándose  en el seno del cine norteamericano. He de reconocer que recuerdo con cierto agrado TWILIGHT FOR THE GODS (El crepúsculo de los audaces, 1958), como punto más alto entre la grisura del resto de títulos de su filmografía a los que he tenido ocasión de acceder. El ejemplo que nos brinda THE CROWDED SKY (1960) –jamás estrenado en España, intuyo que por incluirse en su argumento el rol de una ex prostituta y llegarse a plantear la cuestión del aborto, y editada digitalmente con el título de EL CIELO CORONADO-, puede señalarse como un claro precedente del cine de catástrofes aéreas que tanto predicamento tuvieron a partir del inesperado éxito de AIRPORT (Aeropuerto, 1970. George Seaton). Sin embargo, en esta ocasión, hay que señalar que la verdadera matriz de subgénero hay que buscarla en la previa THE HIGH AND THE MIGHTY (1954; William A. Wellman), un tremendo éxito comercial en el momento de su estreno –respaldado además por numerosas nominaciones a los Oscars de aquella edición-, de cuya referencia emege esta tan convencional como por momentos extraña producción del estudio habitual en donde Pevney desarrolló su andadura. No olvidemos que dentro de la industria de aquellos años de transformación, eran comunes los títulos pertenecientes a diferentes géneros, caracterizados por la presencia de diversas subtramas que dieran paso a la incorporación de intérpretes de diversas generaciones. Da lo mismo que fuera el caso de PEYTON PLACE (Vidas borrascosas, 1957. Mark Robson) o comedias como PEPE (Pepe, 1960, George Sidney).

No es esta precisamente una excepción, y es por ello que los primeros compases de THE CROWDED SKY nos hacen temer lo peor. La presencia del imposible Troy Donahue (McVey) –entonces máxima estrella juvenil del estudio, y a cuya supuesta gloria se insertarán dos de los temas más populares compuestos por Max Steiner en los melodramas inmediatamente precedentes, rodados por Delmer Daves-, o la descripción que se ofrece del pasaje del vuelo comercial Trans Satates 17, comandado por el veterano y prestigioso Dick Barnett (Dana Andrews), nos adentran al camino del convencionalismo más ramplón. Sin embargo, no hay que perder la perspectiva, cuando nos encontramos ante uno de los exponentes precursores del subgénero. Y, junto a dicha circunstancia, se plantea una singular manera de exponer el trazado psicológico de su variopinta galería de personales. Es en este aspecto concreto, donde se encuentra a mi juicio lo mejor y lo peor del film de Pevney que, justo es reconocerlo, se degusta con cierta placidez. Existen sobre todo en el conjunto de pasajeros que pueblan el vuelo pilotado por Barnett, demasiados roles estereotipados. Y en todos ellos, la ténica utilizada por el director es acercar la cámara e incluso oscurecer el fondo de los rostros de los actores, para que estos nos relaten sus pensamientos ante lo que les rodea. Da igual que sean esa pareja de pasajeros cuya timidez impide iniciar la relación que ambos buscan entre ellos, o el inesperado reencuentro de un guionista de Hollywood –encarnado por Keenan Wynnn- con la que fuera una de sus múltiples conquistas amorosas. Entre la tripulación se encontrará una pareja de ancianos, encargándose el marido de custodiar a su mujer, sabiendo que le queda un escaso tiempo de vida. No todos estos pequeños roles adquirirán la misma consistencia –más adelante lo comprobaremos-. Lo que caracteriza a THE CROWDED SKY es la incorporación de una serie de flashbacks que intentan trasladarnos a la espiral de tensión que viven nuestros protagonistas cuando van a protagonizar los vuelos que centrarán la acción del mismo.

Así pues, conoceremos la presión que el piloto del reactor Navy 8255 –Dale Heath (Efrén Zimbalist Jr.), sobrelleva con su atractiva mujer, harta de no contar con él en su vida diaria, abierta a relaciones con otros hombres, y que en modo alguno muestra el menor cariño a la hija de ambos. Por su parte, Barnett en su afán de perfeccionismo, no se caracteriza por el afecto a su hijo, y del mismo modo mantiene amplias distancia con el joven Mike Rule -un John Kerr mucho más entonado que de costumbre-, a quien tiempo atrás negó la posibilidad de que fuera ascendido militarmente. Es precisamente cuando se introduce la visión retrospectiva del pasado cercano de Rule, cuando a mi modo de ver el film de Pevney alcanza su mayor grado de temperatura –por momentos parece que nos encontremos ante una secuela de THE COBBEW (1955, Vicente Minnelli), que supuso el lanzamiento de Kerr en la pantalla-. Será el episodio en el que este –que hasta entonces ha pensado que su padre murió en la guerra de Corea-, descubre mediante el descubrimiento de la peculiar pintura de su padre –también Mike ha hecho pinitos con el dibujo-, que se este se encuentra recluido en una residencia de enfermos mentales. La secuencia del encuentro con su catatónico progenitor, su intento frustrado por comunicarse con él, y la declaración posterior de matrimonio por parte de Kitty (Anna Francis), dan la medida de las posibilidades de una historia limitada en su propio planteamiento de base.

Hay algo que permite elevar el interés de la función por encima de otros posteriores compañeros de viaje. Es la relativa sencillez con la que se plantea en la pantalla el choque entre los dos aparatos. Tras unos minutos en las que la incidencia climatológica y la tensión de sus diferentes personajes va en aumento, se producirá el choque, a consecuencia de la cual el pequeño aparato quedará envuelto en llamas y Dale y McVaey perezcan en el mismo sin insertar la más mínima imagen de ellos. La cámara se quedará en el Trans Status, donde se mostrarán con bastante sobriedad las terribles consecuencias del accidente. Entre lo más duro, la caída del ayuda del piloto por un boquete que se ha formado en el avión, la repentina muerte de la anciana esposa del doctor –que apenas si es referida- y, en el sentido de lo casi ridículo, la enseñanza que para un estúpido aspirante a actor de Hollywood, que durante el vuelo ha reiterado en numerosas ocasiones su incapacidad para asumir el rol de un cobarde, y cuya vivencia del accidente le permitirá comprender dichas causas. Lamentable apunte, en una película que concluye con la sequedad con la que ha comenzado, dejando un pequeño elemento de esperanza con ese acercamiento final de un lúcido Barnett –que ha acudido a la justicia para asumir su culpa a la hora de volar por encima de lo ordenado, al tiempo que saber que gracias a su pilotaje salvó la vida a los más de sesenta pasajeros-, quien por vez primera reconocerá su capacidad para equivocarse, para perdonar y, por consiguiente, para recuperar el amor de su hijo adolescente, de cuyo brazo abandonará las dependencias judiciales.

Calificación: 2

THE MIDNIGHT STORY (1957, Joseph Pevney) El rastro del asesino

THE MIDNIGHT STORY (1957, Joseph Pevney) El rastro del asesino

No voy a ocultar que, pese a reconocer que en la figura de Joseph Pevney se alternan títulos mediocres con otros de cierta valía, y admitiendo que no se trataba más que un artesano de segunda fila, de siempre vinculado a la Universal, esperaba de THE MIDNIGHT STORY (El rastro del asesino, 1957) más de lo que su resultado me ofreció finalmente. No por ello se puede renunciar al hecho de asistir a un título más o menos correcto, aunque del mismo modo codificado en exceso dentro de ese contexto de producción, destinado por encima de todo al lucimiento del emergente Tony Curtis –quien por otro lado, ofrece un trabajo impecable-. Dichos en otras palabras, conozco obras de Pevney bastante inferiores a esta, aunque por encima de la misma sitúe la apenas conocida y previa THE STRANGE DOOR (1951) –que quizá aparezca como su obra más perdurable-, y la cercana y posterior TWILIGHTS FOR THE GODS (El crepúsculo de los audaces, 1958). Lo cierto es que –es curioso señalarlo-, ambos títulos de alguna manera ofrecen dos vertientes complementarias a las que describe el título que nos ocupa, desarrollado en una mixtura de melodrama y relato criminal. Una combinación genérica que –reconozco se trata de una observación muy personal-, no se encuentra demasiado bien entremezclada en el relato, impidiendo por ello que su resultado final alcance la densidad que prometían sus primeros instantes, aunque tampoco evite que nos encontremos con un producto defendible.

En la noche de un barrio de San Francisco –la propia secuencia pregenérico del film-, se produce el asesinato del padre Tomasino. El crimen provoca una enorme conmoción en su comunidad, siendo como era alguien muy querido por la misma. Entre sus seguidores más agradecidos, y al mismo tiempo más afectados por el hecho, se encuentra el joven agente de policía Joe Martini (Curtis), quién precisamente fue incorporado al cuerpo por mediación del sacerdote desaparecido, aunque se encuentre destinado al departamento motorizado. Traumatizado por el hecho, observará en el entierro una extraña actitud por parte de alguien que no conoce –Sylvio Malatesta (Gilbert Roland)-, que le hará intuir una cierta relación con la muerte del sacerdote. Decidido a seguir dicha pista, máxime cuando el departamento de policía no ha alcanzado ninguna conclusión ni mantiene ninguna pista, solicitará se le traslade de departamento para asumir este crimen, decidiendo arriesgarse y renunciar a su empleo, y con ello tener la suficiente libertad para investigar por su cuenta. La nueva situación le acercará al entorno de la familia Malatesta, ofreciéndole muy pronto Sylvio la hospitalidad en su casa, e integrándose muy pronto nuestro protagonista en el contexto de una humilde familia de orígenes italianos. En aquella vivienda, en pocas semanas pasará a convertirse en un miembro más, e incluso se vislumbrará la atracción por la joven Anna (Marisa Pavan). Toda esta calidez vivida de manera inesperada por Martini –que hasta entonces reconocía no haber tenido un hogar-, le obligará a modificar los prejuicios y la sospecha que mantenía sobre Sylvio, que lo acogerá como un auténtico componente de su familia. La comprobación de que los elementos que este podría ofrecer como coartada concuerdan, permitirá a nuestro protagonista abandonar los recelos que mantenía hasta entonces, decidiendo dar el paso delante de prometerse en matrimonio con Anna.

Desde sus primeros fotogramas, es indudable que buena parte del atractivo de THE MIDNIGHT… reside en el empaque que ofrece la magnífica fotografía en blanco y negro del gran Rusell Metty, dotando de espesura la incorporación del CinemaScope, y dotando a todas sus imágenes de una magnífica atmósfera. Es más, otro de los aciertos del film –este debido de manera especial a los modos narrativos de Pevney-, reside en la valiosa utilización de la pantalla ancha, un elemento que tendrá muestras sobradas en diferentes momentos del relato, en especial de un plano general que se inserta de forma repentina en el interior del salón de los Malatesta, incorporando en el mismo en un lateral al personaje de la madre –estupenda Argentina Brunetti-, quien en sus palabras intuirá el conflicto interior que mantiene el muchacho. La incorporación de ese plano y, sobre todo, la introducción de la figura matriarcal, será quizá la muestra más certera de ese cuidado en la utilización de un formato que Pevney supo aprovechar a nivel visual. Pese al innegable acierto que ofrece dicha elección narrativa, la gran limitación de la película proviene de esa indefinición que alberga en su estructura como relato policíaco –marco en el que ni tiene especial importancia ni adquiere nunca la debida densidad, pese a la presencia como superiores del departamento a secundarios tan espléndidos como Jay C. Flippen y Ted De Corsia-, y extraño melodrama familiar. Es en este segundo aspecto, donde la película adquiere una mayor importancia –sus imágenes logran trasladar la sensación del protagonista de haber encontrado por vez primera en si vida un entorno acogedor-, dejando de lado unos orígenes en los que su condición de huérfano nunca le abandonó –las visitas que Martini realiza al orfelinato en donde realizaba sus tareas el sacerdote asesinado son reveladores de dichos orígenes-. En este aspecto, el film de Pevney resultará más convincente –también se otorga más metraje al  mismo, incidiendo además en un acertado diseño de producción de los interiores de la vivienda de los Malatesta-. Sin embargo, y aún reconociendo que en dicha vertiente es donde se encuentran los pasajes más atractivos del relato, en ningún momento deja de asaltar al espectador la sensación de ausentarse el necesario “verosímil fílmico” ¿Cómo un ser que apenas se conoce acoge a un desconocido en su entorno familiar, y en menos de un mes este se convierte en alguien imprescindible en dicho entorno?.

Haciendo abstracción de este poderoso imponderable, lo cierto es que aún dentro de su limitado alcance, el film de Pevney se degusta con agilidad, destacando el acierto de los exteriores de San Francisco que son mostrados, o el tramo final, en el que la indagación entre Joe y Sylvio alcanzará unos inquietantes tintes de ambigüedad, hasta desembocar en la revelación de las auténticas causas del crimen del sacerdote. Unos minutos muy atractivos que, lamentablemente, estarán a punto de arruinarse, con la convencional conclusión del film, en la que Martini apostará por el mantenimiento de su integración en el seno de una familia a la que accedió con un objetivo muy concreto.

Calificación: 2

THE STRANGE DOOR (1951, Joseph Pevney)

THE STRANGE DOOR (1951, Joseph Pevney)

Calificada por los especialistas Tavernier y Coursodon como una “siniestra adaptación de Stevenson”, y llevada de la mano de un realizador generalmente tan poco estimulante como Joseph Pevney, lo cierto es que he de reconocer que el visionado de THE STRANGE DOOR (1951) me ha supuesto, más que una sorpresa, un pequeño placer. Esa sensación casi ausente en el cine de los últimos años, de reencontrarse con un relato en el que pueden detectar limitaciones o incluso incongruencias, pero cuyas virtudes van aparejadas con la modestia de asistir a una película de asumida serie B, en la que la contundencia de su ritmo y el esmero y la profesionalidad de varios de sus factores, finalmente posibilitan un resultado estimulante. Lo cierto es que con facilidad podría decir que se trata de la película de Pevney más estimulante de cuantas he contemplado de su filmografía, aunque no es mucho decir de un artesano escasamente inspirado en su larga vinculación con la Universal, del que sólo recuerdo con cierto aprecio la poco recordada TWILIGHT FOR THE GODS (El crepúsculo de los audaces, 1958). Sorprendentemente –y este fue uno de los elementos más atractivos del artesanado de Hollywood en sus periodos de mayor esplendor-, en este uno de sus primeros títulos se alcanza una atmósfera y un arrojo que, con franqueza, apenas he podido apreciar en el resto de títulos suyos que he contemplado hasta la fecha. Me inclino a pensar que todos los profesionales que trabajaron en THE STRANGE... lo hicieron al amparo de un modelo de producción –el de la Universal International- basado en bajos presupuestos, reutilizando escenografías ya presentes en títulos previos de mayor entidad presupuestaria y, por lo general, inclinándose hacia un terreno siniestro y bizarro, en el que lograron algunos exponentes de especial valía –y nunca me cansaré de citar el espléndido THE LOST MOMENT (Viviendo el pasado, 1947. Martín Gabel)-.

 

A partir de estas características nos encontramos con un melodrama gótico, muy cercano en sus postulados estéticos y plásticos al cine de terror, que abandonaba cualquier trato con los mitos del género que dicha productora había explotado hasta los límites más soportables algunos años atrás. En su lugar –y con muy buen criterio- prosigue en un terreno más escorado al logro de una atmósfera malsana, a las ambientaciones de época, y al lejano eco de secuencias y referentes concretos que forjaron el lustre de la producción del estudio en este género, especialmente en la década de los años treinta. De todo ello bebe el film de Pevney, pero a mi juicio la gran virtud de la película reside en que, sorteando estereotipos y situaciones previsibles, su discurrir adquiere vida propia, adentrando al espectador en una espiral de tensión y muy pronto horror, acompañando la situación a la que se verá sometido desde el propio inicio del film, el joven y pendenciero Denis de Beailieu (Richard Stapley).

 

En el marco de la Francia de principios del siglo XIX, el joven desarrolla su existencia emborrachándose y provocando a jóvenes muchachas. Se trata de un ser chulesco que ha sido elegido expresamente por un carismático y avieso noble –Alain de Maletroit (Charles Laughton)- quien contempla su proceder en una taberna, con la nada oculta satisfacción de haber encontrado en Denis la persona elegida para un incierto destino. Simulando un ataque en el que este provocaría en defensa propia un asesinato, Maletroit idea una alambicada escapada destinada a que el atemorizado joven recale sin remedio en su castillo –que, de forma significativa, tiene una puerta sin cerradura alguna-. Serán estos los primeros y absorbentes minutos que lograrán desde el inicio prender la atención del espectador. La adecuada ambientación, el ritmo logrado y la fuerza de la poderosa fotografía en blanco y negro de Irving Glassberg –uno de los grandes aliados de la función, junto al aprovechamiento de la escenografía que se despliega a lo largo del metraje-, nos traslada a un contexto claustrofóbico en el que el siniestro noble por momentos parece ejercer como un nuevo Zaroff. No será esa, sin embargo, su intención, sino la de casar a su sobrina con un joven de más que dudosa reputación, para con ello vengar de alguna manera la traición que su madre tuvo al casarse con su hermano, en lugar de con él. No cabe duda que precisamente una de las mayores debilidades de la película, estriba en la escasa garra que portan sus principales líneas argumentales. Es por ello que si logramos abstraernos de esta circunstancia, o de la escasa empatía que desprende la pareja romántica, THE STRANGE DOOR supone por momentos una auténtica delicatessen. Una fantasmagoría que por momentos nos retrotrae las crueldades historicistas del cine de Rowland V. Lee, nos ofrece una de las más deliciosas sobreactuaciones de Charles Laughton, y en su progresión dramática, nos permite del mismo modo evocar y recordar situaciones y contextos arquetípicos dentro del devenir del género, adelantando incluso algunas de las facetas que una década después asumiría Roger Corman en el recordado ciclo de adaptaciones de Edgar Allan Poe.

 

Así pues, el film de Pevney recorre estancias de época cargadas de siniestros augurios tras sus brillos aparentes, encontramos pasadizos, mazmorras, personajes aviesos, instrumentos de tortura, oscuras escaleras e incluso cementerios. Toda una iconografía, familiar y oscura al mismo tiempo, que es mostrada con tanta ligereza como efectividad, imbricando al espectador en una serie de incidencias que llegan a alcanzar en sus mejores momentos un carácter realmente absorbente y, a fin de cuentas, logrando en sus detalles, incidencias y en su crescendo narrativo, el logro de un conjunto remarcable. Todo ello con el atractivo suplementario de partier de unas circunstancias de producción quizá escasamente proclives a cualquier expectativa positiva. Contra todo pronóstico, y desde la mismísima fuerza de su arranque, THE STRANGE... deviene en un resultado atractivo, en donde lances folletinescos, sórdidas venganzas y secuencias impactantes –la desarrollada en el cementerio, la conclusión final ante un molino que destruye al personaje encarnado por Laughton, las propias miradas tras ocultas mirillas que ofrece el personaje de Vultan (Boris Karloff) en los momentos más insospechados-, se combinan con un acertado ritmo narrativo y, sobre todo, una extraña convicción que logra superar las convenciones que su propuesta dramática muestra en sus primeros compases. En definitiva, Pevney logró en esta ocasión entroncar un alcance popular y un relato convincente, en medio de una propuesta bizarra llevada a cabo teniendo bien presente una ya dilatada andadura en el género, de cuyas enseñanzas logró en esta ocasión uno de los instantes más valiosos de su no muy estimulante filmografía.

 

Calificación: 3