THE CROWDED SKY (1960, Joseph Pevney) [El cielo coronado]
Artesano por lo general ligado a la Warner, no puede decirse que abunden los títulos de gloria en la filmografía de Joseph Pevney, muy pronto ligado al medio televisivo, cuando la concepción del artesanado que representaba fue fagocitándose en el seno del cine norteamericano. He de reconocer que recuerdo con cierto agrado TWILIGHT FOR THE GODS (El crepúsculo de los audaces, 1958), como punto más alto entre la grisura del resto de títulos de su filmografía a los que he tenido ocasión de acceder. El ejemplo que nos brinda THE CROWDED SKY (1960) –jamás estrenado en España, intuyo que por incluirse en su argumento el rol de una ex prostituta y llegarse a plantear la cuestión del aborto, y editada digitalmente con el título de EL CIELO CORONADO-, puede señalarse como un claro precedente del cine de catástrofes aéreas que tanto predicamento tuvieron a partir del inesperado éxito de AIRPORT (Aeropuerto, 1970. George Seaton). Sin embargo, en esta ocasión, hay que señalar que la verdadera matriz de subgénero hay que buscarla en la previa THE HIGH AND THE MIGHTY (1954; William A. Wellman), un tremendo éxito comercial en el momento de su estreno –respaldado además por numerosas nominaciones a los Oscars de aquella edición-, de cuya referencia emege esta tan convencional como por momentos extraña producción del estudio habitual en donde Pevney desarrolló su andadura. No olvidemos que dentro de la industria de aquellos años de transformación, eran comunes los títulos pertenecientes a diferentes géneros, caracterizados por la presencia de diversas subtramas que dieran paso a la incorporación de intérpretes de diversas generaciones. Da lo mismo que fuera el caso de PEYTON PLACE (Vidas borrascosas, 1957. Mark Robson) o comedias como PEPE (Pepe, 1960, George Sidney).
No es esta precisamente una excepción, y es por ello que los primeros compases de THE CROWDED SKY nos hacen temer lo peor. La presencia del imposible Troy Donahue (McVey) –entonces máxima estrella juvenil del estudio, y a cuya supuesta gloria se insertarán dos de los temas más populares compuestos por Max Steiner en los melodramas inmediatamente precedentes, rodados por Delmer Daves-, o la descripción que se ofrece del pasaje del vuelo comercial Trans Satates 17, comandado por el veterano y prestigioso Dick Barnett (Dana Andrews), nos adentran al camino del convencionalismo más ramplón. Sin embargo, no hay que perder la perspectiva, cuando nos encontramos ante uno de los exponentes precursores del subgénero. Y, junto a dicha circunstancia, se plantea una singular manera de exponer el trazado psicológico de su variopinta galería de personales. Es en este aspecto concreto, donde se encuentra a mi juicio lo mejor y lo peor del film de Pevney que, justo es reconocerlo, se degusta con cierta placidez. Existen sobre todo en el conjunto de pasajeros que pueblan el vuelo pilotado por Barnett, demasiados roles estereotipados. Y en todos ellos, la ténica utilizada por el director es acercar la cámara e incluso oscurecer el fondo de los rostros de los actores, para que estos nos relaten sus pensamientos ante lo que les rodea. Da igual que sean esa pareja de pasajeros cuya timidez impide iniciar la relación que ambos buscan entre ellos, o el inesperado reencuentro de un guionista de Hollywood –encarnado por Keenan Wynnn- con la que fuera una de sus múltiples conquistas amorosas. Entre la tripulación se encontrará una pareja de ancianos, encargándose el marido de custodiar a su mujer, sabiendo que le queda un escaso tiempo de vida. No todos estos pequeños roles adquirirán la misma consistencia –más adelante lo comprobaremos-. Lo que caracteriza a THE CROWDED SKY es la incorporación de una serie de flashbacks que intentan trasladarnos a la espiral de tensión que viven nuestros protagonistas cuando van a protagonizar los vuelos que centrarán la acción del mismo.
Así pues, conoceremos la presión que el piloto del reactor Navy 8255 –Dale Heath (Efrén Zimbalist Jr.), sobrelleva con su atractiva mujer, harta de no contar con él en su vida diaria, abierta a relaciones con otros hombres, y que en modo alguno muestra el menor cariño a la hija de ambos. Por su parte, Barnett en su afán de perfeccionismo, no se caracteriza por el afecto a su hijo, y del mismo modo mantiene amplias distancia con el joven Mike Rule -un John Kerr mucho más entonado que de costumbre-, a quien tiempo atrás negó la posibilidad de que fuera ascendido militarmente. Es precisamente cuando se introduce la visión retrospectiva del pasado cercano de Rule, cuando a mi modo de ver el film de Pevney alcanza su mayor grado de temperatura –por momentos parece que nos encontremos ante una secuela de THE COBBEW (1955, Vicente Minnelli), que supuso el lanzamiento de Kerr en la pantalla-. Será el episodio en el que este –que hasta entonces ha pensado que su padre murió en la guerra de Corea-, descubre mediante el descubrimiento de la peculiar pintura de su padre –también Mike ha hecho pinitos con el dibujo-, que se este se encuentra recluido en una residencia de enfermos mentales. La secuencia del encuentro con su catatónico progenitor, su intento frustrado por comunicarse con él, y la declaración posterior de matrimonio por parte de Kitty (Anna Francis), dan la medida de las posibilidades de una historia limitada en su propio planteamiento de base.
Hay algo que permite elevar el interés de la función por encima de otros posteriores compañeros de viaje. Es la relativa sencillez con la que se plantea en la pantalla el choque entre los dos aparatos. Tras unos minutos en las que la incidencia climatológica y la tensión de sus diferentes personajes va en aumento, se producirá el choque, a consecuencia de la cual el pequeño aparato quedará envuelto en llamas y Dale y McVaey perezcan en el mismo sin insertar la más mínima imagen de ellos. La cámara se quedará en el Trans Status, donde se mostrarán con bastante sobriedad las terribles consecuencias del accidente. Entre lo más duro, la caída del ayuda del piloto por un boquete que se ha formado en el avión, la repentina muerte de la anciana esposa del doctor –que apenas si es referida- y, en el sentido de lo casi ridículo, la enseñanza que para un estúpido aspirante a actor de Hollywood, que durante el vuelo ha reiterado en numerosas ocasiones su incapacidad para asumir el rol de un cobarde, y cuya vivencia del accidente le permitirá comprender dichas causas. Lamentable apunte, en una película que concluye con la sequedad con la que ha comenzado, dejando un pequeño elemento de esperanza con ese acercamiento final de un lúcido Barnett –que ha acudido a la justicia para asumir su culpa a la hora de volar por encima de lo ordenado, al tiempo que saber que gracias a su pilotaje salvó la vida a los más de sesenta pasajeros-, quien por vez primera reconocerá su capacidad para equivocarse, para perdonar y, por consiguiente, para recuperar el amor de su hijo adolescente, de cuyo brazo abandonará las dependencias judiciales.
Calificación: 2
0 comentarios