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CINEMA DE PERRA GORDA

THE MIDNIGHT STORY (1957, Joseph Pevney) El rastro del asesino

THE MIDNIGHT STORY (1957, Joseph Pevney) El rastro del asesino

No voy a ocultar que, pese a reconocer que en la figura de Joseph Pevney se alternan títulos mediocres con otros de cierta valía, y admitiendo que no se trataba más que un artesano de segunda fila, de siempre vinculado a la Universal, esperaba de THE MIDNIGHT STORY (El rastro del asesino, 1957) más de lo que su resultado me ofreció finalmente. No por ello se puede renunciar al hecho de asistir a un título más o menos correcto, aunque del mismo modo codificado en exceso dentro de ese contexto de producción, destinado por encima de todo al lucimiento del emergente Tony Curtis –quien por otro lado, ofrece un trabajo impecable-. Dichos en otras palabras, conozco obras de Pevney bastante inferiores a esta, aunque por encima de la misma sitúe la apenas conocida y previa THE STRANGE DOOR (1951) –que quizá aparezca como su obra más perdurable-, y la cercana y posterior TWILIGHTS FOR THE GODS (El crepúsculo de los audaces, 1958). Lo cierto es que –es curioso señalarlo-, ambos títulos de alguna manera ofrecen dos vertientes complementarias a las que describe el título que nos ocupa, desarrollado en una mixtura de melodrama y relato criminal. Una combinación genérica que –reconozco se trata de una observación muy personal-, no se encuentra demasiado bien entremezclada en el relato, impidiendo por ello que su resultado final alcance la densidad que prometían sus primeros instantes, aunque tampoco evite que nos encontremos con un producto defendible.

En la noche de un barrio de San Francisco –la propia secuencia pregenérico del film-, se produce el asesinato del padre Tomasino. El crimen provoca una enorme conmoción en su comunidad, siendo como era alguien muy querido por la misma. Entre sus seguidores más agradecidos, y al mismo tiempo más afectados por el hecho, se encuentra el joven agente de policía Joe Martini (Curtis), quién precisamente fue incorporado al cuerpo por mediación del sacerdote desaparecido, aunque se encuentre destinado al departamento motorizado. Traumatizado por el hecho, observará en el entierro una extraña actitud por parte de alguien que no conoce –Sylvio Malatesta (Gilbert Roland)-, que le hará intuir una cierta relación con la muerte del sacerdote. Decidido a seguir dicha pista, máxime cuando el departamento de policía no ha alcanzado ninguna conclusión ni mantiene ninguna pista, solicitará se le traslade de departamento para asumir este crimen, decidiendo arriesgarse y renunciar a su empleo, y con ello tener la suficiente libertad para investigar por su cuenta. La nueva situación le acercará al entorno de la familia Malatesta, ofreciéndole muy pronto Sylvio la hospitalidad en su casa, e integrándose muy pronto nuestro protagonista en el contexto de una humilde familia de orígenes italianos. En aquella vivienda, en pocas semanas pasará a convertirse en un miembro más, e incluso se vislumbrará la atracción por la joven Anna (Marisa Pavan). Toda esta calidez vivida de manera inesperada por Martini –que hasta entonces reconocía no haber tenido un hogar-, le obligará a modificar los prejuicios y la sospecha que mantenía sobre Sylvio, que lo acogerá como un auténtico componente de su familia. La comprobación de que los elementos que este podría ofrecer como coartada concuerdan, permitirá a nuestro protagonista abandonar los recelos que mantenía hasta entonces, decidiendo dar el paso delante de prometerse en matrimonio con Anna.

Desde sus primeros fotogramas, es indudable que buena parte del atractivo de THE MIDNIGHT… reside en el empaque que ofrece la magnífica fotografía en blanco y negro del gran Rusell Metty, dotando de espesura la incorporación del CinemaScope, y dotando a todas sus imágenes de una magnífica atmósfera. Es más, otro de los aciertos del film –este debido de manera especial a los modos narrativos de Pevney-, reside en la valiosa utilización de la pantalla ancha, un elemento que tendrá muestras sobradas en diferentes momentos del relato, en especial de un plano general que se inserta de forma repentina en el interior del salón de los Malatesta, incorporando en el mismo en un lateral al personaje de la madre –estupenda Argentina Brunetti-, quien en sus palabras intuirá el conflicto interior que mantiene el muchacho. La incorporación de ese plano y, sobre todo, la introducción de la figura matriarcal, será quizá la muestra más certera de ese cuidado en la utilización de un formato que Pevney supo aprovechar a nivel visual. Pese al innegable acierto que ofrece dicha elección narrativa, la gran limitación de la película proviene de esa indefinición que alberga en su estructura como relato policíaco –marco en el que ni tiene especial importancia ni adquiere nunca la debida densidad, pese a la presencia como superiores del departamento a secundarios tan espléndidos como Jay C. Flippen y Ted De Corsia-, y extraño melodrama familiar. Es en este segundo aspecto, donde la película adquiere una mayor importancia –sus imágenes logran trasladar la sensación del protagonista de haber encontrado por vez primera en si vida un entorno acogedor-, dejando de lado unos orígenes en los que su condición de huérfano nunca le abandonó –las visitas que Martini realiza al orfelinato en donde realizaba sus tareas el sacerdote asesinado son reveladores de dichos orígenes-. En este aspecto, el film de Pevney resultará más convincente –también se otorga más metraje al  mismo, incidiendo además en un acertado diseño de producción de los interiores de la vivienda de los Malatesta-. Sin embargo, y aún reconociendo que en dicha vertiente es donde se encuentran los pasajes más atractivos del relato, en ningún momento deja de asaltar al espectador la sensación de ausentarse el necesario “verosímil fílmico” ¿Cómo un ser que apenas se conoce acoge a un desconocido en su entorno familiar, y en menos de un mes este se convierte en alguien imprescindible en dicho entorno?.

Haciendo abstracción de este poderoso imponderable, lo cierto es que aún dentro de su limitado alcance, el film de Pevney se degusta con agilidad, destacando el acierto de los exteriores de San Francisco que son mostrados, o el tramo final, en el que la indagación entre Joe y Sylvio alcanzará unos inquietantes tintes de ambigüedad, hasta desembocar en la revelación de las auténticas causas del crimen del sacerdote. Unos minutos muy atractivos que, lamentablemente, estarán a punto de arruinarse, con la convencional conclusión del film, en la que Martini apostará por el mantenimiento de su integración en el seno de una familia a la que accedió con un objetivo muy concreto.

Calificación: 2

2 comentarios

antonio -

Me extraña, David, que no te halla gustado "El hombre de las mil caras"... Cagney hace el papel de su vida...

David Breijo -

Siendo como soy amante de la serie B norteamericana, particularmente en el género negro, jamás he visto un Pevney (peculiar expresión, herencia de la Teoría del Cine de Autor) que me satisficiera plenamente. Siegel, Tourneur, claro. Karlson, por supuesto. Douglas. Mathé. De Toth. Incluso Rouse. Y tantos otros. Pero Pevney nunca tuvo ese brillo, aún temporal. Como rareza, permíteme decir que disfruto de series de televisión con solera. En concreto, varios episodios de la primera temporada de "El Fugitivo" fueron firmados por él (y por Ida Lupino, por ejemplo). Y son sobrios y sólidos exponentes de cómo el género B negro se iba adaptando a televisión. Y de muy buenas maneras en aquella época. Saludos, Vizcaíno.