NONE SHALL ESCAPE (1944, André De Toth)
Uno de los placeres que proporciona el hecho de perseverar en la contemplación de títulos que nunca gozaron de una especial consideración –ni en el momento de su estreno, ni tampoco con posterioridad a su ciclo natural-, es precisamente encontrarse con esa gema que sorprende y descoloca. Esa película de la que podías intuir determinadas cualidades, pero cuyo visionado llega a deslumbrar hasta conmover. Esta ha sido la sensación vivida al asistir a la lección visionaria, de coraje y de verdadero cine que proporciona NONE SHALL ESCAPE (1944), una obra admirable realizada por André De Toth –fue uno de los primeros títulos que filmó en su andadura norteamericana-, de la que apenas se pueden encontrar testimonios –en nuestro idioma tan solo he accedido a referencias, ambas positivas, firmadas por Antonio José Navarro en la revista “Dirigido por…” y los especialistas Tavernier y Coursodon en su canónico “50 años de cine norteamericano”. Pero aún con ser merecidamente valiosas ambas referencias, creo que se quedan cortas en el lugar que esta película extraordinaria debe ocupar dentro del contexto de la producción antinazi realizada en Hollywood. De Toth logró al mismo tiempo uno de sus exponentes más rotundos y menos reconocidos –otro ejemplo lo podría brindar la sensacional EDGE OF THE DARKNESS (1943. Lewis Milestone)-, aunque mucho que temo que aun restan bastantes años para que el caudal de dolorosa inspiración que ofrecen todos y cada uno de los fotogramas de esta modesta producción de la Columbia, adquieran el necesario reconocimiento, situándolo a la altura de exponentes como THIS LAND IS MINE (1943, Jean Renoir), cualquiera de las incursiones de Fritz Lang en esta vertiente, o el mencionado film de Milestone.
De antemano, un elemento que proporciona a la propia existencia de la película un plus de valentía, es vaticinar en sus primeros fotogramas el derrumbamiento del nazismo. Un simple plano en el que se muestra como una bandera nazi es retirada de su mástil, nos introduce a un juicio en torno a criminales del III Reich, formado por personalidades de diferentes países y etnias. De un plumazo, la ficción de De Toth, con guión del posterior blackisted Lester Cole, en base a una historia de Alfred Newmann y Joseph Than, vislumbra antes que sucediera, la existencia del conocido “Juicio de Nüremberg”. La vista que sirve como eje a la narración, servirá para enjuiciar la andadura criminal de Wilhelm Grimm (un excelente Alexander Knox), quien de ejercer como maestro en una pequeña población polaca, su condición de alemán y también su realidad como mutilado de guerra en la I Guerra Mundial, irá representando en su figura a uno de esos tantos seres que se vieron seducidos con el paso de los años por lo que de atractivo podía ofrecer el ideario nazi en el contexto de una Alemania dominada por una absoluta depresión socioeconómica. Una de las virtudes que ofrece NONE SHALL… en contraposición de otros tantos relatos insertos en este conjunto de producción, proviene de la clara intención de los responsables del film por establecer un recorrido dialéctico sobre las razones que posibilitaron el surgir y el ascenso del ideario representado por Adolph Hitler. Como cuatro años antes brindara el Frank Borzage de la excelente THE MORTAL STORM (1940), aunque quizá con más elementos de juicio, la acción del film de De Toth se retrotrae a la conclusión de la contienda en la que Alemania resultó vencida, planteando tal circunstancia en el contexto de la pequeña población polaca en donde Grimm, pese a volver a ocupar su puesto de maestro, pronto dejará entrever su absoluta misantropía por el contexto rural y humano que le rodea. Será algo que detectará su prometida –Marja (una no menos maravillosa Marsha Hunt)- en una conversación que en el último momento le forzará a renunciar a desposarse con él, al tiempo que abandonar la pequeña localidad. Éste por su parte seguirá desempeñando su cometido como maestro, aunque vivirá un incidente que arruinará su reputación al intuirse que tuvo una relación poco clara con una de sus alumnas, que poco después se suicidará.
La estructura narrativa de la película se articulará en tres partes, cada una de ellas expresada en flash-back, por medio de sendos testigos de relieve que evocarán el pasado del acusado, al tiempo que estos se articularán de forma complementaria, permitiendo que el recorrido vital del acusado quede delimitado por completo. Así pues, el padre Warecki (Henry Travers) será el encargado de comentar el pasado de Grimm en la pequeña localidad en la que ambos convivieron, el ya derrotado hermano del propio acusado –Karl Grimm (Erik Rolf)- relatará la andadura de Wilhelm –a quien salvó de morir luchando en la I Guerra Mundial-, una vez este llega hasta Alemania y retorna con su hermano, implicándose desde el primer momento en el incipiente ascenso del nazismo. Esta ligazón posibilitará una creciente separación con su hermano, al que en última instancia no dudará a denunciar, cuando Karl y su familia están a punto de huir hasta Viena, enviándole a un campo de concentración, decidiendo adoptar al hijo de este, su sobrino Willie Grimm, a quien deslumbrará educando en la ortodoxia nazi. Por último, el tercer flash-back corresponderá a la narración de Marja, a partir del retorno de esta a su localidad natal en 1939, una vez se ha producido la invasión alemana en Polonia, y tras enviudar –nunca conoceremos a su esposo- dejando una hija. Allí asumirá la creciente opresión de los alemanes, que se incentivará con el expreso deseo de Grimm de retornar a la localidad en la que sufrió humillaciones, y reencontrándose allí ambos. Este acudirá a asumir el mando del destacamento presente, acompañado de su sobrino Willie (Richard Crane), quien se ha convertido en un joven apuesto integrado en el organigrama nazi. Pero sucederá lo imprevisible; se enamorará de la hija de Marja –Janina (Dorothy Morris)-, provocando con ello una serie de tensiones, aunque poco a poco estas vayan introduciendo en el muchacho una mirada cada vez más distanciada de ese mundo en el que ha estado inmerso, y del que hasta entonces no ha sabido percibir su auténtica realidad.
Dentro de la casi milagrosa articulación que ofrece NONE SHALL… podemos destacar la visión de conjunto que ofrece de esa sociedad que, en un momento dado, propició y no supo advertir –o impedir- la llegada del nazismo. Otro elemento destacable serían los rasgos con los que se va definiendo a su protagonista. Lo normal en estos casos sería adentrarnos con una caracterización siniestra. Por el contrario, De Toth nos introduce a un ser provisto de cierta elegancia y cultura, e incluso en las evocaciones proporciona a sus actos una cierta justificación –introduciendo con ello una velada crítica a la vida de provincias en la que este desarrolla su labor educativa en las postrimerías de la I Guerra Mundial-, permitiendo al espectador que la contundencia de los relatos evocados modifiquen esa impresión inicial. Pero todo ello alcanza su máxima expresión dramática –como es esencial en toda gran obra cinematográfica-, por una planificación centrada en el uso de grúas, en la que De Toth sabe valorar espacios, escenarios, detalles –esa pequeña esvástica que Wilhelm entregará a su pequeño sobrino, y que este le devolverá en el momento en que reniegue de su nazismo-. Hay una extraña sensación de autenticidad en una película que supo penetrar muy hondo, con un grado de lucidez desusado, en una narración en la que nada resulta maniqueo y, todo, absolutamente todo, está expuesto con tanta sensibilidad como dureza. Momentos tan insólitos en el cine como describir la manipulación de las supuestas ayudas que los nazis brindan a los campesinos ocupados –les obligan incluso a sonreír cuando son filmados por las cámaras de los noticiarios-, irán acompañados por episodios estremecedores, como el que protagonizará el rabino judío, arengando a su gente a la rebelión contra los opresores que los están introduciendo en uno de los trenes con destino a los campos de concentración, provocando el feroz ataque de los alemanes que concluirá con una matanza. En esa parte final no dejará de introducirse un apunte agudo en torno a las formas de ascenso registradas por el organigrama nazi, en base a las sugerencias que proporcionará el joven teniente Gersdorf (Kurt Kreuger), intentando medrar a partir de hacer notar en Grimm las actitudes de blandura que observa en su sobrino. Fruto de esta acción, Janina será separada de Willie y destinada al club de oficiales, recibiendo allí un disparo que la matará. Será el colofón del drama, con el impacto del traslado del cadáver a una iglesia en la que tañen las campanas, sostenida por los brazos de su destrozada madre. La verdadera tragedia personal estallará; Willie renunciará a su pasado nazi, decidiendo orar ante el cadáver de la mujer que ama, mientras que por el pasillo de la pequeña iglesia va despojándose de los galones que hasta entonces ha ostentado con orgullo. Será una visión que su tío no podrá admitir en su calculadora mente criminal, matando de un disparo a aquel joven en quien había reflejado su propia personalidad –quizá reflejando en él una presunta impotencia recibida en sus heridas durante la I Guerra Mundial; en los primeros compases del film, en su reencuentro con Marja, sus diálogos e impresiones algo parecen indicar a este respecto-.
Será el colofón para volver a la realidad de un juicio, ante el que Wilhelm quedará definido como una mente criminal sin escrúpulos. Su única posible defensa –él mismo ha decidido ejercer como abogado en la vista-, será no reconocer la autoridad del tribunal, exteriorizando esa iconografía tan habitual en las manifestaciones nazis. Será el momento en el que el juez, dirigiéndose al público, apelará a la necesidad de justicia. NONE SHALL ESCAPE es una obra maestra que sabe aunar la emoción con el horror, la sensibilidad con la lucidez, la causa y el efecto. Triunfa incluso en describir en todo momento una sensación opresiva –ayudado para ello por el uso de las sombras y claroscuros brindados por la fotografía del gran Lee Garmes- utilizando unos modos narrativos tan ágiles. Y, sobre todo, es una obra que supo adelantarse a su tiempo, y del mismo modo establecer una crónica imbuida dentro de los canales de reflexión que brindaban unas atrocidades que aún, en el tiempo del rodaje del film, seguían vigentes. Valiente y vigente más de seis décadas después de su realización, es probable que después de contemplar esta obra admirable, tenga que dudar sobre que título preferiría de la obra de su director. Hasta haberme conmovido con las imágenes de este relato doloroso, sincero y lacerante, tenía en mi lugar de preferencia el muy posterior DAY OF THE OUTLAW (1959). Después de contemplarlo, sin duda elegiría este. Pero me quedo sobre todo con la sensación que me produce el continuado contacto con diversas obras de De Toth, al que hace años tenía relegado en mi apreciación, e incluso intuía en su valorización un cierto grado de ausencia de fundamento. Rectificar es de sabios, sobre todo cuando en su obra se incluye una obra del calado de la que nos ocupa, por cuya sola existencia, el cineasta húngaro debería merecer ocupar un lugar en la historia del cine.
Calificación: 4’5
3 comentarios
Juan Carlos Vizcaíno -
Luis -
Rocamadur -