PITFALL (1948, André De Toth)
PITFALL (1948, André De Toth) –ausente de estreno comercial en nuestro país- supone uno de los numerosos exponentes que el cine noir norteamericano, marcó a partir de finales de la década de los cuarenta, incardinando sus tramas policíacas y de suspense dentro de un contexto que violentaba las pretendidas y seguras bondades de ese American Way of Life que se estaba vendiendo como paradigma del norteamericano medio. Esas serán las coordenadas con las que se inicia –de una manera revestida de notable cinismo- esta película, al mostrar la rutina de los Forbes, una familia media compuesta por John (Dick Powell), su esposa Sue (Jane Wyatt) y el pequeño hijo de ambos, Tommy (Jimmy Hunt). La pretendida comodidad del colectivo –él es un agente de seguros- es cuestionada desde sus primeros minutos, sobre todo a través de la actitud escéptica e incluso hastiada, y los mordaces comentarios que en esas secuencias cotidianas formula sin cesar John. Ayudado por la magnífica prestación que de su rol ofrece Dick Powell –quien al parecer se implicó muy estrechamente en la producción de la película-, y la manera con la que De Toth logra plantear la cotidianeidad urbana de ese Los Angeles desprovisto de glamour, y caracterizado por su realismo y grisura, resulta evidente que nuestro protagonista se encuentra dispuesto a agarrarse a cualquier asidero que le pueda proporcionar una huída a esa rutina familiar y social, de la que se encuentra profundamente hostil.
Ese elemento se encuentra, a mi modo de ver, inserto con gran acierto en la propuesta dramática de PITFALL, haciendo creíble la sincera atracción que Forbes mantendrá de manera ocasional, con una joven modelo –Mona Stevens (Lizabeth Scott)- a la que ha de visitar para lograr que devuelva los objetos que le regaló su novio, un ladrón que robó para poder realizar dichos regalos, y que se encuentra cumpliendo una leve condena en la cárcel. Tras el mutuo rechazo que se ofrece en el primer encuentro –aunque con habilidad, nos inserte previamente el detalle de nuestro protagonista contemplando fotos del book de modelo de Mona, cuando se introduce en su apartamento sin que ella se encuentre allí –todo ello servido por un ingenuo apunte de guión; la puerta del apartamento se encuentra sin cerrar-. El proceso de relación que se establece entre un hombre de vida cómoda, segura y rutinaria, de perfiles totalmente previsibles, y una mujer atractiva y en el fondo sensible, está planteado en la película de manera admirable, a través de la planificación que ofrece el ya veterano realizador, y también en la química mostrada por el ya citado Powell y una Lizabeth Scoth en la que quizá sea una de sus labores más convincentes en la pantalla. Momentos como el que se desarrolla en el mar con el bote o la secuencia del café, dominada por una construcción espacial muy singular, proporcionan al encuentro de ambos un alcance sincero y comprensible.
Una combinación de crónica romántica y casi de asidero existencial, bien envuelta en la cálida melodía de Louis Forbes, que muy pronto será violentada por la figura del detective MacDonald (Raymond Burr), un hombre tan eficaz en su trabajo –fue agente de policía en el pasado- como inquietante en sus oscuros perfiles, y que previamente se ha sentido fascinado por Mona, llegando hasta a propinar una paliza a Forbes por no alejarse de ella. Esta agresión pondrá punto final a la relación del agente de seguros con la modelo –ella tendrá ocasión de descubrir que John está casado, en un momento embarazoso al acudir ingenua a su casa-, pero en modo alguno al infierno que esperará a ambos cuando la ira del detective lleve a encender los ánimos del antiguo amante de Mona, a punto de salir a la cárcel –precisamente al reducir su condena por la devolución de esta de los objetos que este le había regalado-. Mientras tanto, nuestro prosaico protagonista sufrirá una creciente sensación de inseguridad al haber engañado a su esposa, intentando retomar sin éxito esa normalidad cotidiana que tanto había detestado hasta entonces. Por su parte, Mona se mantendrá integra en su deseo de no perjudicar el contexto social de John, estando dispuesta a retornar con su antiguo amante, del que espera la posibilidad de emerger en una convivencia estable. Será una intuición formulada en vano, en la medida que cuando este abandone la cárcel, se encuentre por completo envenenado por la insidia de MacDonald, quien prácticamente lo ha entrenado bajo la premisa de asesinar al que ante este ha violado la relación que le mantenía unido a la modelo. El destino está marcado, aunque un oportuno aviso de la joven a Forbes, modifique su semblante. Ello no evitará que la tragedia esté a punto de llegar y envolver tanto el entorno de la idílica familia, como el futuro de la en el fondo ingenua modelo.
Hay que destacar la perfecta dosificación de los componentes, que permiten la perfección de los múltiples factores que afloran en este drama de soledades compartidas, y en esa mirada un tanto disolvente a esos componentes que han forjado hasta ese momento la pretendida seguridad del modo de vida americano de aquel momento. Por fortuna, el discurrir de PITFALL logra en su parte final obviar cualquier tentación moralista –en la línea de los ofrecidos por títulos como el sobrevalorado ACE IN THE HOLE (El gran carnaval, 1951. Billy Wilder) o THE DESPERATE HOURS (Horas desesperadas, 1955. William Wyler)-. En este sentido, junto al grado de tensión dramática que ofrece el asedio vivido por Forbes en el interior de su vivienda –atención a la deliberada ausencia de iluminación, que potencia el grado de desamparo del personaje-, y al drama posterior servido por el asesinato en defensa propia por parte de este del recién liberado recluso, revisten una mayor importancia las consecuencias que este hecho violento tiene para el conjunto de la familia. Es en ese momento, es cuando la película sabe articular una aguda inflexión, al mostrar a una esposa egoísta y presta a defender ante todo el buen nombre de su familia, en lugar de resultar comprensiva ante el drama de su marido, cuando este le ha confesado su en realidad inocente infidelidad.
A partir de esos momentos, el desarrollo de PTIFALL adquiere una vertiente casi dolorosa, al contemplar el calvario existencial evidenciado por un John que deambula como un autómata –en todas las secuencias es encuadrado rodeado de sombras de verjas y ventanas, subrayando el callejón sin salida emocional en que se encuentra-, llegando temprano a su lugar habitual de trabajo, y poco después declarando a la policía las verdaderas razones del asesinato vivido en su propia vivienda. Será la ocasión también de contemplar por última vez a Mona, la mujer que de manera efímera logró hacerle salir de su letargo habitual, y finalmente asumir con su esposa la posibilidad de reiniciar su vida en común. Pero por fortuna, el alcance sermoneador de tal reconciliación es inexistente. El realizador logra plantearlo casi como una solución casi a la desesperada entre dos seres que se conocen y se han amado, pero a los cuales, muy probablemente, les espera un futuro poco halagüeño. Comentaba en algunas entrevistas el propio realizador, que dado que en el cine USA de aquellos años era imposible mostrar la aprobación a las historias con adulterio, su planteamiento dramático tuvo que ser modificado para sortear las ligas de censura. Sin embargo, puede que ello beneficiara finalmente la amarga aunque esperanzadora conclusión de este PITFALL que, sin lugar a duda, se ofrece como uno de los títulos más valiosos -al tiempo que incómodos- de André De Toth.
Calificación: 3’5
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