THE 4 HORSEMEN OF THE APOCALYPSE (1962, Vincente Minnelli) Los cuatro jinetes del Apocalipsis
El mero hecho de atreverse una vez ya entrados en la década de los sesenta, con una película de las características de THE 4 HORSEMEN OF THE APOCALYPSE (Los cuatro jinetes del Apocalipsis, 1962), supuso un enorme riesgo incluso para un cineasta tan protegido por su estudio –la Metro Goldwyn Mayer- como Vincente Minnelli. En su superficie todo podía hacer indicar que nos abocábamos al fracaso más absoluto, que su propuesta resultaba poco menos que suicida, o que la adaptación del original literario del valenciano Blasco Ibáñez iba a ser cuestionada desde el primer momento. Unamos a ello que la propia elección de un material dramático creado en el pasado, tocaba además de manera insólita un tema ya espinoso para el cine norteamericano: el nazismo, el cual solo era tratado en aquellos años en producciones más o menos historicistas, como la muy sobrevalorada JUDGEMENT AT NUREMBERG (Vencedores o vencidos, 1961), y aunque teníamos más o menos cercano el referente de la estupenda A TIME TO LOVE AND A TIME TO DIE (Tiempo de amar, tiempo de morir, 1958. Douglas Sirk). Si unimos a todos estos prejuicios, los propios primeros minutos del film, estos pueden hacer temer lo peor para cualquier espectador, al escenificarse de manera excesivamente histriónica una fiesta argentina desarrollada en 1937, patrocinada por el patriarca de la familia que se une en dicha conmemoración –Julio Madariaga (Kee J. Coob)-. La inicial alegría sentida por la reunión de todos sus componentes pronto irá nublando su semblante, al conocer el viejo Julio que su sobrino Heinrich von Hartrott (Karl Boehm) se ha afiliado a la causa nazi en su estancia en Alemania, a donde recaló tiempo atrás para consolidar sus estudios. La noticia exacerbará los ánimos de Madariaga que, en medio de una creciente tormenta –otro detalle grandilocuente, aunque en esta ocasión provisto de enorme efectividad-, fallecerá en el acto.
La acción se centrará pocos meses después a París, donde el primo de Heinrich –Julio Desnoyers (Glenn Ford)- vive una vida disipada y elegante, asumiendo su condición de neutral en un contexto de creciente inestabilidad a partir de los avances nazis. Su padre –Marcelo (Charles Boyer)- de alguna manera comparte la misma impresión, dedicando sus sensibilidades a la compra y el coleccionismo de objetos artísticos. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que es a partir de estos instantes, cuando THE 4 HORSEMEN.... cobra vida como tal melodrama antifascista que se describe en su extenso pero casi siempre apasionante mensaje. Ya incluso en las secuencias iniciales antes mencionadas, y junto a los momentos más desaforados de la misma, la cámara y la dirección de Minnelli ha descrito al espectador con todo lujo de detalles la procedencia, modo de pensar e incluso los recelos mutuos, existentes en esa amplia familia argentina, cuyas hijas se casaron con hombres procedentes de Alemania y Francia.
Sin embargo, es en el París previo a la invasión nazi, e incluso con la llegada de esa fatídica ocupación, poco a poco se irá extendiendo la presencia de los componentes de la resistencia, un marco en el que se desarrollará la andadura existencial de Julio. Será el joven mundano quien, de manera casi imperceptible, y en buena medida debido a la mirada complementaria que le brinda la bellísima Marguerite Laurier (Ingrid Thulin) -con quien iniciará un apasionado romance, pese a conocer que está casada con un activista antinazi; Etienne Laurier (Paul Henreid)-, sentirá la paulatina necesidad de tomar parte en un contexto vital ante el que no puede permanecer ajeno en modo alguno. Aprovechando su conocida imagen de bon vivant, los rasgos familiares que mantiene con autoridades nazis, y su frecuencia a clubs y lugares lujosos frecuentados por estos, Desnoyers se integrará en la resistencia, logrando revelar importantes informaciones, aunque para su mayor seguridad, no revele esta condición a ninguna de las personas que le rodean y acompañan. La pertenencia en este ámbito permitirá a nuestro protagonista vivir situaciones peligrosas –ese agente que está a punto de detenerlo en la estación de metro, y que Julio logra lanzar a las vías del vehículo, siendo atropellado-
En definitiva, podría decirse que THE 4 HORSEMEN... cabría ser definida como la búsqueda de una dignidad. La de ese joven ya adentrado en las puertas de la madurez, que día a día va comprobando como su vida superficial y evanescente, se encuentra en absoluta contradicción con lo que la sociedad francesa de la época demanda de manera tan secreta como creciente. A mi modo de ver, esa es la clave de este magnífico melodrama de Minnelli, que demostraba una vez más estar disfrutando uno de los mejores momentos de su larga filmografía, e insuflando una absoluta vitalidad a un componente dramático –obra de Robert Ardrey y el prolífico John Gay-, para el que tuvieron que transformar bastantes de los elementos de la obra de Blasco Ibáñez que le sirvieron como referencia. Es un rasgo que por lo general ha sido argumentado a la contra a la hora de valorar el resultado obtenido, pero que no me impide reconocer mi considerable aprecio ante un relato lleno de vida, con personajes muy bien definidos, en el que la densidad y el pudor se encuentran presentes a partes iguales, y a partir de cuya mezcla el director norteamericano despliega una auténtica lección de puesta en escena.
Y es que, para valorar la impecable progresión descrita por la película –en la que, cierto es reconocerlo, chirrían algunos momentos, como esos primeros planos de los ojos de Glenn Ford, sobre los que se proyectan los horrores de la guerra que encierra ese lujoso cabaret poblado por nazis, o la propia aparición de esos cuatro siniestros jinetes, que parecen preludiar cierto episodio de una película de terror de Mario Bava-, hay que admirar la extraordinaria modulación del relato y la ejemplar composición de sus secuencias –Minnelli se basa ante todo en lograr la máxima efectividad en planos de larga duración, de los que extrae una extraordinaria fuerza merced a la extraordinaria utilización del formato panorámico, la importancia que le ofrece a la dirección artística, o la propia dirección de actores-. Son todos ellos, elementos que se combinan ante el espectador prácticamente secuencia tras secuencias, en bloques temáticos en los que el intimismo siempre domina el conjunto, por más que los perfiles dramáticos de la película podrían inducir a pensar en un drama de tintes exacerbados. A Minnelli, por ejemplo, no le hace falta mostrar la brutalidad de la invasión de los nazis en Francia. Tan sólo incluirá el contraplano de los asustados vecinos que se arremolinan estupefactos para comprobar la peor de sus pesadillas.
Detalles como estos, son los que se prodigan con verdadero acierto en el devenir de sus personajes. Son imperceptibles actitudes como la que muestra Karl von Hartrott (Paul Lukas) cuando, una vez en suelo francés y con uniforme nazi muestra aparente cordialidad, pero en sus ademanes se vislumbre una sutil actitud de prepotencia. Es algo que igualmente se manifestará en la figura de su temible hijo Henrich, cuando salva a Julio y Marguerite de ser asediados por un general nazi en la lujosa sala de fiestas en la que se encuentran ambos. Detalles, en fin, como el imprevisto encuentro final que mantendrá Julio con un demacrado Etienne, sin saber que este era el jefe de la resistencia, y al que en un momento dado ayuda a encender un cigarrillo, al comprobar que su brazo izquierdo se encuentra totalmente inhábil. Elementos que enriquecen una película viva, en la que sus seres logran sobresalir del riesgo del estereotipo, y cuyas acciones siempre están revestidas de una determinada lógica, aunque está se encuentre presente de manera más clara en todo aquello que vaya ligado a la resistencia –sin que dicha referencia deje de aportar matices oscuros, como la traición final del tan considerado Etienne, quien en la tortura que le costará su vida ante los miembros de la gestapo, no dudará en delatar el nombre de Julio, al que en ningún momento ha perdonado su condición de rival amoroso de su esposa.
En definitiva, pese a esa sensación de ser considerado un título pasado de moda que no añadió gloria alguna a la trayectoria de su realizador, no puedo por menos que desmarcarme por completo ante dichas apreciaciones, ya que THE 4 HORSEMEN OF THE APOCALYPSE es, pese a los pequeños reparos antes señalados, un magnífico melodrama, que se debe ubicar en un lugar de notable relevancia dentro de la amplia aportación del Minnelli a dicho género, de la que cabría destacar de manera muy especial la extraordinaria labor del operador de fotografía Robert Krasker y la excelente aportación de todo su reparto. Del primero, al último. Pero quizá entre su conjunto, uno se quedaría con la conmovedora aportación de Charles Boyer en sus últimas apariciones en la película –a partir de la muerte de su hija-, y también la del veteranísimo Paul Lukas, quien sabe modular su personaje desde la impecable distinción inicial, la sutil exhibición de su poder nazi, hasta el derrumbe final de su persona, ocasionado por su debilidad con los miembros de su propia familia. En definitiva, la aportación de un determinado grado de humanidad en un régimen dictatorial, ante el cual el hombre solo podía sobrevivir si estaba despojado de sentimiento alguno.
Calificación: 3’5
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