DALLAS (1950, Stuart Heisler) Dallas, ciudad fronteriza
Si de alguna manera podríamos definir DALLAS (Dallas, ciudad fronteriza, 1950. Stuart Heisler), es al insertar su ligero, atractivo y previsible alcance, dentro de esa amplísima producción media que pobló las pantallas estadounidenses y, por ende, las de todo el planeta. Títulos inscritos dentro de los géneros popularizados por Hollywood, diseñados en no pocas ocasiones al lucimiento de las estrellas más conocidas de sus respectivos estudios. Es el ejemplo que nos brinda este apreciable western de la Warner, en el que destaca por un lado su fluidez, la combinación de elementos procedentes de varios géneros –esencialmente el de intriga, pero también se encuentran presentes rasgos de comedia- y del que primordialmente cabría detener el hecho de suponer uno de los primeras apuestas destinadas a ofrecer un perfil más o menos oscuro o ambivalente en la personalidad cinematográfica de Gary Cooper. Se trata de una vertiente que el actor fue acentuando con acierto según se iba acentuando su madurez física e interpretativa, y que en el western quizá tuviera su exponente más célebre en HIGH NOON (Solo ante el peligro, 1952. Fred Zinnemann), y más arriesgado en la por otra parte no demasiado destacada SPRINGFIELD RIFLE (El honor del Capitán Lex, 1952. André De Toth).
En cualquier caso, DALLAS entremezcla en su metraje una curiosa combinación de cierta herencia del cine del Oeste de ascendencia serial, al servicio de una historia que combina un elemento de venganza, ecos de la guerra de secesión, romance, y una sutil parábola sobre la débil frontera existente entre el bien y el mal, máxime dentro de un contexto tan delimitado como el que ofrecen esas tierras recién emergidas de una guerra que ha modificado por completo su legalidad, pero no la realidad de su propia existencia. Dentro de dicho contexto asistiremos a la huída del oficial sudista Blayde Hollister (Gary Cooper) al ser acusado de graves delitos, aunque en realidad estos se han cometido en defensa propia. El confusionismo provocado por las nuevas normas surgidas tras la guerra que ha modificado el semblante de los Estados Unidos, será el telón de fondo sobre el que se insertará la andadura de nuestro protagonista, quien no dudará en modificar su identidad por la de un oficial estadounidense –Martín (Leif Erikson)- que pensaba capturarlo en base a la denuncia que albergaba sobre sus actos delictivos. Hollister logrará convencer a este para sumar sus esfuerzos, y con este ardid poder atrapar y destruir el clan de los Marlow, conocido grupo de la ciudad tejana de Dallas, especializados en extorsionar a los ranchos colindante al suyo. Precisamente fue el contexto en el que nuestro protagonista tuvo el conflicto por el que se le acusa, al actuar en contra de su propia familia. Tanto Blayde como Martín llegarán al rancho Robles, donde serán acogidos con cariño –ya que ellos son las victimas propiciatorias de los chantajes de los Marlow, que pretenden comprar sus propiedades a bajo coste-, y en donde se encontrará la prometida de Martín –Tonia (Ruth Roman)-, quien pese a descubrir el equívoco de identidades, acepta participar en él, ya que ello facilitará las tareas de ambos para luchar contra los extorsionadores. Con lo que no contaba esta, ni tampoco su prometido y el propio Hollister, es que la atracción que ha sentido hacia su prometido, poco a poco irá variando hacia ese curtido y vibrante hombre del Oeste, que contrasta con la pasividad de su hasta entonces novio.
Romances inesperados, venganzas, la presencia del nuevo orden en un Oeste que inexorablemente tiene que decir adiós a lo que hasta entonces configuró su primitiva andadura, son elementos que se ofrecen de manera eficaz en esta bien cocinada combinación de elementos, que permiten a Cooper proseguir con la fuerza de su arquetipo fílmico. Todo ello en el seno de un estupendo Warnercolor que sabe combinar lugares de sombras, dentro de un relato conducido con buen brío por el siempre eficaz Stuart Heisler. Una propuesta que no elude matices de guión introducidos con la evidente intención de prolongar la acción una vez esta da indicios de agotarse –ese viajante que reconoce a Hollister cuando se encuentra a punto de eliminar a Bryant (Steve Cochran), el más violento de los Marlow-, aunque otros si que apuntan a una complejidad dramática en su desarrollo –la importancia que adquiere el logro por parte de Martín de un salvoconducto que libere a Blayde de la condición delictiva que adquiere para los confederados, faceta con la que este llegará a reflexionar al entender que entregársela sería proporcionar a este a la mujer que Martín ama-. Como se puede comprobar, el hecho de suponer una producción más o menos destinada al consumo popular, no evita reconocer en DALLAS un oficio, unas maneras, unos temas familiares y una eficacia, que permiten por último asistir a un conjunto que se degusta con el placer del plato del que se espera el mismo sabor de siempre, pero adquiere la destreza del buen cocinado. Además, permite disfrutar de la presencia de un estupendo cast, en el que quizá la presencia de la sensual Ruth Roman no se encuentre suficientemente aprovechada, aunque quizá compense la aportación del veterano Raymond Massey encarnando al patriarca de los Marlow, y al estupendo y sensual Steve Cochran asumiendo a su violento hijo. Muy poco después, Heisler solicitaría de nuevo la presencia Cochran en la estupenda STORM WARNING (1951), probablemente el mejor título de su filmografía, y una de las interpretaciones más memorables del que para mi siempre ha sido uno de los mejores duros de la historia del cine norteamericano.
Calificación: 2’5
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