AMONG THE LIVING (1941, Stuart Heisler)
Eterno representante del artesanado hollywoodiense, es cierto que durante décadas hemos definido al norteamericano Stuart Heisler como alguien especializado en muestras sólidas de cine de acción, esencialmente el western, aunque el paso del tiempo nos ha ido revelando nuevas facetas en su filmografía, que intuyo se desenvolvía con especial destreza a la hora de plasmar relatos malsanos, a cuyo través se describía una mirada creativa y social de tintes críticos. Es algo que a mi modo de ver transmitió con acierto el magnífico STORM WARNING (1951), pero que del mismo modo se plantearía una década antes la muy atractiva AMONG THE LIVING (1941), dirigida dentro de su contrato para la Paramount, dentro de un formato de acomodada serie B -no alcanza los 70 minutos de duración-, y contando en su magnífico diseño de producción con dos enormes aliados. Uno de ellos -y es probable que buena parte de esa mirada crítica que plantean sus imágenes sea consecuencia de dicha presencia- es contar como coguionista al posterior blacklisted Lester Cole. Pero con ser relevante dicha presencia, no cabe duda que si algo contribuye a dotar de densidad a la película es la oscura y contrastada iluminación en blanco y negro de Theodor Sparkuhl.
AMONG THE LIVING se inicia de manera inquietante, plasmando un funeral descrito inicialmente tras una verja -en clara resonancia al inicio de REBECCA (Rebeca, 1940. Alfred Hitchcock)-. Esos intensos planos de apertura, además de trasladarnos la atmósfera malsana que se extenderá al conjunto del relato, nos traerán una especie de inesperado adelanto a esa aura inquietante que muy poco tiempo después ofrecerían las producciones de Val Lewton en RKO, dirigidas por Jacques Tourneur, Mark Robson o Robert Wise. De entrada, destacará esa sombría atmósfera sureña -que parece preludiar algunos aspectos de A WALKED WITH A ZOMBIE (1943, Jacques Tourneur)- en ese oscuro cementerio rodeado de un arbolado casi asfixiante, tras cuyas verjas se encuentran los vecinos de la población -Raden-, todos ellos obreros de la fábrica que instauró el fallecido prohombre de la ciudad. Y veremos que, junto a las palabras ceremoniosas del sacerdote, se contrapondrán los recelos de esos trabajadores que se encuentran a distancia, cuestionando y recriminando el entorno de la familia, y estableciendo una metáfora que articulará el posterior discurrir de la película. Es decir, el drama interior de una familia que ha vivido un trágico engaño, y la situación convulsa de la ciudad, para la cual la realidad de esta familia, les servirá como catalizador para exteriorizar sus peores instintos.
La muerte del patriarca de los Raden traerá a su funeral a su hijo John, sin saber que su hermano gemelo Paul (ambos encarnados de manera magnífica por Albert Dekker) en realidad no murió años atrás, ya que el dr. Ben Saunders (admirable, como siempre, Harry Carey), en connivencia con el fallecido, certificó su muerte, pero lo mantuvo encerrado durante dos décadas escondiendo su demencia. Es decir, que se mantuvo a Paul confinado en la vetusta mansión familiar -considerada encantada por los vecinos de la ciudad-, donde este se encuentra al margen de la vida diaria, solo rodeado de los recuerdos de su difunta madre, y custodiado por el veterano criado negro Pompey (Ernest Whitman). La llegada de John -junto a su esposa Elaine, encarnada por la personalísima Frances Farner- supondrá el descubrimiento de esta circunstancia, a tenor de la información que le brindará Saunders. Todo ello coincidirá con la fuga del desequilibrado Paul del entorno en donde se mantuvo encerrado, estrangulando al viejo Pompey, e incorporándose a la cotidianeidad de la ciudad, que le servirá en última instancia como nacimiento a la vida. Este se incorporará como inquilino en una pensión, donde conocerá a Millie (Susan Hayward). La muchacha se preocupará por él e incluso le brindará su amistad. Mientras tanto, John tendrá un encuentro con su hermano, pero no podrá convencerle para que lo acoja y proteja. Por el contrario, Paul se iniciará en la vida nocturna al introducirse en un garito donde conocerá a una de sus camareras, que le despreciará, viviendo una chirriante situación que acentuará su vertiente psicopática y concluirá en el asesinato de la joven. Todo ello llevará la alerta de la población, instaurando John -a instancias de Saunders, que se niega a que se haga públicas sus oscuras actividades en el pasado- una recompensa de cinco mil dólares para aquel que capture al asesino -sabiendo que este es su hermano-. El anuncio provocará la desbandada de una población que no atenderá al menor sentido de lo racional, y permitirá que el propio John caiga en una insólita situación -al ser confundido por su hermano- siendo sometido a una apresurada y tumultuosa vista en la vieja mansión, que estará a punto de costarle su linchamiento.
Son diversos los elementos que dotan de interés esta atractiva película, que en sus mejores momentos llega a resultar admirable. Como antes indicaba, nos encontramos ante un extraño preludio de esa ya señalada manera de entender el misterio e incluso el horror pronto consagrado por Val Lewton, ecos de parábolas cinematográficas planteadas en el pasado por Fritz Lang a la hora de denunciar comportamientos fascistas… o incluso una mirada/homenaje en torno a ese Frankenstein plasmado en la pantalla por James Whale. Sin duda, se trata de una combinación si se quiere extravagante, pero lo cierto es que todo ello funciona, pese a algunas debilidades de guion, y también ciertos apresuramientos dramáticos -la repentina explosión de la ciudadanía en búsqueda de la apetitosa recompensa- propios de la muy ajustada duración de la película. Sin embargo, esa combinación de relato gótico, de atmósfera inquietante y de delicioso panfleto denunciando los peligros del fascismo cotidiano -¡Mucho antes de la llegada de la caza de brujas de McCarthy!- conforma una propuesta en la que incluso uno llega a atisbar ecos de ese primitivismo propio de las propuestas de terror del olvidado Victor Halperin -ZOMBIE BLANCO (La legión de los hombres sin alma, 1932); el plano con la tumba vacía en el cementerio, el impactante primer plano sobre el rostro asustado del cadáver de Pompey, la propia conclusión de la película, de nuevo ante la señalada tumba-.
Esa extraña mezcla de terror y rara poesía nos permitirá algunos de los más memorables instantes de la película. Lo serán esos sugerentes travellings laterales que acompañarán el deambular de Paul cuando camina por vez primera en libertad por las calles de la ciudad, en las que el espectador casi llega a sentir en carne propia esa liberadora sensación, o ese encuentro en uno de esos paseos con un tullido, en un instante provisto de una extraña poética. Sin embargo, si por algo debería ser recordada esta notable AMONG THE LIVING, sería sin duda por la extraordinaria secuencia nocturna en la que Paul perseguirá a la call girl que lo ha despreciado previamente en la taberna. Esta, al percibir que la está siguiendo acelerará el paso, dentro de una admirable y afilada planificación y montaje, que culminará con un extraordinario plano general dominado por una casi abstracta profundidad de campo, donde en la lejanía de un pasaje casi portuario, los gritos de la joven le supongan -al ser el rasgo que acentúen las crisis psicóticas de Paul- su propia sentencia de muerte. Fundido en negro. Demoledor.
Calificación: 3
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