CHAIN LIGHTINING (1950, Stuart Heisler) Una llama en el espacio
Al margen de sus intrínsecas cualidades, lo primero que se percibe a la hora de contemplar CHAIN LIGHTINING (Una llama en el espacio, 1950. Stuart Heisler), es la sensación de asistir a uno de los títulos más insólitos protagonizados por Humphrey Borgart, una vez este se encaramaba al periodo final de su carrera. Cierto es que siguió haciéndolo desde la Warner, el estudio bajo el que alumbró los títulos que le hicieron inmortal en la pantalla. Es más, prolonga en este melodrama triangular desarrollado en el mundo de la aviación, los rasgos que configuraron su personaje cinematográfico. En esta ocasión, encarna a Matt Brenann, un aguerrido piloto, caracterizado por su entrega y búsqueda de la gloria, tripulando vuelos llenos de riesgo. Así lo contemplaremos en las imágenes iniciales de la película, en las que el espectador percibe el riesgo que destila el vuelo tripulado por Brennan, sin conocer aún las razones de la tensión, que el espectador casi llega a palpar. Será la primera ocasión, en la que Stuart Heisler demuestre su pericia cinematográfica, en el que sin duda puede señalarse como uno de los exponentes más valiosos de su filmografía.
Cuando todos asumimos el alcance casi suicida en las intenciones del protagonista, el relato incorporará un flashback que nos llevará a la intervención aliada en la Inglaterra de la II Guerra Mundial. Muy pronto nos introduciremos en la cotidianeidad de un colectivo de voluntarios de la aviación, en donde se ha forjado un romance entre Brennan y Jo Holloway (Eleanor Parker). De manera inesperada llegará el fin de la contienda y, con ello, el inevitable regreso de Brennan a Estados Unidos. Se planteará una boda entre ambos, pero finalmente imperará la aplicación implícita entre ambos de la reflexión en la distancia, como prueba de cara a consolidar un sentimiento latente. El tiempo pasará, y Matt se encontrará en USA desperdiciando su dotación, al limitarse a ofrecerse para dar clases a futuros pilotos. Será rescatado de esa atonía merced a la voluntad de su amigo Carl Troxell (Richard Whorf), quien lo recomendará al magnate de la materia Leland Willis (Raymond Massey), para que forme parte de su cuerpo de pilotos. Lo que no imaginará nuestro protagonista, es que Jo se encuentra empleada como secretaria del mandatario, y aún más, que mantiene una cierta relación con Troxell. Es más, en las intenciones de Carl, además de recuperar la valía de su amigo, se encuentra presente el hecho de enfrentar a este con su antiguo amor, al objeto de delimitar los auténticos sentimientos que anidan de manera latente en los dos antiguos amantes. Será algo que se expresará no solo en las actitudes de ambos, sino también en los estallidos emocionales que se manifestarán en actitudes generadas en torno a la experiencia como pilotos de ambos vértices masculinos. Matt tripulando vuelos de especial riesgo, que le proporcionen fama y sustanciosos recursos económicos, y Carl perfeccionando la incorporación de una cabina de seguridad en un nuevo modelo de vehículo aéreo.
Desde estas premisas, tomando como base una historia del blackisted Lester Cole, Stuart Heisler ratifica su buen pulso en un drama que combina con especial inspiración ese elemento de pugna entre ambos personajes masculinos, con el grado de acción manifestado en esa doble pugna de ambos dentro de su vocacional amor por la aeronáutica. Ayudado por un magnífico montaje de Thomas Reilly, dentro de una estructura dramática dominada por el flashback y el foorward, destaca la incardinación de las dos vertientes, teniendo en ambas instantes de verdadera intensidad ante la pantalla. Pienso por ejemplo en la enorme fuerza dramática que adquiere la secuencia en la que Jo –una vez se ha conocido la paz bélica- se apercibe de la inevitable cercanía del regreso de Matt –la planificación de las secuencias, el poder evocador de la sintonía que se interpreta en el café, y la labor de los actores potencia la proyección de los sentimientos de ambos-. En el alcance romántico del deseo de ambos de casarse, horas antes de que Matt parta de regreso a USA. En la efectividad con la que en muy pocos planos se describe el abandono que sufre este en su acomodo como profesor de aviación en unas desvencijadas instalaciones. En el acierto de planificación con que Heisler resuelve el reencuentro de ambos, una vez Matt conoce a Willis. En la fuerza dramática que transmite Brennan, al explicar a Jo las razones por las que interrumpió su contacto con ella. En la sutileza con la que se enmarca esa relación a tres bandas –Troxell ha recuperado a Matt para posicionarlo de cara a su probable relación con Jo-.
A partir de dichos elementos de base, aparecerá una insólita mezcla de melodrama inmerso en el mundo de la aviación –subgénero de escasa producción, en el que aparecen exponentes tan valiosos como la muy cercana y posterior THE SOUND BARRIER (La barrera del sonido, 1952. David Lean) o la trágica THE TARNISHED ANGELS (Ángeles sin brillo, 1957. Douglas Sirk)-, oculto dentro de los títulos protagonizados por Bogart. Lo cierto es que la temperatura emocional de su metraje, prende alternando lo intenso como una deliberada búsqueda de la naturalidad. Es algo que podremos comprobar al asistir al magnifico episodio que describe el heroico viaje probando un nuevo modelo aéreo por parte de Brennan, que le llevará hasta Washington superando los récords existentes hasta el momento. Lo hará mediante una narración dominada por la serenidad del propio vuelo –impagable la manera con la que se muestra una brevísima cabezada del piloto-. El acierto del fragmento se manifestará por mostrar la acción paralela de los diferentes frentes que rodean el mismo –las pruebas de Troxell, la inquietud en el entorno del magnate Willis-. Será el oportuno contraste con el dramático final del citado Troxell, que se hará terrible realidad en el inmediato devenir de Matt, en la secuencia más intensa de la película. Se trata de aquella en la que el ayudante del fallecido, muestre a Matt la grabación de los últimos instantes de su vida, siendo consciente de la inminencia de su final, y ofreciendo con insospecha serenidad, las instrucciones precisas, para que la cabina de prueba que ha fallado con él, pueda subsistir incluso con su desaparición, quedando como su obra postrera. Los sonidos finales que marcan la muerte de este, quedarán sin duda, como los instantes más trágicos, de una película dotada de una singular temperatura interna, y merecedora de ser considerada como una de las singularidades del cine USA de su tiempo.
Calificación: 3
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