STORM WARNING (1951, Stuart Heisler)
Puede que una lectura únicamente centrada en su componente de denuncia de los fascismos inmersos en la cotidianeidad de la vida norteamericana, haya permitido envejecer ligeramente los valores de STORM WARNING (1951, Stuart Heisler). Sin embargo, creo que sería una mirada reduccionista –e incluso miope- detenerse en exceso en estas consideraciones de índole casi sociológica, y olvidar con ello la valentía que supone en plana Caza de Brujas plantear un relato como el que con tanta precisión asume Stuart Heisler en el que, bajo mi punto de vista, se ofrece como uno de los mejores títulos de su eficaz pero no muy inspirada trayectoria. No cabe duda que nos encontramos en un periodo en el que el cine norteamericano ofrece propuestas de índole progresista y de denuncia, en títulos como DEADLINE – USA (1952, Richard Brooks), ACE IN THE HOLE (El gran carnaval, 1951. Billy Wilder), BAD DAY AT BLACK ROCK (Conspiración de silencio, 1955. John Sturges), THE PHENIX CITY STORY (El imperio del terror, 1955. Phil Karlson)… y otros muchos. Películas de desigual alcance pero unidas en su voluntad de denuncia de los vicios más recónditos de una sociedad norteamericana como la que intentaba emerger del drama de los últimos momentos de la II Guerra Mundial, que iniciaba tímidamente un periodo de aparente fecundidad económica, y que sufría al mismo tiempo las consecuencias de un periodo marcado por la histeria anticomunista. Es el contexto en el que emergerán títulos como los anteriormente citados, y también esta producción de la Warner Bros que, bajo los acertados tintes de la iconografía del cine noir y un planteamiento general imbuido bajo la atmósfera de una pesadilla, expone una radiografía –todo lo abstracta que pueda considerarse en los imprecisos límites de su retrato colectivo-, de la acción y dominio de los fascismos colectivos en una población aparentemente tranquila e integrada en el progreso norteamericano, que en su seno alberga y sustenta la expresión más repulsiva de sus prejuicios colectivos.
Tras las amenazantes nubes de los títulos de crédito, contemplamos como entre la noche cerrada surge un autobús interurbano. La cámara nos introduce rápidamente en la figura de la joven y exitosa Marsha Mitchell (Ginger Rogers). Se trata de una modelo que repentinamente, y desoyendo los consejos de su manager, decide visitar a su hermana, a la que no ha visto personalmente desde hace dos años. Una vez llega a su destino –la localidad de Rock Point-, comprobará la apariencia de una población amable, pero muy pronto detectaremos que algo extraño impregna su cotidiana vida nocturna. El encargado de la consigna de las maletas mira con desaprobación la presencia de la protagonista y su manager –quien se marchará rápidamente dejando a su representada y citándola al día siguiente, ya que tiene un compromiso profesional-; un taxista se niega reiteradamente a portarla hasta la bolera en la que trabaja su hermana. De repente, la situación abandona esos tintes amenazantes para convertirse en un marco auténticamente infernal; las luces de los comercios se oscurecen y las gentes se internan en sus casas. Todo se ha detenido, como si repentinamente nos ubicáramos en un entorno fantasmal. La protagonista se convertirá inesperadamente en testigo de excepción de un crimen cometido en la persona de un periodista, que ha corrido a cargo de un grupo de fanáticos de Ku Kus Klan. Sin embargo, dos de ellos se encuentran sin máscara, lo que para ella supondrá posteriormente el inicio de la pesadilla más dura de su vida.
Solo por la fuerza del fragmento que acabo de describir, STORM WARNING merecería un sincero reconocimiento. No es muy habitual en el cine de la época encontrarse con episodios de la rotundidad y fuerza expresiva del existente, y en esta ocasión sirve muy bien para plantear el contexto del drama planteado, ya que a partir del mismo la protagonista advertirá que uno de los asesinos descapuchados en realidad es –Hank (Steve Cochran)- el marido de su hermana –Lucy (Doris Day)-. Hank es la clásica representación del joven alienado y matón, dominado por su ignorancia, su prepotencia casi animal, y también por suponer el perfecto ejemplo de persona fácilmente manipulable y reclutable en organizaciones de este tipo, que exploten fácilmente su brutalidad e instinto animal. Pese a esta personalidad de encefalograma plano, su atractivo y aparente inocencia le hacen ser adorado por su esposa, que se encuentra embarazada de él, y a la que engaña con facilidad en sus intenciones. Muy pronto Hank se topará con la actitud hostil de Marsha, quien no duda en recordarle lo que ha visto, aunque se muestra dispuesta a silenciar su testimonio para no perjudicar a su hermana. Sin embargo, la investigación que comanda el fiscal Rainey (Ronald Reagan), logrará encontrar el indicio que permitirá descubrir la accidental presencia como testigo de la protagonista. A partir de dicha circunstancia –centrada en la presencia en la consigna de su maleta-, estará será instada por el fiscal para que relate lo que vio, estando dispuesta a declarar que el asesinato estuvo realizado por componentes de dicha organización, basándose en las indumentarias de estos. La vista tendrá lugar al día siguiente de esta cita, lográndose para la misma una inusual expectación, tanto de vecinos como de medios informativos –el asesinado era un reportero deportivo que llegó a la ciudad en la búsqueda de elementos de denuncia de las actividades del Ku Kus Klan-. En el juicio, Marsha se retractará de lo afirmado el día anterior ante el fiscal, quedando el fallo del jurado visto como asesinato por autores desconocidos. La circunstancia será celebrada por los extendidos seguidores del grupo secreto, y especialmente por un excitado Hank, que llegará a intentar abusar de la desconsolada y arrepentida Marsha, cuando estaba preparando su maleta y a punto de abandonar la ciudad, asqueada por lo que ha vivido en tan pocas horas. Será el inicio de la escalada de tensión que sobrellevará la tragedia final, al tiempo que el comienzo del desmantelamiento de la peligrosa organización, tan enraizada en la vida cotidiana de la población.
Como señalaba al inicio de estas líneas, nadie puede dudar de las ingenuidades que se destilan en la película. Desde el hecho de realizarse el juicio al día siguiente del crimen, hasta el mismo despojamiento del alcance racista inherente a la conocida organización –en su lugar queda expuesta como una peligrosa mafia local-, son rasgos que quizá, desde el prisma de una mirada retrospectiva de casi seis décadas, puedan tener un relativo alcance. Sin embargo, creo que el conjunto de STORM WARNING desprende tal sinceridad en la plasmación de esa radiografía colectiva, la definición de sus personajes adquiere tal grado de consistencia, y la fuerza de su relato está tan convincentemente mostrada, que muy pronto estas ligeras deficiencias quedan despojadas de importancia. Heisler se toma un especial interés en acentuar el alcance asfixiante de la historia –en la que la impronta del progresista Richard Brooks tiene una importante presencia-, logrando con los matices, contraluces y planteamientos del cine noir, ofrecer una plasmación precisa y convincente de la casi invisible frontera que separa una sociedad local aparentemente amable, cuando lo peor de la misma aflora en su colectividad, y cuyo lado oscuro aflora precisamente camuflado bajo la ridícula iconografía, vestuarios y dramaturgia del Ku Klus Klan. En este sentido, será absolutamente reveladora la secuencia final, desarrollada en una concentración nocturna de miembros de la sociedad, bajo la cual se esconden muchos aparentemente pacíficos habitantes de la población. En este sentido, la descripción que ofrece la película sobre el grado de implicación e influencia de la organización, esta perfectamente definida no solo por la existencia y dominio de sus componentes –que encabeza el jefe de Hank-, sino el grado de influencia y penetración que su existencia puede tener entre las fuerza vivas de la ciudad. Y dentro de este contexto, personalmente adquiere una notable importancia el perfecto retrato que se realiza de ese Hank, que representa a la perfección el individuo de gruesos modales, poderoso atractivo sexual y nula capacidad reflexiva, aparentemente dueño de su propia personalidad, pero que en el fondo es fácilmente moldeable en grupos de estas características. En este sentido, me parece ejemplar la aportación de un Steve Cochran, que sabe matizar a la perfección los recovecos psicóticos de su personaje –es notable a este respecto destacar su relación de dependencia con su superior, escondiéndose tras el mismo oscuros elementos psicológicos-. Creo que es en la labor de Cochran –al que siempre he considerado uno de los mejores y más infravalorados actores de carácter con que contó el cine norteamericano en la década de los cuarenta y cincuenta-, donde se encuentran los rasgos más atractivos de una película que sigue manteniendo su fuerza, se muestra sumamente precisa en esa descripción del miedo y la complicidad colectiva y a la que, personalmente, solo le reprocharía la blanda presencia de un Ronald Reagan sin la fuerza suficiente para encarnar su complejo personaje en defensa de la ley. Sin embargo, no deja de resultarme chocante ver como en un título tan abiertamente liberal, se contara en su reparto con dos personalidades ya entonces tan caracterizadamente reaccionarias, como el propio Reagan o Ginger Rogers –quien sin embargo ofrece un trabajo destacable-. Son circunstancias quizá debidas al azar, o puede que realizadas con toda intención para intentar colar de rondón una propuesta de difícil aceptación, aún reconociendo las ingenuidades que podemos detectar con más claridad en nuestros días. Quien sabe. Lo único que cabe señalar para concluir, es destacar la vigencia de un relato admirablemente planteado, desarrollado con precisión en sus múltiples matices, y que sobrevive con entereza tanto como relato de suspense, como en su visión de la tímida frontera que la colectividad suele sortear en ocasiones, sobrepasando los límites marcados por la ley y el estado de derecho. El espíritu de FURY (Furia, 1936. Fritz Lang) no estaba demasiado lejos en aquella traumatizada Norteamérica de posguerra.
Calificación: 3’5
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