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CINEMA DE PERRA GORDA

RUE DE L’ESTRAPADE (1953, Jacques Becker)

RUE DE L’ESTRAPADE (1953, Jacques Becker)

Si algún espectador pudiera albergar duda alguna ante las capacidades como realizador del francés Jacques Becker, creo que un visionado desprejuiciado de RUE DE L’ESTRAPADE (1953), sobraría para calificar a este primerísimo cineasta. Y es que nos encontramos ante un leve argumento dramático, que puesto a disposición de cualquier otro cineasta de inferior personalidad hubiera evolucionado finalmente en un vodevil escorado a equívocos y lugares comunes. Sin embargo, en manos del cineasta francés se erige como una extraña y naturalista tragicomedia, dominada por tintes amables y un agudo alcance descriptivo, que de forma bastante clara prolonga la previa implicación del cineasta en la comedia. Sin embargo, la filmografía de Becker expresa sobre todo la apuesta por su constante adopción del cine de géneros, aunque generalmente en ellos aportara una mirada personal y singular. Es algo que en esta ocasión se manifiesta al estar rodado el título que nos ocupa tras el trágicamente romántico CASQUE D’OR (París, bajos fondos, 1952), y que reencuentra al francés con un marco de comedia cotidiana que ya había puesto en práctica pocos años atrás con ÈDUARD ET CAROLINE (1951), e incluso esa implicación del cineasta en el mundo de la moda, que previamente había escenificado la muy interesante y olvidada FALBALAS (1945). En este sentido, no resulta gratuito afirmar que la merecida fama de Becker, se sustenta en una porción muy reducida de su por otra parte no demasiado extensa trayectoria como realizador. Lamentablemente, siguen existiendo exponentes de su obra, en líneas generales muy homogénea en sus cualidades, que apenas han alcanzado esa mínima difusión que permitiera ofrecer una visión de conjunto de su obra.

 

RUE DE… en todo momento escamotea cualquier expectativa por parte del espectador. Es algo que marcará ya la desconcertante y magnífica secuencia de apertura, que inicialmente nos mostrará el comportamiento de la pareja protagonista, antes que incidir en cualquier elemento identificativo o descriptivo por parte del espectador. El plano nos muestra a Henri (Louis Jourdan) y Françoise (Anne Vernon), desayunando. No sabemos aún que se trata de un joven matrimonio emergente en la Francia del inicio del desarrollo. Sin embargo sí que advertimos desde el primer momento la personalidad de cada uno de ellos. Ella es una mujer enamoradiza, empalagosa y pendiente de halagar a su esposo, que se muestra incluso molesto ante dicha actitud. Poco a poco, la cámara del Becker deja bien claras sus armas; la de mostrar una relativa continuidad de esas comedias naturalistas instauradas por él mismo en el cine francés, y que tanta influencia posterior tuvieron en el conjunto de la cinematografía mundial. Sin embargo, en estos pocos años de distancia, la sociedad francesa ha ido evolucionando, pero quizá no lo suficiente como pudieran preludiarla otras propuestas de la pantalla francesa. En este sentido, el realizador combina la aparente amabilidad de su argumento con una mirada desplegada por un Paris que aún no parece haber remontado el trauma de de la II Guerra Mundial. Viejas casonas, lugares oscuros, carreras de coches expresadas como poco convincente síntoma de escapismo, la inclinación por compras de moda de alta costura que en realidad no se pueden llevar a cabo, o una sociedad que parece no haberse adentrado en un progreso que pocos años después invadiría la capital francesa, suponen casi el principal personaje de esta fábula liviana en la que, como un par de niños crecidos, los protagonistas vivirán una serie de encuentros y desencuentros, a partir de los cuales el director galo logra plasmar su mirada, entre compasiva y distanciada, por una pareja de jóvenes y, a través de su entorno, de una sociedad que discurre con rumbo errático. En este sentido, la mirada propuesta resulta no solo pertinente, sino llena de agudeza. Desde el planteamiento de esa juventud que poco tiempo después definiría las corrientes de pensamiento francesas –representadas en el chirriante Robert que encarna Daniel Gelin-, hasta la sempiterna inclinación por la moda como un falso elemento de distinción, no dejando de mostrarse presente una mirada bastante disolvente en torno a la hipocresía en las relaciones. Pero incluso dentro de dicho contexto, la película escamotea en todo momento cualquier criterio apriorístico. Ni siquiera ese personaje soñador que enamora por interés a la protagonista cuando esta se traslada a vivir a un viejo y desvencijado apartamento, queda descrito con un mínimo de ternura. Su falsa rebeldía resulta impostada y antipática, como implacable resulta la mirada efectuada sobre la amiga chismosa de la protagonista, con la que Henri tendrá que capitular hipócritamente para intentar lograr acercarse de nuevo a su esposa –revelándonos de paso que secretamente desea a ese hombre al que no duda en criticar ante la que aparentemente es su mejor amiga-. Serán todas ellas, apariencias que la película dejará de lado constantemente, como esa querencia de la protagonista acudiendo a una firma de alta costura, donde no cejará de probarse los modelos allí expuestos. Finalmente, el que más ha llamado la atención en realidad es un modelo de rebajas, que podrá costearse por que su propietario –Jacques Christian (un estupendo Jean Servais)-, ha visto en ella un inusual atractivo y ha decidido secretamente vendérselo a mitad de precio. Apariencias finalmente como la que vivirá el apesadumbrado Henri, cuando acudirá por segunda vez a su apartamento, buscando la reconciliación con su mujer, y del que huirá decepcionado al pensar que los ruidos que provienen de su apartamento –que proceden realmente de una grabación que ha traído Robert-, manifiestan que esta se está divirtiendo con desenfreno en el mismo.

 

En ese contexto temático liviano y finalmente inocente -en el que un simple accidente final supondrá el elemento propiciatorio de una reconciliación deseada por ambos esposos, pero negada al mismo tiempo por los dos dentro de su inocente estupidez-, en una película dominada por encuadres de marcos rutinarios, largas y oscuras callejas y angostos pasillos, donde el contemplar desde una ventana una pareja de chavales, puede proporcionar un rasgo de humanización, y en el que una pareja de reales enamorados corretean por la vida como si para ellos aún no hubiera llegado el estadio de la madurez. Con esa sencillez, sin alzar el tono, mostrando a sus personajes de manera entrañable, humana, pero sin olvidar jamás su medianía e incluso torpeza, Becker compuso una sinfonía cinematográfica suave y aguda a partes iguales, poco conocida y valorada en el recuento de su filmografía, y que contiene además una magnífica prestación del eternamente subvalorado Luis Jourdan –intuitiva y momentáneamente retornado a la cinematografía de su país- que, por si a alguien le cabía la menor duda, tras su apostura aportó en todo momento sus hechuras de buen galán y finísimo comediante.

 

Calificación: 3

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