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CINEMA DE PERRA GORDA

ONLY YESTERDAY (1933, John M. Stahl) Parece que fue ayer

ONLY YESTERDAY (1933, John M. Stahl) Parece que fue ayer

Me tendría que remontar al momento en que contemplé la conclusión de la excelente GOING MY WAY (Siguiendo mi camino, 1944. Leo McCarey), para intentar comparar el estremecimiento que me produjeron los segundos –y digo bien- que cierran ONLY YESTERDAY (Parece que fue ayer, 1933. John M. Stahl). Son los que comportan la última frase del personaje que encarna John Boles para reconocer a su hijo, precediendo ese fundido en negro que, con un enorme pudor, cierra por parte del realizador cualquier posibilidad de utilizar de manera folletinesca ese instante. Fue una elección muy personal por parte de un John M. Stahl que ya se encontraba en plena madurez como auténtico estilista de la pantalla. Lo demuestra casi en cada instante, en este magnífico drama situado en su filmografía entre la muy reconocida BACK STREET (La usurpadora, 1932) –que espero contemplar en breve-, y la estupenda IMITATION OF LIFE (La imitación de la vida, 1934). Es decir, en el periodo dorado de Stahl para la Universal, manteniendo junto a estos y otros títulos de estos años, su mismo gusto por la experimentación cinematográfica, una sobriedad consustancial en la puesta en escena, al tiempo que insertando una serie de apuntes sociológicos bastante inhabituales en el melodrama de su tiempo.

 

Es algo que desde el primer fotograma de la película, se manifestará al mostrar en su plano inicial la fatídica fecha de octubre de 1929. De inmediato nos adentra en el caos existente en la bolsa de New York, aunque en las intenciones de Stahl se sitúe en primera instancia la descripción del drama humano que vive aquella auténtica marejada humana. Un largo y casi ritual travelling describe el último paseo de un veterano inversor completamente arruinado quien, tras cepillarse por última vez los zapatos a cargo de un limpiabotas negro –a quien entrega probablemente el único dinero que posee-, se suicidará de un disparo en los aseos –acto este expresado en off en la pantalla-. Será el primero del enorme caudal de aciertos que atesora esta magnífica película, que en estos minutos iniciales describirá el drama vivido por James Stanton Emerson (John Boles), quien retornará a su mansión –convertido en un lugar de acogida del segmento más frívolo y superficial de la alta sociedad newyorquina-, absolutamente vencido por un futuro en el que la ruina y la ausencia de futuro se enseñorea. Dispuesto a suicidarse de un disparo se encierra en su despacho, pero cuando está a punto de consumar su acción, una carta destinada a él personalmente, producirá en ONLY YESTERDAY una inflexión dramática de enorme calado. Será la entrada del relato en off de Mary Lane (una magnífica Margaret Sullavan, en su debut en la gran pantalla), remontando la acción doce años antes, en un baile donde esta conocerá a un mucho más joven Emerson. Muy pronto ambos iniciarán una apasionada noche de amor, expresada en la pantalla con un larguísimo travelling frontal de gran duración, que seguirá a los dos jóvenes caminando por el jardín por la noche, conociéndose y galanteándose con sinceridad. Un fundido en negro nos llevará a otro travelling de menor duración, en el que el espectador comprobará que la pasión desatada entre el entonces oficial y Mary se ha consumado. Emerson será repentinamente trasladado a Francia para combatir en primera línea en la I Guerra Mundial, mientras que la muchacha en un momento dado –un solo plano de la película y unos escuetos diálogos serán suficientes para advertir la situación-, decidirá abandonar el hogar de sus padres, dado que se encuentra embarazada y su madre no puede obviar los prejuicios que le atenazan.

 

Nuestra protagonista viajará hasta New York, viviendo con su tía Julie (Billie Burke). Esta es una mujer muy abierta en sus concepciones, que acoge de buen grado a su sobrina en la difícil situación que asume, aunque en la joven esté en todo momento patente la ilusión del reencuentro con el hombre al que ha amado intensamente en esa noche que ha cambiado su vida. Dará a luz a su hijo, y también llegará el armisticio y, con ello, aumentará su ansia por poder tener de nuevo a su lado a Emerson. Cuando las tropas americanas desfilan en las calles newyorkinas, nuestra protagonista contemplará el desfile hasta reparar en la presencia de su amado, al que seguirá en buena parte del recorrido. Sin embargo, cuando ha logrado acercarse a él, comprobará desolada como su amor de una noche está rodeado de mujeres que le adulan, y cuando este la mira, no se acuerda ni de quien es. Será un momento tan intenso –maravilloso primer plano de la Sullavan- como incluso incómodo de ver, que no llegará a anular la esperanza que Mary mantiene de acercarse a él de manera definitiva y recordar aquella noche de pasión, presentándole al fruto de la misma. Sin embargo, tal deseo no se cumplirá, e incluso un día su tía leerá en la prensa la boda de Emerson. Al mostrárselo a su sobrina, cualquier perspectiva de futuro se le vendrá abajo.

 

La acción avanza diez años. El pequeño de Mary se ha convertido ya en un apuesto muchacho –Jim (Jimmy Butler)-  que estudia en una academia militar. En este tiempo nuestra protagonista ha logrado una considerable estabilidad laboral y alcanzar cierto estatus, viviendo con absoluta normalidad el cuidado y la educación de su hijo, aunque sea madre soltera. A su lado se encuentra un hombre bondadoso que desea convertirse en su marido –Dave Reynolds (George Meeker)-, y que no ceja en su empeño, que parece va a permitir el consentimiento de Mary en una fiesta de fin de año. Sin embargo, el destino querrá que se produzca un nuevo encuentro entre Mary y el allí aburrido Emerson –la manera con la que se comunica con ella resulta una magnífica idea cinematográfica, proporcionándolo una nota que escribe en el dorso del vértice de una serpentina que le lanza-. Será el preludio de una segunda noche de pasión, sin que él recuerde en ella a aquella lejana y esporádica amante que tuvo, a la que marcó para siempre. El agente de bolsa se encuentra hastiado de su forma de vida, e intentará encontrar en su antigua y efímera conquista –que en ningún momento se ha identificado en su identidad- ese anhelo de sentimiento amoroso que no encuentra con su esposa. Aunque aún manteniendo en su alma el eco de un amor por el que ha luchado durante tanto tiempo, una lúcida reacción le alejará de ese hombre con el que tanto ha estado soñando durante tantos años. Al menos, le servirá para decidir no casarse con el entrañable Reynolds, permaneciendo soltera en el futuro.

 

Sin embargo, la tragedia se planteará en una Mary que vivirá prematuramente los últimos días de su vida –descritos en la pantalla de manera admirablemente rigurosa, y centrando su dramatismo en el rostro de la Sullavan- Será precisamente la intuición de la cercanía de su muerte, la que motivará esa carta que va a permitir que un hombre desahuciado y con deseos de matarse, encuentre una ilusión, una veta de esperanza en el futuro, volcando ese cariño que le robó inesperadamente a su fugaz pero ya inolvidable amante, en la persona del muchacho de once años, hijo de ambos.

 

En ese recorrido, asistiremos a un tratamiento cinematográfico ejemplar por parte de Stahl. Combinando su consustancial sobriedad, no obviará mostrar sus dotes como auténtico estilista. La cámara asumirá una notable movilidad, la acción se centrará en los elementos esenciales, la elipsis despojará el relato de episodios que dejará al margen de su progresión, aunque el espectador sabrá integrarlos en el contexto de sus personajes. Al mismo tiempo, asistiremos a una combinación en la estructura del film, que por un lado muestra una descripción pavorosa de la vivencia del crack financiero de 1929, así como diferentes aspectos y referentes sociales que envuelven la intensidad de este amor no correspondido. No cabe duda que Stahl asumió en la película el referente literario que le podía proporcionar el relato de Stefan Zweig, y que algunos años después sería adaptado en la pantalla, logrando con el mismo Max Ophuls su memorable LETTER FROM AN UNKNOWN WOMAN (Carta de una desconocida, 1948). Es precisamente esa apuesta por la intersección de una historia dentro de otra historia, la que permite que el film de Stahl adquiera un cierto carácter de ensoñación en esos primeros instantes en los que nos introducimos en la auténtica ceremonia de amor que vivirán la pareja protagonista.

 

ONLY YESTERDAY es un título magnífico. Y lo es tanto por la precisión con la que su realizador logra aunar modernidad y sobriedad a la hora de ofrecer la debida forma a su relato, como por el hecho de suponer un testimonio de las transformaciones que estaba viviendo la sociedad estadounidense en estos primeros estertores del siglo XX. En la unidad de ambas vertientes, la vigencia de su propuesta dramática y testimonio social se mantiene casi inalterable.

 

Calificación: 3’5

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