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CINEMA DE PERRA GORDA

KÖRKARLEN (1921, Victor Sjöström) La carreta fantasma

KÖRKARLEN (1921, Victor Sjöström) La carreta fantasma

Reiteradamente considerada en todas y cada una de las encuestas realizadas para elegir los mejores títulos de la historia del cine fantástico, nada habría en principio que objetar a la selección de KÖRKARLEN (La carreta fantasma, 1921. Victor Sjöström) en esta reducida elite. Nadie puede negar que nos encontramos ante una película magnífica, plenamente vigente en sus postulados, pero personalmente quizá preferiría que su conjunto fuera insertado de manera más acertada en un género como el melodrama o, puede que aún con mayor pertinencia, en el reducido ámbito del apólogo moral. Y es que el film de Sjöström, que en su momento cosechó un espectacular éxito, y que aparece hoy día, a nueve décadas de su realización, como auténtico referente de cara a la implantación en el cine de determinados adelantos técnicos, desde el primer momento apuesta por la incorporación de una compleja estructura narrativa, dentro de los diferentes capítulos en los que se desarrolla la acción. Serán todos ellos aspectos que aparecerán sin orden aparente, pero que del mismo modo servirán para que el espectador vaya conociendo, y al mismo tiempo comprendiendo, el alcance del drama al que va asistir.

 

Se trata esta, de una elección dramática muy conocida en el cine de nuestros días –que paradójicamente se ha puesto de moda en los últimos años, con la puesta en marcha de títulos que juegan a placer e incluso con desmedido interés, quizá en ocasiones intentando ocultar las debilidades de su punto de partida-, pero no se puede olvidar que KÖRKARLEN está rodada hace casi nueve décadas. Es por ello, que la eficacia y modernidad de su articulación dramática sigue emergiendo con la validez que ya planteaba en el momento de su estreno. Todo ello, adaptando una novela de Selma Lagerlof de la que es fácil destacar la ascendencia dickensiana de su trazado, y en la que se nos narra en esencia la conversión de un alma impura en un ser sensible y delicado, a partir de la contemplación de lo que ha sido su vida hasta entonces. Toda esta odisea se centrará en la figura del rudo, adusto y misántropo David Holt (el propio Sjöström), un hombre descreído de la vida que no dudará en desdeñar y repudiar a su esposa y sus dos hijos, a los que posteriormente buscará tras huir, movido ante todo por un sentimiento posesivo, y nunca por cualquier atisbo de amor. En medio de esta azarosa relación se plantea la presencia de una joven componente del ejército de salvación, que de manera incomprensible se verá atraída hacia Holt, aunque por parte de este solo reciba el mismo desprecio que por su propia esposa e hijos.

 

Todo un apólogo moral desarrollado en torno a un ser despreciable, al cual solo la ingerencia de esa carreta que ejerce como portadora de la muerte, expresión de esa leyenda que señala que aquel que haya muerto en el instante más cercano a la culminación del año, será durante el siguiente conductor de ese siniestro portador de fúnebres augurios. Será la oportunidad que permitirá al film de Sjöström la incorporación de la vertiente fantastique que, a fín de cuentas, ha proporcionado una mayor –y merecida fama- a la película. Lo hará como auténtica precursora en la incorporación de una extraordinaria aplicación de las sobreimpresiones -centradas todas ellas en la introducción del elemento sobrenatural-, sobre la sórdida realidad que muestra la película. Es a partir de esta admirable aplicación técnica, con la que el realizador sueco logrará una textura fantasmagórica, de reminiscencias casi pictóricas, abriendo toda una veta para el género en la que no resulta nada atrevido señalar las referencias que tendrían para títulos posteriores dentro del género rodados por Friedrich W. Murnau, como NOSFERATU, EINE SYMPHONIE DES GRAUENS (Nosferatu, el vampiro, 1922) o FAUST – EINE DEUSTCHE VOLKSSAGE (Fausto, 1926). Pero, en cualquier caso, más allá de esa referencia historicista –que en sí mismo no tendría una gran importancia, como puede demostrar por ejemplo la existencia del primer film sonoro; THE JAZZ SINGER (El cantor de jazz, 1927. Alan Crosland) que es una obra totalmente olvidable-, lo cierto es que en KÖRKARLEN se expresa en todo momento una sensación de crudeza existencial, una visión de la vida marcada por el hastío, muy propia del drama nórdico que en  aquellos tiempos se estaba trasladando a la expresión fílmica, procedentes de su tradición literaria. Se trata de un contexto de aridez que Sjöström muestra de manera rotunda y convincente, y que trasladaría años después en su etapa americana –THE WIND (El viento, 1928) sería probablemente la muestra más rotunda de esta vertiente-. En esta ocasión, la plasmación de ese sombrío sentimiento existencial se manifiesta en los expresivos encuadres, en la intensidad de los rostros o en la propia dirección escénica de unas situaciones enmarcadas por lo general en contextos adustos y lúgubres, en los que apenas hay lugar para la paz, la serenidad o, en última instancia, para saborear el más leve atisbo de motivación para proseguir en el camino de la experiencia vital. En el contexto de esta tesitura, en esa franja de rigor y ascetismo, se encuentra encerrada toda una manera de entender no solo el drama nórdico, sino una auténtica concepción de la existencia que, con el paso de los años, tendría a su practicante más ilustre en la figura de Ingmar Bergman.

 

Sin embargo, bastantes años antes, el hoy apenas recordado Victor Sjöström supo en esta película articular un admirable drama fílmico en el que en sus últimos compases, muestra como la fuerza del amor es capaz de trasformar y anular los sentimientos más negativos del ser humano. Pero, eso si, teniendo en primer plano esa vertiente negativa y contradictoria que, a fin de cuentas, plantea nuestra propia configuración como individuos. El realizador sueco lo trasladará en un delicado y lacerante poema visual, adelantándose a las descripciones que pocos años después plantearía el admirable Erich Von Stroheim de GREED (Avaricia, 1924). Mientras tanto, y antes incluso de que Murnau asumiera estos postulados, como con la coetánea –DER MÜDE TOD (Las tres luces / La muerte cansada, 1921. Fritz Lang)-, prolongaran esta corriente en la que se entremezcla la leyenda, el “fantastique” y el más intenso y crudo melodrama –a fin de cuentas, todas las grandes películas son en el fondo melodramas- Sjöström, al que todos recordaremos en su vejez por realizar una de las interpretaciones más conmovedoras de la historia del cine –SMULTRONSTÄLLET (Fresas salvajes, 1957), al ser recuperado por el propio Bergman-, planteó casi de forma experimental en el aún inexplorado contexto del séptimo arte. Casi noventa años después, la fuerza irresistible de sus fotogramas emerge con la admirable vitalidad del clásico.

 

Calificación: 4

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